Perfecto
Era perfecto, no cabía la menor duda; cualquiera que lo observara, oliera, tocara, pensara; cualquiera, por insensible que fuera, percibiría de inmediato la perfección al aproximarse al castillo.
Perfecto. Así. Sin más.

Era un castillo perfecto.

La gente se arremolinaba entorno intentando explicar los motivos de aquella inhumana obra. Arquitectos, estetas, geómetras, nobles de todos los rangos conocidos. Escultores, matemáticos, parapsicólogos, investigadores de las más reputadas universidades.

Hombres, mujeres, niños, ancianos; pobladores de todos los confines viajaban hasta el lugar. Gentes tradicionalmente enfrentadas se unieron en el afán de solucionar el enigma. La humanidad entera se volcó en la común tarea de descifrar la clave de aquella insoportable perfección.
La resolución adoptada fue aclamada por todos. El castillo era imposible. La perfección no podía ser. Había que destruir la abominable obra.

Nos lanzamos todos en frenética carrera contra el castillo que por fin sucumbiría a nuestra ignorancia.
Era un castillo perfecto. Seguía siéndolo, mientras la suave ola lo arrastraba hacia el infinito océano. La búsqueda de su reflejo es lo único que nos queda ahora.

La espera

Cruzó la calle con el corazón encogido de inseguridad. Antonio la esperaba, como cada jueves, de pie frente a la puerta verde. Así era desde hacía ya más de cinco años: cada jueves un paseo; cada dos miércoles, si no había fútbol, cita en la habitación del hotel. Allí mismo. Así el podía ver los cambios de luz de su casa por la ventana.

Desde la distancia se leía el reproche en su cara. Pero estaba allí. La esperaba. Un alegre revoloteo de mariposas en su estómago avivó en ella la conciencia del amor que la poseía.

—¿Por qué no viniste el jueves?

—Tuve que ir al hospital.

—¿Otra vez tu viejo?

—No.
—¿Entonces?
—Yo. Es que…

—¿Tú qué —inquirió Antonio mientras le sujetaba el brazo con fuerza innecesaria.

—Nada. Nada importante. Me… me intoxiqué. Me hicieron un lavado de estómago y… No pude venir. ¡Lo siento!

Caminaron uno junto al otro, en silencio, hasta la esquina que cada jueves presenciaba sus despedidas.
—¡No más llamaditas de atención, eh gordi! Sabes que no me gustan los mimos. Espérame el miércoles en la habitación.

Ella permaneció con la mirada baja mientras recibía el esperado pellizco en el culo.
—Hasta el miércoles, entonces.

—Sí, amor. Te esperaré en la habitación.

Había partido. Ella lo sabía y se sentía por ello especialmente privilegiada. Se compró el perfume que a él le gustaba oler en su cabello, soportó con humor la dura semana de trabajo, cuidó cada detalle de su aspecto y esperó en la habitación.

Esperó. Lo había dicho y lo hizo.

Una hora después de la finalización del partido María, la mujer de Antonio, profirió un grito escalofriante desde la cocina. Él corrió a socorrerla y la vio. Estaba allí, en la habitación del hotel, esperando. Su cuerpo joven colgaba de la ventana sujeto por la cinta de la cortina con que se había ahorcado.

Antonio abrazó a su mujer.

—Tranquila, cariño —dijo mientras la abrazaba. Se ve que la droga está empezando a hacer estragos en este barrio. Ven, ven a sentarte. Tranquila.

Las elegidas

Su cuello crujió con suavidad extrema bajo el conocido peso de las expectativas familiares.
—Murió por no creerse, sentenció el primo traumatólogo.

Ante el nuevo fracaso la familia, implacable, eligió a la pequeña Ana como estandarte anunciador de los anhelos acumulados.

Su cuello luce, desde entonces, un férreo collarín.

Bjorn o la habitación 217 o las heridas de Ana

Abrió la puerta de la 217 con desganada brusquedad, como corresponde a quien lleva más de quince años realizando las mismas mecánicas tareas cada mañana. Sin prisa —nadando en el sonido que la inundaba desde sus auriculares— empujó suavemente el carro metálico que portaba sábanas y toallas. Tan sólo dos habitaciones más y terminaría otra jornada.
Inspiró profundamente el dulce perfume de la ropa con los ojos clavados en el inmenso animal que, sereno y aparentemente protector, lamía el cuerpo herido, desnudo, sin vida, de la vieja profesora.

No pudo gritar.

No quiso.

Nunca antes había visto esa plácida sonrisa posada sobre los labios de la mujer hace tiempo conocida.
El timbre estridente del despertador interrumpió de manera inesperada la inquietante mirada que el enorme bellísimo oso le brindaba desde la cama.

Ana se levantó y, con desgana, se dirigió mecánicamente al cuarto de baño.

