Roberto Bolaño y la nueva literatura

Por Ricardo Lagos Miranda

Hoy, 15 de julio, se cumplen cinco años de la partida de Roberto Bolaño, escritor nacido en Chile, muerto en España. En estos días ha comenzando a circular un sin fin de comentarios, en revistas y diarios, sobre la vida y obra de este autor, al parecer muy erudito e importante, el cual según sus más grandes defensores no ha sido lo suficientemente alabada, aunque actualmente toda la crítica de habla hispana, lo corona como el líder de una generación.

Es indudable que Bolaño es un escritor que algún enigma tiene, ya que se ha realizado una representación teatral de su obra y está en desarrollo el trabajo de adaptar al cine la famosa y connotada novela Los detectives salvajes. Sus defensores son muchos, y su literatura para la gran mayoría de los “literatos” es realmente significativa, algunos incluso han llegado a mencionar que “Bolaño ha marcado un punto de quiebre en la literatura hispanoamericana”.

No voy a negar que soy realmente un fan de Roberto Bolaño, tampoco voy a negar que constantemente me veo seducido por escribir, más que por leer, lo cual me convierte, quizás, en una persona inculta, desinformada,  en comparación a muchos “grandes hombres de las letras”, pero que finalmente escribe igual; y en este punto quiero detenerme. Bolaño es considerado el líder de una nueva narrativa, que ha impulsado un quiebre enorme en la literatura juvenil, en todos estos artículos siempre se puede respirar el aire de poner a Bolaño fuera del Boom latinoamericano, así mismo como padre de una nueva generación de escritores hispanoamericanos. También a lo largo de estos tiempos, me he encontrado con escritores que comentan que es muy normal que yo lea a Bolaño, que es para el público de mi edad, entre adolescente y adulto joven.

¿Por qué esta simetría de Bolaño con la juventud? Esa es la pregunta que me asalta cada vez que en una conversación sale a relucir esta postura de “los cultos”, de “los sabios”, que apelan a una generación marcada por un escritor que, en gran medida, destrozó, despedazó y pisoteó a los escritores que ellos quizás admiraron; un hombre que habló abiertamente en contra de los escritores que hoy por hoy son parte del circuito chileno, a los nietos de Donoso, los hijos de Skármeta; toda esa generación de escritores que vivió su inicio literario bajo el manto de la dictadura (al igual que Bolaño), toda esa generación que fue contemporánea a Bolaño y que hoy por hoy, quizás por qué razón, buscan lanzarlo como el escritor de los jóvenes, como el padre de una corriente que no es suya.

Yo llegué a Roberto Bolaño antes de llegar a Julio Cortázar; devoré Los detectives salvajes después del amargo sabor de García Márquez y sus asesinatos en anacronías que no tienen más gracia que hablar de un paisaje muy idílico, pero con poca carne. La primera vez que escuché de Bolaño fue cuando mi papá en un asado contó cómo en 2666 hablaba del machismo mexicano; se reía mucho y cuando lo contó, a manera de chiste (al igual que Bolaño) me causó mucha gracia. Era un niño que le traía sin cuidado la literatura, pero el hecho me quedó grabado y cada vez que escuchaba su nombre sacaba a relucir aquel evento.

Quizás Bolaño para muchos sea considerado para la juventud, porque simplemente salió de lo esperado por su generación; fue capaz de alcanzar lo que muchos jamás alcanzarán: el enigma, esa capacidad que tienen sólo un grupo pequeño de narradores como Kafka, Cervantes, Joyce, Capote y Cortázar (entre otros), la cual consiste en que uno toma el libro y quiere continuar leyendo, las palabras entran rápido, las imágenes se desgranan sin intrincados mapas mentales, la maravilla del cuento no está en su técnica, no está en su uso del diálogo, o el exquisito uso del corriente de conciencia; está en que narra algo que hace sentido, en algo que después se cuenta en un asado. Esa realización, esa compenetración del lector con la obra, es lo que  el poeta infrarrealista logra, quizás con un “hiperrealismo”, donde muchos sucesos bastante improbables, pero posibles, entran en acción; como los asesinatos de mujeres en 2666, donde uno nunca tiene una idea clara de lo que pasa, donde a uno le parece imposible, pero a su vez, lo cree en alguna parte del corazón. 2666, al igual que Los detectives salvajes y la obra entera del escritor, es un salto al vacío, es un viaje intemporal; uno no sabe con qué va a salir en la siguiente página.

