Por Mario Valdovinos
Cuatro ensayos componen el libro, flanqueados por un prefacio y un apéndice, dos textos que este lector asimiló en primer lugar. Los escritos que quedan al centro complementan la visión de Adriana Valdés ya desplegada sobre la escritura de Lihn, en especial en el Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, de 1995.
No obstante, son decisivas las ideas de la ensayista sobre las tres ciudades en las que enclavó el vate su propuesta, llamada por la crítica «poesía situada», una lírica de paso, marcada por los viajes y los desplazamientos, reales o imaginarios. Ciudades evocadas, vistas casi al trote, ensoñadas; abigarrados objetos de deseo y deseos sin objeto; inventadas y trajinadas con los pies que el escriba dejó en ellas: París, Manhattan y Santiago.
Espacios donde estuvo de visita un hablante vagabundo, vuelto un fantasma, para el que era más real su libreta de apuntes, en la que escribía notas de viaje, que el entorno.
En los textos más subjetivos, particularmente en «Prefacio: veinte años después», Valdés declara: «Fuimos pareja de 1974 a 1981», y también en otro momento: «Yo lo quise y a veces él también me quiso». Allí su libro adquiere la atmósfera de una confesión íntima, tan audaz como honesta, tan bella como inmanejable.
Los demás ensayos centrados sobre el sarcasmo y la lucidez crítica de Lihn, sin parangón ni herederos hasta hoy, su disidencia de los oficialismos, las dictaduras y las ortodoxias, su desubicación política, el intelectual que blasfemaba a destiempo y se hacía harakiris, alejando de su órbita a comisarios e inquisidores, constituyen parte de las indagaciones de Adriana Valdés en torno a la poética de Lihn.
Además, menciona en los poemas lihneanos los desenfrenos del yo y del ello, las visiones de la literatura entendida como la precariedad misma, espejos, invernaderos, habitaciones oscuras, traumas personales y sociales, la retórica y la cháchara vergonzantes: la poesía como el gran fantasma bobo.
Sin omitir la autocrítica, que llegaba al sabotaje, el rencor hacia la infancia y la educación; la inoperancia de la alquimia del verbo: «Él botó esta basura», dice Lihn en su poema «Rimbaud». En suma, el pathos de sus versos: la poesía como el albatros asesinado que se lleva colgando del cuello, de acuerdo con el poema de Coleridge, pero también como en el poema «Albatros» de Baudelaire, un ave provista no de alas, sino de muñones.
A la par, Adriana Valdés desliza de nuevo la confidencia, en «La escritura de Diario de Muerte: un testimonio presencial». En ese punto, el ensayo se aproxima más a la sangre que a la tinta, se torna bitácora, crónica de su caminar con Lihn desde la perspectiva crítica y emocional.
Si la poesía es también una forma de silencio, antes de entrar en la zona muda, es posible susurrar: «… quien de los dos es el otro cuando ocurre/ lo que podría llamarse, amor, por su nombre».
Enrique Lihn: vistas parciales
Adriana Valdés
Editorial Palinodia, Santiago, 2008, 177 páginas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…