Poemas de Alejandra Basualto

Muros

Confianza en muchos, pero ya no en uno
César Vallejo

 De cuando en cuando vagabundeo

escribiendo graffitis por las noches.

Quiero violar la blanca fisonomía de los muros,

la urgente monotonía del silencio

que me dejaron aquellos / los ausentes,

 esos puros muros

donde ya ni los perros se detienen a mear.

En esa esquina

La muerte está sentada a los pies de mi cama

Óscar Hahn

 
La muerte estuvo sentada en esa esquina desde antes que yo naciera.

Silenciosa aguardaba resultados con un ojo rojo

y el otro colorado de puro cansancio.

Cuando vio que mi madre no estaba dispuesta a entregarme tan fácil

echó un par de ojeadas más

y se durmió.

Luego se conformó con un gato blanco.

La muerte ha estado sentada toda mi vida en aquella esquina.

A veces cabecea y murmura cosas raras,

otras, bosteza y se estira como queriendo despertar,

más tarde se hunde en la oscuridad de su rincón torcido,

satisfecha de oírme llorar.

Cuando mi padre se despidió

la muerte me besó en los labios.

Años después me miró muy hondo

desde los ojos amarillos de mi madre

y pude verla sonreír con ella.

Comadres de viaje / me dije,

qué bueno, mi vieja no va tan sola.

En noches como ésta vuelvo a verla,

atisbando desde la esquina / en su sillita pintada

y con el sombrero bien calado sobre los ojos negros.

No es hora / le digo afectuosa,

todavía no puedo viajar, pero no te preocupes:

aquel domingo

cuando por fin decidas abandonar tu esquina

y acompañarme hasta la puerta,

tendré mi maleta lista,

también un bolso de mano

por si hay encargos

de última hora.

Si muerte fuera

 
De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos…

Alejandra Pizarnik

Si la palabra MUERTE abrigara un hombre bajo el poncho,

manso de actitudes / dulce de palabras / bello

como los caquis en otoño / que me endulzara la boca

con su áspero sabor a macho en celo;

si MUERTE fuera un muchacho fuerte y juguetón

como un cachorro sin destetar,

que mordiera mis tobillos y me robara la ropa interior,

los zapatos y las medias;

si ese MUERTE que tal vez ya me observa

-centinela del siglo que asoma sus encías inmaduras-

mostrara un rostro de barba negra y cariciosa,

un resuello de varón maduro

y sienes clareando en la penumbra;

entonces sí me gustaría encontrármelo de frente

aunque fuera en un callejón oscuro,

o en la mitad de un verano bajo los árboles de mi casa

en un domingo cualquiera

de ésos que nadie halla motivos para recordar.

Me abrazaría entonces al mentado muerte convencida

de que es mi último caballero andante,

el olvidado príncipe azul o un valiente filibustero

que viene a rescatarme / a seducirme

a llevarme consigo

para que por fin juguemos

un último juego

de esperanza

Canción para Caperucitas

 
No le digan a los carniceros / que en cada vaca hay un cisne.

Hernán Rivera Letelier

Muchacha,

huye del cuchillo

cuando aún sea posible, cada seductor

es un larvado carnicero.

No permitas que sus dedos terroristas

se cobijen en tu espalda,

sólo quieren arrancarte las plumas.

No dejes que su boca besadora

deslumbre de algas tus pezones

o derrame aromáticas especias

sobre tu vientre acurrucado.

Jamás cultives en tu Monte de Venus

perfumados verdores de perejil

de albahaca ni tomillo

que sólo despertarás sus apetitos.

Arranca de tu jardín todo asomo de laurel

y oculta el oloroso diente del ajo campesino;

no vaya a ser que hierva la avaricia

en el fondo oscuro de la olla

y el seductor no pueda contenerse

e introduzca en el agua alborotada

el bello cuerpo implume

que entonces ya serás.

Conjeturas

 
Cada uno de nosotros eleva su propio volantín en este descampado

Jorge Montealegre

No están solos los que observan su país

en calladas conjeturas

recorren las grietas del baldío

que tiñe la ciudad mancha encarnada

hacia los cerros

revisan la corteza la epidermis el hueso oculto y frío

al fondo de las quebradas

las uñas carcomidas por el abandono

algo parecido a la hiel

se funde con la multitud cargada de pesares y deudas

a fuego lento hierve la mordedura

 Basural

 
Es imprudente tocar campanas durante una tormenta

Gonzalo Millán

Quedémonos en silencio

que duerme la ciudad.

No habrás olvidado las noches en el vacío pavoroso

vanamente estrelladas,

el ciego retumbar de la nada en nuestros tímpanos

la calle muerta,

ni un perro / ni una rata / ni siquiera

un hombre o una mujer

buceando en la basura.

El miedo roía los intestinos

con más eficacia que el hambre.

 Última primavera

 
Sé que un día de éstos / acabaré en la boca de alguna flor

Blanca Varela

Cegadora y arbitraria entró como un torbellino

para destriparme, la primavera.

Me succionó la médula,

forcejeó con mis aprensiones hasta metérseme dentro

y tuve que verla en su verdor inexcusable,

tuve que olerla hasta la náusea,

y ella hubo de arrebatarme

hasta mis nubes más ocultas.

Quedé con el corazón en descampado, desprovisto

de telarañas y puñales / calato en su calabozo.

