DE ANTOLOGIA

(Sabido es que Chile es país de poetas.  En la zona los poetas proliferan de modo casi inquietante.  Siempre están apareciendo libros de poemas, revistas literarias colmadas de poemas. Aun a los diarios llegan cartas del lector en verso.  Poetas épicos, líricos, láricos, áulicos; poetas panfletarios, testimoniales, sufrientes, gozosos;  poemas profundos, livianos, breves, extensos.  Entre tanto poeta y entre tanto poema resulta fácil desconcertarse, por lo que las antologías poéticas regionales son una necesidad y no un lujo.  La publicación de antologías de poetas de la zona se recibe siempre con interés. Al mismo tiempo, publicar una antología de poetas de la zona puede ser empresa riesgosa.)

LA ANTOLOGÍA CONDENADA

En el Parnaso Regional, don Gabriel Menares y doña Juana Ramona Jiménez de Menares eran de los poetas más quitados de bulla y de los más cultos.  Tenían sus años y sus ahorros,  tenían su propia biblioteca y criterios críticos complementarios: eran la dupla antologadora precisa.  Cuando anunciaron la publicación de una monumental  Antología Crítica de la Poesía Regional Contemporánea hubo comprensible expectación.

La aparición de la Antología Crítica de la Poesía Regional Contemporánea hizo que todas las antologías anteriores quedaran obsoletas;  hizo que todas las reacciones a las demás antologías quedaran obsoletas: reticencias, ilusiones, malquerencias, frustraciones, elogios, panfletos, ironías, insultos, dolores de cabeza, todo pasó al olvido.  La voluminosa antología preparada por don Gabriel Menares y doña Juana Ramona Jiménez de Menares constaba de tres partes: Primera Parte,  poemas de Gabriel Menares;  Segunda Parte, poemas de Juana Ramona Jiménez de Menares;  Tercera Parte,  encomios críticos.

Los poetas, los críticos literarios y varios lectores de la ciudad se reunieron y condenaron al destierro literario a don Gabriel Menares y doña Juana Ramona Jiménez de Menares.  En un ejemplarizador auto de fe, quemaron un ejemplar de la Antología Crítica de la Poesía Regional Contemporánea en la Plaza de Armas y no volvieron a menear el asunto.  Don Gabriel y doña Juana Ramona sí lo siguieron meneando, y con energías renovadas.

LA ANTOLOGÍA ESTIRADA

El profesor Froilán Jara echó a correr por la ciudad el rumor de que preparaba una antología de las poetisas de la zona.  Como por encanto, su vida social se intensificó: le menudearon visitas, envíos de libros, pequeños obsequios.  El profesor Jara sonreía, recibía visitas, libros, obsequios;  decía  “yo no prometo nada”,  decía  “uno tiene sus principios”, dejaba entrever  “uno tiene sus debilidades”.   Las poetisas más añosas se ilusionaban.  El profesor Jara miraba a alguna poetisa más tierna, le repetía  “uno tiene sus debilidades” y hablaba en general sobre las antologías poéticas y en particular sobre las antologías femeniles.  La tierna poetisa se retiraba, si no satisfecha, confiada.

Pasaban los años. Las poetisas añosas fallecían,  las poetisas tiernas ganaban experiencia y kilos. Aparecían poetisas nuevas. No aparecía la anunciada antología poética femenil de profesor Jara.

El profesor Froilán Jara, decididamente, envejecía. Un día, es un deber señalarlo, falleció sin haber llegado a publicar su antología poética femenil.  Entre sus papeles se halló el prólogo y el plan de una monumental antología, cuyo título era Flor de Mujerío, junto a una carpeta cuajada de bellos poemas de Teresa de Avila, Juana Inés de la Cruz, Rosalía de Castro, Mercedes Marín de Solar, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Dulce María Loinaz, María Monvel y traducciones de Cecilia Meirelles.

LA ANTOLOGÍA ADUSTA

Avalado por su condición de doctor en filología, empujado por su carácter más bien agrio, justificado por una vida de frustraciones, cimentado en décadas de lecturas, motivado por el bullente movimiento poético local, el doctor Horacio Palta, sin aviso previo, fue y publicó una antología inquietante:  Antología de versos mal medidos y ripiosos de la ”poesía” regional.  Ciento sesenta y dos páginas implacables donde figuraban casi todos los poetas locales en sus peores momentos:  endecasílabos de diez y doce sílabas, rimas pobres y previsibles, anacolutos, ramplonerías, rebuscamientos, citas improcedentes, obtusos versos nerudianos, torpes versos vallejianos, burdos versos huidobrianos, palmarios versos borgianos y aguados versos parrianos junto a toscos plagios de Paz y rudas réplicas de Lihn.

Como era de esperar, a los poetas regionales les pareció inaceptable la  Antología de versos mal medidos y ripiosos de la  “poesía”  regional.  Organizaron un castigo ejemplar.  Contrataron un camión tolva, lo cargaron con piedras y fueron a derramar la ripiosa carga sobre el Fiat 600 del doctor Palta (mala cosa: con el doctor Palta dentro).  Se ensañaron: después del solitario funeral, lapidaron el epitafio hasta cubrirlo por completo (peor cosa: nadie se hizo responsable).

