Imre Kertész. Liquidación

Por Miguel de Loyola

Parafraseando el clásico dilema de Hamlet “Ser o no ser”, con un concreto “soy o no soy”, Imre Kertész en Liquidación cuestiona la realidad existencial del protagonista Keresu.

Se trata de un editor de una editorial estatal buscando los manuscritos de una novela que presume importante, trascendente, pero, al parecer, la supuesta novela no pasa de ser una invención, producto del ansia de encontrar lo inencontrable, como el significado de la vida, la diferencia entre sueño y realidad, bien y mal, esos binomios dialécticos inseparables. Son tal vez los sueños de su amigo Be, los que han despertado en él esas ansias por el manuscrito, suponiéndolo revelador de la verdad. A falta del manuscrito, sólo encuentra una breve obra teatral que  hace directa referencia a la realidad de las personas que constituyen el mundo de los últimos días de Be, donde también está presente Keresu, transformándose así la obra de Be  en un espejo, y en una obra dentro de otra obra, como parece ser la jugarreta perfecta de Kertész.

Es indudable que en Liquidación estamos frente a una obra maestra, donde nada falta y nada sobra, donde todas las coordenadas convergen para crear el mundo lúdico de la novela perfecta, capaz de ser una alegoría de la realidad, una denuncia permanente de la misma, como suelen serlo siempre las grandes novelas, y, en especial, aquellas escritas por los Premios Nóbel de Literatura.;

Be, nació en Auschwitz (1944), al interior del campo de concentración, por eso lleva en el muslo de la pierna izquierda su número de inscripción, y no en el brazo como los demás. Ese pasado ha marcado a fuego sus pasos por el mundo, y por eso su visión del mundo será distinta.

Cada uno de los cinco personajes de la novela se proyectan como seres de un gran espesor psicológico, concitando el interés del lector para entrar en sus mundos, el cual paradojalmente los une a unos con otros, traspasando esa red de relaciones inevitables entre quienes trabajan en un misma empresa.

Keresu, el protagonista, editor de la editorial estatal declarada en quiebra, a propósito de la literatura hace una reflexión que a mí se me antoja como una frase para sellarla en esas inmortales placas de bronce: «El hombre vive como un gusano, pero escribe como los dioses.” Como efectivamente sucede a la hora de contar las experiencias más horrorosas, como las vividas en Auschwitz, por ejemplo.

La novela aborda el problema de la culpa, la culpa como enfermedad de la conciencia cuando no se puede evitar lo inevitable, y cuando esa conciencia calla a la hora que corresponde contar.

Es una lástima que Occidente recién comience a conocer los grandes horrores padecidos por los hombres del Este en manos de los sistemas totalitarios que arruinaron sus países y sus vidas. Sólo el arte de la literatura puede entregarnos de primera mano tales asuntos. Aunque después de la caída del muro de Berlín, recién estas obras han salido a la libertad.