Por Magda Díaz Morales
Cierto, cuando escribimos un correo-e a una persona especial para nosotros, especial en o por cualquier motivo determinado (de amor, de trabajo, de contar un secreto, etc.), pensamos un poco lo que vamos a escribir y no lo hacemos tan abiertamente por miedo a «un hacker o a que la estúpida máquina, por puro capricho, lo mande a otra dirección electrónica o vaya directo al ciberespacio, el limbo de los internautas», como dice el narrador de El amor intangible, del escritor y periodista René Avilés Fábila.
Desafortunadamente, aquellos tiempos del envío de cartas por correo postal se han quedado en el recuerdo. Ahora llegan correos-e y está bien, pero aquella magia de las cartas con papel de color o alguna figura con el sello personal o con perfume a violetas, ya se ha ido.
Como el protagonista de la novela, también leí libros donde: «la dama enamorada conservaba un cofre con cartas, fatigadas de ser leídas diariamente, que le hizo llegar un hombre desesperado porque ella fue obligada a casarse con otro». Actualmente, se abre una carpeta para guardar los mensajes que lleguen por correo de determinado tema o persona que nos interese, y:
Basta con hacer click para enviar una solicitud de apoyo, afecto, amor o de lástima Sólo que la respuesta aparece en una pantalla con tipografía Arial o Times new roman, sin la letra nerviosa y agitada de la persona que sufre, sin su firma, es decir, sin la certidumbre de que fue enviada por un ser humano que padece y quiere, odia y se angustia, tiene miedo y desdeña, pide piedad o desea manifestar su rencor. Puede llegar como producto de una broma de mal gusto o como búsqueda frívola de relaciones sexuales. Es, incluso, posible «conversar» con personas en lugares remotos, lo que se califica con un ridículo neologismo: chatear. O verse las caras y los cuerpos a través de una cámara. No parece haber pasiones, sentimientos secretos tímidos. Domina la frivolidad. Todo ha quedado dentro de una fría computadora cuya inteligencia y perfección lógica es en el fondo aterradora y, desde luego, inhumana por más que sea creación del propio hombre.
El narrador-personaje va aficionándose poco a poco a la internet por diversión y entretenimiento. El matrimonio le parece espantoso y opta por la eterna soltería, esto lo hace estar solo, le gusta la soledad. Se refugia tanto a la computadora, que ésta se hace su mundo.
Un día, este personaje inteligente, preparado, que ha pasado los cincuenta años, que detesta el matrimonio, no cree en Dios, que le gustan mucho las mujeres pero sin compromisos que lo obliguen a nada de lo que él no quiere, infiel, le llega un correo firmado por Claudia Villa, escrito con ese lenguaje del MSN: x en lugar de por, q sustituto de que, los signos de puntuación nada más al final, a la inglesa, un mensaje con descuidos, sin acentos, mayúsculas innecesarias, etc. Era una compañera de la secundaria que había encontrado su correo por casualidad y le envía un mensaje. Se escriben varias veces hasta que deciden verse en persona, se encuentran y… Una circunstancia particular, es que la tal Claudia envía sus correos con copia a Marlen, una amiga, al menos los últimos mensajes que manda.
Pero de pronto, aparece en su bandeja de entrada un correo firmado por una tal Fátima Moreno, una psicóloga. Este correo si estaba bien escrito, era coherente y poseía grados de inteligencia. Sin darse cuenta, van «tejiendo redes amistosas y complicidades». La relación entre ellos es muy interesante, intercambio de temas literarios, musicales, políticos y personales, dentro de los que entran los amorosos y sus teorías al respecto además de confesiones privadas, como por ejemplo:
Él:
Le diré lo que me dijo hace muchos años una amiga: Un amante sirve para muchas cosas: para satisfacerla a una sexualmente, para escuchar problemas que al esposo no pueden decírsele, por último, para consolidar el matrimonio. Yo estaba al borde de la ruptura y sentía a mi marido en parecida situación, incluso habíamos hablado de la separación. Como resultado de ese hastío, busqué un amante (nada más sencillo que hallarlos, los hombres son fáciles, predecibles y poco costosos) y dos o tres semanas de iniciado el romance, mis diferencias con mi esposo habían cesado y hasta me gustaba hacer el amor con él, sentir las diferencias eróticas. Al percatarse de mi cambio, pudo sentir de nuevo pasión por mí.
Ella:
Hay una frase que me gusta de Josef Rattner: «El placer sexual no es protagonista de la relación amorosa. Es decisivo para el amor, pero no idéntico a él».
Gracias a esta estrategia narrativa, los intercambios personales por correo, nos vamos enterando de la vida del protagonista y de Fátima, intercambios que llegan a ser muy íntimos sin atreverse a «enviar fotografías escaneadas» y él, hasta inventando crisis que después no se sentía capaz de resolver. Llegado el momento se deja el «hola» y se cambia por «cariño», hasta se dan los celos. La amistad gradualmente se convierte en amor, virtual, por supuesto. Sin embargo, hay algo importante que «mancha» estos inicios… Surgen obstáculos, necesidades, más inventos que la imaginación entrega y de los que es difícil salir.
¿Romper la virtualidad hace penetrar al «abominable mundo de la realidad» donde todo acaba, como expresa Fátima? o ¿el futuro del amor estará en el ciberespacio?
Y cómo sucede en el mundo virtual, la bandeja de entrada guarda otra sorpresa para nuestro protagonista y, también, le aguarda otra circunstancia en la vida real que vive dentro del relato…
Es una bella novela que les recomiendo mucho leer. Con un final totalmente inesperado. Nada de lo que imaginamos puede ser o suceder, es. Recomiendo especialmente la intertextualidad tan rica que recorre la narración y los múltiples fragmentos de cartas amorosas de personajes literarios y políticos (lo que le escribe Trostky a Natalia, su mujer, es bellísimo, con fuerte carga sexual, como las de Joyce).
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René Avilés Fabila, El amor intangible (México: Axial, 2008)
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…