Engañosa luminosa

me humilla con su mascarita de flores

y sus pajaritos recién brotados,

pero el memorioso que llevo dentro no cesa de gritarme

que no le crea / que se irá de un día para otro

con su risueña costumbre de madreselva.

Y luego tendré que construirme pabellones y huesos

y costillares y verjas de feroz apariencia

para guardarme y protegerme

de sus besitos pintados.

 El angelito

 
Bienaventurado / el que en un altar hizo su nido / y voló bajo

Alfonso Alcalde

 
La madre sombreaba por los cuartos

con su silencio encorsetado

los ojos apenas vivos para mirar

la carrera final de su angelito.

Blancos faldones, alas plateadas,

de pie / con la rigidez de las muñecas antiguas

el niño muerto me miraba.

El padre pegaba monedas en su frente

sin secarse el sudor ni aflojar la pena.

Alguien cortó un cardenal rojo del jardín

y se lo puso al finadito en la boca

pero él ya no podía agarrarlo con sus dientes.

Quise tocar sus pies / mi madre me detuvo.

Entonces supe que el niño ya no estaba

con su cuerpo de niño, ni sus gritos

ni sus risas, ni sus llantos.

En su lugar habíase instalado un ángel de veras

para consolar a padres y hermanitos.

En su honor sollozaban las lloronas

vestidas de negro riguroso / en el patio

los tíos martillaban unas tablas

para armar un cajoncito blanco.

Cuando comenzó la fiesta mamá dijo

que mejor volviéramos a casa.

Al día siguiente desde mi ventana

vi marchar al padre con su bultito

como si llevara un quintal de harina

atormentándole los hombros.

Detrás / la comitiva a paso lento

como si todos fueran

abandonando el pueblo.

 La dama

 
Esta dama sin cara ni camisa / alta de cuello, suave de cintura /

tiene todo el temblor de la hermosura

Miguel Arteche

He visto a la dama delgada como ninguna

sonreírme resucitada.

Advierto sus mejillas maduras

la escucho deshilar sonidos y palabras / sé que teje

la máscara perfecta para ocultar sus intenciones.

Ella no es de este mundo,

tampoco de otro que yo conozca.

Parece habitar fuera del tiempo concentrada

en alguna idea que no logro adivinar.

Su voz resuena como un clavecín

aserrando el pie secreto

de la silla que llevo conmigo.

Envuelta en su capa de noche

por la avenida difunta avanza la dama

con su vestido de nieve

y su cabellera tiznada.

Pero nadie evita que me estremezca:

su belleza

no alcanza a cubrir la calavera.

 El poeta

Quedé solo en medio de un bosque. / El bosque ya no me reconocía.

Hermanos y amigos partieron / hacia los cuatro brazos del horizonte.

Crónica del forastero. Jorge Teillier

¿Adónde van, adónde van?, gritaba el poeta.

No me dejen aquí, que me muero de frío.

Y nosotras desde lejos

veíamos cómo trataba de seguirnos

pero no tuvimos conmiseración.

¿Qué podíamos hacer con un poeta a cuestas?

¿Para qué sirve un poeta? dijo alguien.

¿Podrá cortar la leña, podar los árboles,

hará la comida, tal vez,

lavará los platos, vigilará a los hijos,

cuidará los animales, acaso?

preguntamos a coro.

Desde el puente lo mirábamos

pequeñito caminando por la llanura

con su bolsón lleno de libros y de lápices.

Pero traíamos el corazón aterrizado

firme sobre los pies pegados al suelo

y no logramos vislumbrar

ningún uso posible para tal personaje.

Dimos la vuelta y regresamos despreocupadas

a nuestras casas cantando.

***

Alejandra Basualto. Nació en Rancagua, Chile, el 1 de diciembre de 1944. Se formó en los talleres literarios de Miguel Arteche, José Donoso, Alfonso Calderón y Pía Barros. Es Licenciada en Literatura y Egresada de Doctorado en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Chile. Cultiva tanto la poesía como la narrativa, especialmente el género cuento. Su labor como directora de talleres literarios la ha llevado a conducir talleres en ambos géneros en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, y otros talleres de escritura creativa en varias universidades e institutos privados, como Balmaceda 1215. También lleva a cabo esta labor en el Instituto Cultural del BancoEstado y en su taller particular La Trastienda, desde 1988. Desde 1991 dirige la Editorial La Trastienda, donde ejerce como editora y diseñadora. Es directora de la Corporación Letras de Chile.

Libros publicados:

Los ecos del sol, poesía, 1970, Offser Service, Santiago.

El agua que me cerca, poesía, 1984, Taller Nueve, Santiago.

La mujer de yeso, cuento, 1988, Ed. Documentas, Santiago

Territorio Exclusivo, cuentos, 1991, Ed. La Trastienda, Santiago.

Las malamadas, poesía, 1993, Ed. La Trastienda, Santiago.

Desacato al bolero, cuentos, 1994. La Trastienda, Santiago.

Altovalsol, poesía, 1996, Ed. La Trastienda, Santiago.

Casa de citas, poesía, LOM Ediciones, 2000, Santiago.

Además, publicada en diversas antologías en Chile, Estados Unidos, México, España, Francia, Italia y Dinamarca. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano y danés y ha obtenido diversas distinciones tanto en Chile como el extranjero.

En: La página de Andrés Morales