En el V Congreso Internacional de Minificción realizado recientemente en Neuquén (Argentina), tuvimos ocasión de conocer al escritor colombiano Guillermo Bustamante Zamudio, quien además de notable cultor del microcuento, también ha destacado como antologador y editor de prestigiadas revistas de narrativa en su país. Presentamos una selección representativa de su trabajo en el género.

Juego genial

Las enciclopedias constatan la inconsistencia de las versiones sobre el nacimiento del ajedrez. Queda claro que no tuvo un origen único y que, gracias a un proceso de transformación constante, llegó al estado en que hoy lo conocemos, con sus ingeniosas e infatigables posibilidades.

Una de las mutaciones es la desaparición de una pieza y sus funciones específicas. Hoy sabemos de parejas de alfiles, caballos y torres, además de peones, rey y dama. Pues bien, parece que, entre el alfil y la dama, antes existía otra pieza: el gato. Uno solo era suficiente.

El gato no tenía reticencia en orinar el vestido de la dama, desobedecer al rey y hacer mofa de la solemnidad del alfil. Empujaba a los peones en formación, arañaba al caballo y cazaba pájaros encima de las torres. Era muy difícil sorprenderlo en la contienda. Debía ser eliminado siete veces. No avisaba jaque. Tomaba piezas en cualquier dirección como resultado de perplejantes saltos acrobáticos. En el gato del otro bando no veía un enemigo: era frecuente encontrarlos en rochela hacia el centro del tablero o remoloneando a la sombra de las piezas vencidas en batalla.

Tan maravillosa pieza del ajedrez se sacrificó, no sin sonoras quejas —y pese al respeto que culturas orientales brindan al animalito—, a nombre de la seriedad que hoy caracteriza al juego.

 (Tomado de Convicciones y otras debilidades mentales. Cali: Secretaría de Cultura, 2002. Libro Ganador del premio «Jorge Isaacs» 2002, en la modalidad de cuento)

Comprensibilidad

 Y díjole Yavé a Noé: “Hazte un arca de maderas resinosas, divídela en compartimentos y calafatéala con pez por dentro”. Noé no entendió nada. Temía preguntarle al Señor, pues como no ostentaba muy buen genio, podía repetirle la misma frase con doble signo de admiración. Optó por ir al diccionario; allí encontró que “arca” es cofre. Esto lo alentó: debía hacer un cofre de maderas resinosas para meter allí todos los animales. Raro, pero comprensible. Ahora bien, ¿qué es “resinoso”? Que tiene o destila resina. Buscó “resina”: sustancia sólida o de consistencia pastosa, insoluble en agua, soluble en alcohol y aceites esenciales, y capaz de arder. Las resinas son duras, fusibles, quebradizas, amorfas, de factura concoidea y malas conductoras del calor y de la electricidad. Se originan por oxidación o polimerización de terpenos.

Ahora no sólo no sabía qué eran maderas resinosas, sino que estaba ante un enjambre de palabras igualmente desconocidas: fusible, concoidea, polimerización, terpenos… Aunque desesperado, Noé se empeñó en aprender: fue a cada una de estas palabras, pero el panorama de la claridad se alejaba cada vez más, empujado por docenas de expresiones nuevas, por conexiones desconocidas para él.

Todavía le faltaba entender la expresión “calafatéala”, aunque de “pez”, él sí sabía que se trataba de un animal acuático, del cual no estaba obligado a escoger para meter al arca.

(Tomado de Oficios de Noé. Bogotá: Común Presencia, 2005)

 Seguidilla cartesiana IV

 Dios proveyó al hombre de un juicio desmañado e inestable, susceptible de ser influido por opiniones falsas e irracionales. Por eso no demoraron mucho los necios en desmentir la única certeza bien fundada que tenía el hombre: la existencia de Dios. Entonces éste, indispuesto porque tales opiniones lo ponían al nivel de los afectos humanos, y ponían a los hombres a discernir sobre lo que Él puede y debe hacer, permitió que el Filósofo demostrara la existencia de Dios, con argumentos que, ahora sí, resaltaban con el débil ingenio de los necios, tal como Su perfección resaltaba con cualquier idea humana de Dios.

Pero muy pocos necesitaban objeciones racionales para no creer, y muy pocos leerían, sin desfallecimientos, las Meditaciones del Filósofo que —de todas maneras— carecían de toda fuerza para fundamentar la fe, que es del orden del acto y no de la especulación.

(Tomado de El placer de la brevedad. Seis escritores de minificción y un dinosaurio sentado. Tunja: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 2005)

Ventura

 Un día fue a ver a la mujer para la que las cartas, dispuestas con cierto rigor y sometidas al azar de su develamiento, eran como un libro abierto.

—¿Cuánto viviré?

—Tienes una larga vida —informó la pitonisa.

—¿Cuánto? —insistió.

—Hasta los 90.

“¡Me quedan 60 años de vida!”, pensó. Pero sus ganas de creer eran tan fuertes como su deseo de demostración. Entonces subió al edificio más alto, para retar esa sabiduría en la que la mitad de su convicción se afincaba, y se lanzó del último piso.

Tardó 60 años en caer.

(Tomado de Segunda antología del cuento corto colombiano. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2007)

 La actriz

Caperucita estaba aburrida: cada vez que un lector toma el libro y lee, termina primero baboseada y después tragada por el lobo, saliendo finalmente a través de una chapucera autopsia de cazador. Para acabar con este ciclo infernal, convenció a una amiguita de hacer sus veces y presentarse en la escena de marras con la canastilla munida de manjares. La abuela estaba muy viejita y no notaría la diferencia; le prometió cierto favor como recompensa, una vez la sencilla misión fuese cumplida.

Quiso verificar personalmente el desarrollo de los acontecimientos. En su momento, oyó los infantiles gritos que en el libreto marcaban, primero, la infructuosa negativa de la niña a dejarse comer por el lobo y, luego, su disposición en bocados convenientes a las costumbres de mesa de estos carnívoros.

Sólo entonces, contenta, Caperucita cogió su propio rumbo, con la deriva que suele caracterizar a un actor desempleado.

(Tomado de Roles. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2008. Libro ganador del Tercer Concurso Nacional de cuento, Universidad Industrial de Santander, 2007)

 Guillermo Bustamante Zamudio (Cali-Colombia, 1958) Licenciado en Literatura e Idiomas. Magíster en Lingüística y Español. Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Cofundador y codirector de las revistas de microcuento Ekuóreo y A la topa tolondra. Co-antologista (con Harold Kremer) de: Antología del cuento corto colombiano (1994, 2004, 2006); Los minicuentos de Ekuóreo (2003); y Segunda antología del cuento corto colombiano (2007).

Ganador del premio «Jorge Isaacs» 2002 (Valle del Cauca-Colombia), modalidad cuento, con el libro de microcuentos Convicciones y otras debilidades mentales. Ganador del Tercer Concurso Nacional de Cuento, Universidad Industrial de Santander, 2007, con el libro Roles (Premio compartido). Mención de Honor en el Tercer Concurso literario «El Brasil de los sueños», 2008. Bogotá, Instituto de Cultura Brasil-Colombia – IBRACO.

Libro de microcuento: Oficios de Noé (Bogotá: Común Presencia, 2005). Libro sobre microcuento (con Harold Kremer): Ekuóreo: un capítulo del minicuento en Colombia (2008). Libro inédito de microcuento: Disposiciones y virtudes. Sus microcuentos han sido incluidos en diversas antologías colombianas e hispanoamericanas.