Roberto Bolaño es más cercano para mi generación que Parra y Lihn, los cuales ya están consagrados por su infinita poesía, por su enorme y gigantesco aporte al mundo. Por eso la fascinación de la juventud, porque es uno de los pocos escritores que logra desde un presente más cercano, donde las problemáticas propias de la época actual (soledad, cinismo, materialismo, desamparo y violencia) se ven retratadas a la usanza de las escuelas descarnadas; quizás él sea el Rimbaud que se necesita para que Bob Dylan cree sus canciones, quizás sea el Joyce para que Lacan desarrolle su filosofía. Tal vez él fue el clic para una literatura nueva, donde los juegos literarios ya no son lo importante, donde las contertulias en cafés no importan, donde el haber leído a tal o cual escritor  no te acredite más, donde las letras no sean un estrado alto, donde uno tiene que escalar, al igual que en la escuela, por sus notas. Él es el inicio a un viaje necesario en la literatura, volver a lo primitivo. Volver a la metáfora simple, volver al suceso; lo simple siempre cuesta más que lo intrincado, un ir de la literatura contra lo abstracto conceptual, un dejar de lado si el tipo usó fantásticamente el monólogo interior, la sencillez de leer la obra y poder compenetrarse con ella, recobrar la ligereza, dejarse llevar por la novela, introducirse en ella, y que ésta quede grabada en nuestra alma, que la historia genere un alquimia en el lector.

Creo que la obra de Roberto Bolaño es magistral, única y marca un quiebre; marca un antes y un después, no porque no sea reconocido, no porque “ataque a otros escritores chilenos”, no porque sea famoso en España; simplemente porque al leerla, uno puede viajar, puede sentir y puede crecer, y ése es el sentido final del arte: sentir, vivir, expresarse sin límites. Este escritor genera un cambio y una intriga, porque logra salir de si; va directo a lo que importa en el arte, el público. Quizás hoy en día sólo en el teatro vaya quedando aquello. Uno no escribe para su júbilo personal, uno escribe para los lectores, para que la gente pueda conectarse con un algo que de otra manera no podría o les sería tremendamente difícil; está plagado de artistas “incomprendidos” o “no me importa el mundo”, o peor aún, los más radicales no hacen arte por el resto, eso es venderse. ¡Falso!, porque Bolaño no se ha vendido a nadie, y nos ha regalado obras preciosas, importantísimas, trascendentales; y es por esto que creo que la discusión de Bolaño está tan vuelta loca; si no se le ha reconocido realmente no importa; su obra de por sí es maravillosa y no requiere ni burocracia o publicidad para ser vendida. A Enrique Lihn aún tampoco se le reconoce “como se debe”, pero da igual, su poesía quedará en el que la lea para siempre.

Para concluir, me gustaría decir que Roberto Bolaño es un escritor de varias miradas, y que por un par de meses estará en el ojo del huracán; pero más allá de todo el debate de “si debe ser reconocido o no” o “si es el padre de la nueva literatura hispanoamericana” o “es el líder de un nuevo movimiento literario”; me gustaría que los grandes de la literatura, esos peces gordos, por un momento dejen de mirarlo tan ajeno, salgan de si y de su reducto de escritores pulcros, e intenten recuperar el tiempo, dando espacio y apoyo a una literatura nueva; donde lo importante sea la emoción, la carne, el sabor, la vitamina; no el por qué, el cómo y el análisis.

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Ricardo Lagos Miranda nació en 1991 en Cambridge, Inglaterra. Cursa tercero medio, participa en el taller de literatura de Lilian Elphick; además de escribir, es compositor de música popular.

Mantiene el blog Demian Project.