LA ANTOLOGÍA ATÍPICA

Considerando lo que llamaba la mal faena de su colega el profesor Froilán Jara, el doctor Medardo Risco hizo público su propio proyecto.  Dijo  “yo voy a publicar una verdadera antología de las poetisas locales;  espérense no más: se va a llamar  La Vía Láctea”  y, sin más, se dio a la tarea de compilar la apostura de las poetisas locales.

Al cabo de tres años publicó su anunciada antología.

Evitemos lucubraciones y comentarios.  El sabrá cómo se las arregló.   Lo concreto es que  La Vía Láctea era, en efecto, una selección de gracias de las poetisas locales; más exactamente, era una colección de fotografías de poetisas locales, desnudas de la cintura para arriba:  tetitas redondas, airosas y rosadas, pechugas maternales y acogedoras, bustos opulentos, senos caídos y arrugados, pechos simplemente lisos, pechuguitas insinuadas, tetas agresivas, botones de rosa, pezones luminosos, eritemas solapados, mamas displicentes; en fin, un orbe poético lácteo multiforme y heteróclito.  Debajo de cada fotografía, nombre y apellidos, relación de obras, referencias bibliográficas, dirección postal (en esa época no existía el email).

La Vía Láctea se vendió como pan caliente en el mercado paralelo ciudadano.  Risco se hizo humo.  Según unas versiones, murió arrepentido;  según otras, fue a morir de mala manera.

LA ANTOLOGÍA IMPOSIBLE

Habida cuenta de la heterogeneidad de intenciones y de gustos de los críticos regionales, los poetas de la Sociedad Literaria Regional, entre maliciosos y confiados, convencieron a don Nacho Zapiola de que solo él era el indicado para compilar la antología que la región necesitaba.  Don Nacho les dijo  “está bien, pero denme tiempo, que no quiero excluir a nadie”.   Los poetas de la Asociación Poética Regional también visitaron a don Nacho, para contrarrestar la posible mala influencia de los poetas de la Sociedad Literaria Regional.  Don Nacho también los tranquilizó,  les repitió  “ya he dicho que no quiero excluir a nadie”.  Los poetas independientes, por cierto, acudieron uno a uno a visitar a don Nacho para asegurarse un huequito en la proyectaba antología.  Uno a uno don Nacho los tranquilizó.

Don Nacho Zapiola se dio con entusiasmo a trabajar en su antología.  Solo alcanzó a dar a conocer el  prólogo, en el cual señalaba que todos los poetas regionales eran tan buenos que no se podía dejar a ninguno fuera y prometía trabajar el tiempo que fuera necesario en lograr la cabalidad compiladora.  Los poetas regionales quedaron entre conformes e inquietos.  Si don Nacho no culminó su propósito fue nada más que porque la muerte se le atravesó en el camino.

Como es de suponer, el funeral de don Nacho Zapiola fue concurridísimo y, al mismo tiempo, silencioso.

LA ANTOLOGÍA JUDICIARIA

Don José Joaquín Mellado fue uno de los jueces más respetados de la región.  Sus dictámenes llegaron a ejercer jurisprudencia no solo foral, sino también literaria.  Don José Joaquín era juez y poeta.

Viendo el desconcierto que sucesivas antología generaban en el Parnaso Regional, don José Joaquín decidió poner las cosas en su lugar.  Un día, en la reunión mensual de la Sociedad Literaria, dijo  “aquí falta un principio rector”  y anunció la elaboración de su Antología Poética Regional. Nadie dijo nada;  nadie dudaba de que la Antología Poética Regional iba a poner las cosas donde correspondía.

Antes de lo que la mayoría esperaba, la Antología Poética Regional vio la luz. Se trataba de un texto sorprendente: exhaustivo en su brevedad, no dejaba de lado a ningún escritor regional que hubiera publicado, ya en libro, ya en revista, ya en el diario, algún poema o colección de poemas, a partir de mil novecientos veintinueve.  Para evitar suspicacias o controversias teóricas, los escritores figuraban en orden alfabético.  Bajo cada nombre, fecha de nacimiento, relación de obra publicada, un espacio en blanco y una sentencia inapelable: no ha lugar.

Ni siquiera en el funeral de don José Joaquín Mellado se oyeron voces disidentes.

Andrés Gallardo Ballacey nació en 1941, en Santiago de Chile.  Es Profesor de Castellano (Universidad Católica de Chile, 1966) y Doctor en Lingüística (Universidad del Estado de Nueva York, Buffalo, USA, 1980).  Se ha desempeñado como profesor de lingüística y gramática en la Universidad Católica de Chile y en la Universidad de Chile (hasta 1973), como profesor ayudante en la Universidad del Estado de Nueva York, Buffalo (1975-1978), y desde 1979 como profesor de lingüística en la Universidad de Concepción. En el plano literario, cultiva la novela y el cuento.  En 1989 fue distinguido con el Premio Municipal de Arte de Concepción.  Entre sus obras están Historia de la literatura y otros cuentos (Concepción, 1982), Cátedras paralelas, novela (Concepción, Lar, 1985), La nueva provincia, novela (México, Fondo de Cultura Económica, 1987), Obituario, relatos breves (México/Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1987),  Estructuras inexorables de parentesco, cuentos (I. Municipalidad de San Pedro de la Paz,  2000), Tríptico de Cobquecura (Santiago, Liberalia Ediciones, 2007).  La crítica ha sido más bien generosa con estos libros.  Varios de sus relatos circulan en antologías.