Bajo el estimulante chorro del agua fría intentó recuperar la memoria de su sueño. Pero pronto desistió y, enjabonándose, repasó mentalmente las clases que debía dictar aquella mañana.
Demasiados años intentando transmitir su ya dudosa pasión por las matemáticas. Sin embargo una sonrisa atravesó su cuerpo cuando recordó que un nuevo alumno se incorporaría esa mañana a sus clases.

Salió de la ducha decidida a vestirse y perfumarse con esmero para su nuevo estudiante.
Al finalizar la clase suspiró profundamente sintiendo que las correlaciones múltiples habían quedado definitivamente aprehendidas.

Recogió sus notas despidiendo a los estudiantes y sonrió cálidamente cuando el chico nuevo se le acercó tendiéndole su mano:

—Buenos días, profesora, mi nombre es Bjorn.

Apenas había pasado una hora cuando entraban, las manos enlazadas con tierna fuerza en la pensión que muchos años antes escogiera Ana como residencia. Fue él quien tomó, con firmeza, las llaves que pendían de la mano de la recepcionista. En el rostro de Ana una plácida sonrisa contrastaba con el incontrolable aleteo de su pecho de nuevo apasionado.

Subieron caminando los dos pisos. Cuando cerró la puerta ella esperaba ya sobre la cama.
Por fin iban a lamer sus heridas.

Estos textos han sido tomados de Máquina de coser palabras , blog de Juan Yanes.

***

Izaskun Legarza

Nací el 18 de mayo del año 1963 en Santa Cruz de Tenerife, capital isleña que entró en el panorama internacional por ser la inicial plataforma del mal llamado Alzamiento del General Franco. Llegué a la vida en el seno de una familia mermada en número por las limpiezas desarrolladas por los sicarios del Dictador y en ella fui criada atendiendo las noticias de radio Moscú internacional y de la BBC hasta el año 75.

Mi padre era marino, lekeitiarra de nacimiento y sentimiento, católico, socialista y sentimental.

Mi madre, viviente en pulso y muerta de Alzheimer, era una bellísima mujer nacida en La Gomera de familia trabajadora y acomodada tipo mi padre fue peón de hacienda etcétera.

Soy la mayor de cuatro hermanos, tres chicas y el deseado varón y fui perfeccionista y angustiada, además de gorda, durante toda la niñez que viví con mi madre mi abuela y mis hermanos mientras mi padre realizaba interminables viajes en petroleros que iban y venían al Golfo Pérsico. Hice con él un viaje Gran Canaria-Valencia-Stavanger-Estocolmo- Maracaibo- Pto Cruz- Tenerife. El barco era el Hespérides y el año el del huracán Carmen.

En 1976 nos trasladamos a Algeciras cuando la compañía petrolera decidió que un jefe de máquinas con cuatro hijos y tras treinta y cinco años de servicios podía pasar a emplearse en tierra y lo desplazó a la macro refinería del Campo de Gibraltar. En la ciudad gaditana cursé el último año de primaria e inicié el desaparecido Bachillerato Unificado Polivalente. En el 78 me trasladé sola a Málaga para continuar mis estudios sin perder la carrera de piano que como tópica señorita de pro estaba haciendo desde pequeña. En Málaga finalicé mi bachillerato e inicié estudios de medicina (quería, por supuesto ser psiquiatra y estaba pertinentemente enamorada de Carlos Castilla del Pino y de la antipsiquiatría sin olvidar a Woody Allen). Finalizado el primer curso abandoné la medicina, Málaga y a mi novio (posterior marido y actual amigo) y me trasladé a Granada a estudiar Historia.

En Granada viví el jazz y el flamenco, consumí todo Cortázar (excepto Rayuela que me vivía desde Málaga), Borges y Benedetti. Me empeñé en Paradiso y mi vida se hizo tan amplia como la edad permitía. En Granada tuve el honor de que guiara mis estudios geográficos Arón Cohen Amselem, el mejor demógrafo, historiador marxista, profesor y persona que haya yo conocido. Allí hubo poetas en mi mesa y en mi cama. Allí llegó mi familia entera de apoco, hermana a hermana y yo ejerciendo de madre y guía, de ejemplo no siempre correcto, de señora de la casa. Allí fueron al fin mis padres y mi abuela tras el infarto de mi padre y la medalla de oro de la empresa. Terminé mis estudios de doctorado allí y entonces llegó una carta desde Tenerife……

Y volver, a los brazos de mi pequeño colegio, otra vez. Desde el año 90 ejerzo la docencia en casi todo lo que puedo. Llegué joven y casi atractiva y he perdido dientes y ganado kilos. Supongo que debo decir que no me arrepiento.

Tengo dos hijos de siete y cinco años (Adalberto y Tomás) que me hacen casi feliz y un compañero artista y joven que es su padre y de nombre Patrick.

Me enrollo cual persiana y en libretas y papelitos suelto voy escribiendo miedos, ideas, obsesiones. Puro cuento.