Por Rolando Rojo
He leído la novela “El Último Deseo” del escritor chileno radicado en México, Manuel S. Garrido. También he leído recientemente “El Diluvio”, del Premio Nobel de Literatura el francés J.M.G. Le Clezio, más otras novelas aún no publicadas, participantes en concursos literarios.
Mis impresiones de todas ellas (y creo que de gran parte de la literatura actual) son:
1ª.- Una tendencia orientada más al ensayo que a la narración, más a la reflexión filosófica que a la ficción. Esto hace que sean historias que no avanzan, que obliguen al paciente lector a asistir, a través de páginas y páginas, a un conflicto interno, soterrado, de los personajes, a un develamiento del mundo interior hasta en sus más ínfimas manifestaciones, a saber qué ocurre con los sentimientos, más que con las acciones que impulsan dichos sentimientos. En otras palabras, obligan a una lectura vertical o, en el mejor de los casos, a una lectura en espiral, que progresa en forma pausada y no proyecta la mirada ni la imaginación del lector hacia delante, sino que lo empuja a contemplar lo que yace bajo las palabras, un lento viaje al fondo de las reflexiones, de los desvaríos, de las frustraciones, etc. El lector debe sumergirse en las sinuosidades de la conciencia y de la inconsciencia, porque “estamos de acuerdo que no hay laberinto más enigmático que nuestra mente”. Como dice el narrador de una novela reciente. El argumento mismo, asunto o materia de la obra literaria, conjunto de actitudes, móviles y peripecias que le confieren sentido, están, actualmente, a mal traer o en franco desprestigio. Pongamos un ejemplo extremo: Es como asistir, durante la lectura total de la Odisea, al develamiento de las pasiones, los sentimientos, frustraciones, amarguras, sinsabores, esperanzas, etc. de un Ulises amarrado al mástil de su nave, antes que enterarnos de sus luchas, batallas, acciones y las dificultades por las que atraviesa el Héroe en su regreso a Ítaca. Lo mismo vale para el Quijote y los grandes personajes de la literatura universal. En otras palabras, se perdió el desarrollo de una trama que, narrada cronológica o alteradamente, iba produciendo en los lectores un interés progresivo, una intensidad y una tensión acumulativa. Relatos que se desarrollaban horizontalmente y no necesitaban extensas detenciones para bucear en aquello que pudiera haber ocurrido o no. Acciones distribuidas, casi siempre, en los conceptos tradicionales, de la introducción, desarrollo y conclusión, para aguijonear al lector a “saber qué ocurrirá con tal historia y con tales personajes”. Ese viejo ejercicio de seguir la trama, la disposición interna, la ligazón entre las partes, contextura de una novela o un relato ficticio. En otras palabras, se perdió una de las funciones tradicionales de la literatura, consistente en entretener al lector y, a través de esa entretención, abrir una ventanita al conocimiento o comprensión del mundo. Aunque, para algunos, a esta literatura la tachan de superficial, primeriza y de “entretención”, como si esta última categoría fuese un menoscabo.
El otro rasgo característico, tal vez desprendido del anterior, es que el narrador, generalmente en primera persona, cuenta minuciosa y completamente la radiografía de su mundo interior, lo que nos hace asistir a una verdadera sesión de psicoanálisis. Esto ha hecho surgir una narración que se configura como insegura, vacilante, fragmentada del mundo. Las cosas que se dicen o aseveran pueden ser o no ser. Pueden afirmarse o negarse con otras voces. Pueden cambiar y en esto coinciden con el espíritu de la época, carente de certidumbre sobre los órdenes de la vida Esta limitación se traduce en un registro minucioso del acontecer psíquico, íntimo y casual. En otras palabras, novelas que “no contienen pasajes narrativos y consisten en exactas descripciones instantáneas” (1) Resulta altamente insufrible, asistir a las peripecias de personajes que viven analizando, sintetizando, reflexionando, deduciendo, induciendo, dudando, comparando, infiriendo, en otras palabras, más que sufrir o gozar el mundo externo; son verdaderos científicos del acontecer cotidiano.
Sabido es que, en materia literaria, existe una especie de convención entre el lector y la obra de ficción. El lector adopta una actitud para leer ficción que no es,( ni puede ser) la misma que cuando lee noticias, historia o ensayo. El lector sabe que está leyendo algo especial y a esas claves acomoda su mirada e intelecto: frases y oraciones que sin ser “verdaderas”, sí son verosímiles dentro en esa previa actitud que sumimos al leer una novela. Por tal motivo, es una falacia decir que el escritor miente. Que el escritor es un gran mentiroso”-(Esto es mal entendido de una frase Platón en La República) En la literatura no se miente. El narrador no quiere engañar al lector para sacar de él, algún beneficio, y ningún lector es tan ingenuo como para creer que la discusión entre Sancho y don Quijote sobre los molinos de viento sea un hecho histórico. Frente a este asunto, la novela tradicional tenía un personaje llamado narrador al cual, como lectores le creíamos. Si nos decía que en el campo de Montiel había molinos de viento y no gigantes, a él se debe que en esa discusión famosa tomáramos partido por Sancho. No porque Sancho lo dijera, sino por que el narrador nos había advertido de tal cosa. Actualmente, muchas novelas toman como eje de la narración el punto de vista de los personajes y esto hace que, lo dicho por los personajes conlleve una inseguridad, una vacilación, una contradicción básica. Carece de solidez y puede ser desvirtuada en cualquier momento porque no obedece a lo expresado por un narrador privilegiado, sino por la subjetividad del personaje.
Como entre los personajes no se desarrolla un conflicto que los involucre conjunta y definitivamente, los diálogos son más efectistas que lógicos. A veces, hasta antojadizos. Frente a una pregunta de A, B puede responder cualquier cosa. Ubicados en ambientes exóticos, ganan (al parecer de estos escritores) en interés. Un barcito de París, una rampla de Barcelona, una placita de Berlín, una callecita de Praga, incluso ambientes orientales se ocupan para que dos o más personajes dialoguen con frases impactantes y sobre cualquier tópico: Ej. “No, no tenemos edad (las mujeres)…Lo aprendí de mi abuela en Tucumán. Venimos al mundo sin edad, así me dijo. Mijita venimos al mundo sin tiempo, el problema es que el tiempo, tarde o temprano, acaba por entrar en nosotras prendido a la mirada de un hombre, y entra como bala loca y ahí se queda. El tiempo es un microbio, hija, un microbio que nos chupa la sangre hasta el último aliento”.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…