Firmamento y olas, de José Paredes. Poesía, Ed. El Juglar, 2008.

Firmamento y olas, como todo buen libro de poesía, mantiene su inocencia y hasta su indiferencia ante cualquier comentario o análisis. No obstante, si se deja solos a los libros de poesía, se produce la banal impresión de que son ellos los que nos resultan indiferentes o ajenos. Hay que hablar de ellos, al menos para señalar su existencia en el barullo ensordecedor y abrumador de los discursos pragmáticos, “útiles”, redituables. Hay que hablar de ellos sin esperar que nos respondan o que revelen sus intransmisibles secretos.

Hay que hablar con ellos como en un coloquio de ilusiones que, para cualquier espectador avezado en descubrir espejismos, no es sino el monólogo de un lector apasionado ante un muro cuajado de signos. Hay que hablarles, convocarlos, echarles las palabras de nuestra vida para que reciban, aunque sólo sea como una sombra, las heridas que han dejado sus signos en nuestros ojos y en nuestro tiempo.

Hablo de Firmamento y olas; hablo con Firmamento y olas; le hablo a Firmamento y olas.

Si hablo del libro, le hablo al lector de este libro, y sé que, diga lo que diga, corto o largo, no lo privaré de ninguna sorpresa, ni de ninguna experiencia: nada sustituye la lectura personal de un libro de poesía, cuando el libro es una auténtica creación, cuando el libro es una expresión singular, única, intransferible a otras palabras. Beethoven decía que, una vez terminada una obra, él no la modificaba más, porque cualquier alteración la convertía en otra completamente distinta. Detrás del comentario de Beethoven estaba una constatación fundamental del arte moderno: desaparecidos los modelos clásicos, sólo el juicio personal del creador podía dar testimonio de la terminación de una obra, de la identidad de la obra consigo misma. Y ése es el secreto que buscamos desde entonces en las obras de arte: ¿qué hace de ellas un objeto único si hemos perdido las medidas clásicas?

Esta pregunta y las infinitas respuestas que se le han dado se confunden con la historia del arte occidental desde el siglo XIX por lo menos. Cada creador auténtico ha incorporado la pregunta y la respuesta en la obra misma.

Yo creo que José Paredes, como creador original que es, ha colocado en el pórtico de su libro la pregunta, y que la respuesta la encontramos a lo largo de los poemas del libro como toda respuesta de un oráculo: en clave, tejida en los sentidos ambiguos del lenguaje y en los pliegues infinitos del pensamiento.

Así pues, Firmamento y olas, el título mismo es una pregunta: ¿qué hay entre el firmamento y las olas? ¿Hay una relación lógica o hay un mundo completo e inabarcable? ¿O las dos cosas? Los poemas responden, uno a uno, y finalmente, con la lectura terminada, responden a coro en la memoria: entre el firmamento y las olas hay una relación rítmica. Mejor dicho, el ritmo nace de la contigüidad del firmamento y de las olas.

Al fundamento superior del cielo responde el capricho azaroso y constante de los rostros del mar, responde como contrapunto, como distinción, como oposición complementaria. Y viceversa, al movimiento constante y siempre en dispersión responde la inmutabilidad de un origen derivado, del cielo como un origen reflejado. Estos dos elementos no son, en el libro de José Paredes, presencias. Más bien, son las existencias que permiten el surgimiento del otro “entre”: entre el firmamento y las olas, está el mundo, tan firme como el cielo, tan numeroso como las olas, tan inmutable como el azul celeste, tan incesante como el océano.

Por eso, José Paredes, con la sabiduría del creador secreto, inicia el libro con un rasgo irónico, con un gesto significativo, y con una sonrisa de generosidad: “Un fragmento, sí”. En un verso está el uni-verso, en una rima interna está el ritmo total de lo creado y de lo leído. Que fragmento rime con firmamento enfatiza y propone con energía un hecho más decisivo: lo que en el discurso es identidad, en el mundo de los objetos es disensión. “Sí” rima con “olas”, pero no para fundar una igualdad, sino para dispersar un sentido. Lo que se afirma aquí, y en todo el libro es eso: la permanencia de la empresa humana, la disidencia constante de la vida. Es la vida siempre dispersa en olas, es la vida siempre disidente de todo lo que – en la realidad – quiere convertirla en una viviente muerta.

Fragmento y olas es un libro para abrir, gracias a ese ritmo, gracias a la divergencia, la afirmación de la vida y el gusto infinito por este mundo.

Y así, ¿qué le puedo decir al libro cuando hablo con él? ¿o qué le digo cuando me resigno a ser la encarnación de un monólogo irremediable? ¿Qué le digo? Lo vuelvo a leer, y al releerlo voy pronunciando las palabras como si ahora ellas no fueran ya Firmamento y olas, sino mi sombra, la sombra de las palabras que las persigue sabiendo que nunca las alcanzará. Lo releo y hablo con el libro usando sus palabras, lo releo y le hablo usando las palabras de sus palabras, y así, de pronto, yo también estoy entre el firmamento y las olas. Al fin soy el sentido de ese ritmo.