DANIEL BELMAR: RESCATE Y MEMORIA; Autor: Pacián Martínez Elissetche; (200 Págs.-Concepción, 2009)-Autoedición.
A riesgo del lugar común, no es nuevo rememorar a uno de los grandes de la literatura chilena del siglo XX a través del esfuerzo personal de un hombre que haya respetado y admirado al escritor, no siempre reconocido en vida.
Este es el caso de Daniel Belmar, pero es también la impronta del autor del libro biográfico y testimonial, Pacián Martínez Elissetche. El sello indesmentible del autor, periodista de excepción y uno de los artífices de la vida cultural en la “ciudad brumosa,” rezuma cada una de las páginas del texto, ora describiendo la personalidad retraída y silenciosa de Belmar, ora acudiendo a ese entorno de un Concepción ya inexistente y que, hace unas décadas albergara al legendario autor de Coirón y Roble Huacho.
Martínez Elissetche otorga la visión humana de Belmar, la desmenuza con certeros golpes de vista como testigo privilegiado de un narrador potente, dimensiona en esa visión personalísima una profunda y versada ilustración y de paso, engarza la individualidad del narrador con los hechos anecdóticos y las circunstancias que rodearon su existencia. Así, personalidades artísticas de renombre como Neruda, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas o Violeta Parra configuran ese círculo concéntrico que dio vida al entorno donde Belmar creció y se desarrollo como escritor. Lugares de una mítica bohemia penquista como El Castillo, El Pulpo, El Metropol o ese descenso que Belmar hiciera a esos “chincheles” ya ilusorios en las viejas calles de Orompello, Maipú, Los Carrera, Prat y otras que el autor rememora con añoranza, albergaron la prosa e imaginería de un Belmar que resumió en Los Túneles Morados el submundo que corría –y corre, quizás- paralelo al desarrollo de una ciudad transida, bucólica todavía, y avizorando entre líneas el decurso de personajes doloridos e inolvidables.
Daniel Belmar no fue un autor grandilocuente ni su prosa alardeó con manierismos o modismos de época ni circunstanciales. Su talento lo llevó a incursionar en la novela como “una forma de volcar sus emociones,” señala certeramente el autor. Y no puede ser de otra manera. La descripción de una personalidad tímida y retraída unida a una proyección de sus temores y vulnerabilidad, dio como resultado –entre muchos factores- que su estilo fuera pudoroso en ocasiones, secreto o enigmático, tras segundas lecturas. Esa conclusión a la que arriba Pacián Martínez de entrada al libro, se consolida después cuando inmerso en su relación personal, enlaza su itinerario con hitos relevantes instalando al narrador desde una perspectiva histórica, sitúa su devenir con el propio núcleo familiar, con el mundo universitario, relacional, y ese anclaje primerizo en pueblos remotos a que fue llevado por imperativo de su profesión farmacéutica.
“Pienso que el escritor es el historiador fidedigno de su tiempo. Nadie como el podría fijar con mayor fidelidad el sentido y contenido totales del momento que le tocó vivir.” Tal vez esta sentencia de Belmar ejemplifique de certero modo el rol que le daba a la literatura y de igual manera ayuda a comprender, desde la perspectiva aguda y señera del autor de este libro necesario e imprescindible, porque el autor de Roble Huacho hizo de su narrativa una fusión insoslayable e implícita entre autor y obra, dotando a esta de un fuerte patetismo y trascendencia, como cruel paradoja de ese mundo mítico de una ciudad –Concepción- y un país que “ya no existen.”
Juan Mihovilovich
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…