Por Martín Huerta

La historia del Café Tortoni comienza a fines del Siglo XVIII, en París, cuando un señor de apellido Vellóni abrió el café Le Napolitan en el boul des Italiens y Taitbout, cercano al palacio de La Opera.

Hacia 1798, su primo Giusseppe Tortoni se alzó con el legado del difunto, fabricando helados en una heladera manual, en cuyo depósito interior se vertía agua con azúcar y palos de canela, la que rodeada de nieve traída desde los altos picos le proporcionaba espesura cuando la hacían girar vigorosamente por medio de una manivela. Así llegó el helado a la ciudad de las luces. La fama adquirida por Giusseppe Tortoni a través de sus helados le llegó hasta más arriba del paracaídas.

En el siguiente siglo, todas las celebridades se aparecían por ahí; entre ellos Talleyrands y Víctor Hugo, a quienes les encantaba degustar los helados de Tortoni, mientras miraban el juego del billar. Manet, célebre el hombre, llevaba una vida de bohemio dandy y se lo pasaba recorriendo los parques de la ciudad en compañía de Baudelaire. Almorzaban en el Café Tortoni un poco antes de visitar las Tullerías y volvían entre las cinco y las seis. Luis XVIII pretendió comprar el Café Tortoni para regalárselo a un tal Paulmer como recompensa por haber apresado al asesino del Duque de Berry. Pero el negocio no funcionó.

Fue tanta la gloria del Tortoni  que su fama transitó linderos internacionales y en la ciudad de Buenos Aires, comenzó a funcionar otro Gran Café Tortoni, allá por el año 1858. El Tortoni fue inaugurado por Monsieur Jean Touan y regentado por Don Celestino Curutchet, quien murió de viejo a los 97 años. Junto a  Celestino se marchó también un gran referente histórico de los grandes cambios y de la vida social y cultural de la ciudad. El Tortoni, primeramente comenzó a funcionar con la entrada principal por Avenida Rivadavia y luego, el 26 de octubre de 1894, cuando se proyectó la Avenida de Mayo todo se modificó, quedando su entrada por esta última arteria al número 829.

La primera contienda librada en el Gran Café Tortoni fue en 1897 cuando un grupo de adherentes a la causa isleña en la reyerta entre la isla de Cuba y España.

Los revoltosos se acercaron al Tortoni, donde se congregaban ciudadanos españoles a conversar y a cantar canciones de su tierra y los atacaron sin siquiera invocar causales. Los muchachos españoles se defendieron como pudieron.  Blandieron sillas, vasos y tazas como elementos de defensa y las mesas les sirvieron como parapeto frente al  ataque. Cuando llegó la policía, la batalla estaba en su punto más álgido, y apresó a unos 80 individuos de ambos bandos, quienes en fila india y con sus manos en la nuca caminaron hacia el recinto policial.

El segundo desbarajuste en el Gran Café Tortoni acaeció hacia 1918 cuando todo Buenos Aires se había congregado en la Avenida de Mayo para celebrar el armisticio de la Primera y estúpida Guerra Mundial y el Señor Curutchet, gorra en mano, gritaba ¡Vive La France! Y todos, con gran unción cantaron La Marsellesa.  Enseguida el pueblo ingresó al Tortoni, invitado por su dueño. Allí  celebraron en gran forma, marchándose a sus casas al día siguiente junto con el despunte del sol.

La familia Curutchet tenía inclinaciones artísticas acentuadas y cimentaron el clima intelectual del café, posibilitando que el connotado intelectual Quinquela Martín junto a otros personajes insignes crearan la Asociación de Gente de Artes y Letras conocida como La Peña.  Allí,  y como apoyo a un paradigma de cultura y política ciudadana,  concurría caminando el Presidente Alvear desde la Casa de Gobierno hasta su reservada mesa en el café.

El poeta Baldomero Fernández Moreno en el año 1925 dedicó este poema al Gran Café Tortoni:

Viejo Café Tortoni

A pesar de la lluvia yo he salido

a tomar un café. Estoy sentado

bajo el toldo tirante y empapado

de este viejo Tortoni conocido.

¡Cuántas veces, oh padre, habrás venido

de tus graves negocios fatigado,

a fumar un habano perfumado

y a jugar el tresillo consabido!

Melancólico, pobre, descubierto,