Por José Paredes
Desde Silver Spring, Maryland, Estados Unidos
Junio 2008
(de pie, Fernando Jerez, Ramón Díaz Eterovic, Diego Muñoz Valenzuela, Guillermo Riedemann; sentado Cristián Cottet ; en cuclillas Poli Délano y Jorge Teillier; en casa de Díaz Eterovic)
Desde su primer libro de poemas Para ángeles y gorriones, publicado, en 1956, a la edad de 22 años, pero escritos en años anteriores, hasta Hotel Nube publicado en Santiago de Chile a pocos meses de su muerte, ocurrida el 22 de abril de 1996, Jorge Teillier anduvo develando para sí y para los demás su poética de los lares y otras, como si su poetizar hubiese estado en permanente retorno, buscando su origen, o su yo, -las huellas de sus pasos y la de sus antepasados -mirándolo desde su propio acaecer y con los vestigios de los recuerdos suyos y los de los otros, armando de principio a fin, incluso después de su partida, el puzzle de lo humano, la vida misma, o el pasado del hombre.
Su viaje poético no sólo fue a lo familiar sino que iba más allá de su pasado o presente inmediato. Para ello desarrolló una poética cercana a sus conciudadanos: su poética de lo humano. Atrajo en sus poemas la vida cotidiana, la de los pequeños seres, la del leve discurrir de la existencia de todos: el silencio, el fuego que envejece, la lluvia que hace volver al sur, sur que lo hizo estar en permanente desarraigo o en pena de extrañamiento. No se apartó jamás de los seres más frágiles de la sociedad en su poesía, poesía descifrable por cualquiera de nosotros, pero que va más allá de las fronteras de un conocimiento inmediato. Por cierto no buscó la gloria, no los aplausos -o la fama, reveladora de tantos- ni ser sólo entendido por los estudiosos, sino también por las muchachas sencillas de su pueblo, y los seres de cualquier aldea del mundo.
Jorge Teillier no anduvo moviéndose a engaño como poeta y/o como ‘demiurgo’, Mesías que nunca quiso ser. Pero, sin embargo, – en ello estaría la paradoja de su poetizar – llegó más allá de sus límites, de su profecía de los lares en su arte, en su vida, en su peregrinar por los laberintos del ser y su existencia y su circunstancia: la ‘alabanza’ de aldea se le hizo global, en sus pasos de ciudadano del mundo. Tampoco debiéramos engañarnos nosotros que, como lectores, pudiéramos hacer de su poesía una lectura de superficie quedándonos sólo en su pátina y no en su trascendencia – que la tiene, aunque ciertos puristas, los de la poesía ‘pura’ o ‘impura’ digan lo contrario y lo dejen abandonado a su muerte fuera de antologías y de los parnasos criollos y extranjeros.
Como lectores, quedamos perplejos ante la aparente simpleza de su poesía. Por cierto, pensamos que Jorge Teillier va más allá de los lares (En la edición número 14 de la revista Trilce, publicada en 1968, Jorge Teillier puso ante el mundo poético chileno su manifiesto sobre la poética de los lares en el texto “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética”.) en su trabajo poético. Llegado el momento, sacaremos a la luz su poesía lúcida, nostálgica y reveladora para que empiece a estar en la casa de todos, que bien lo merecemos, develando, en lo que sea posible su poética de lo humano.
A partir del conocimiento de las poéticas chilenas y las de otros lares, Jorge Teillier creó la propia. Pasó a ser de ese modo un avis raris dentro del pequeño, pero amplio, ámbito poético chileno. En plena juventud creadora empezó su camino para estar junto a los grandes poetas chilenos del pasado siglo XX. ¿Original? No necesariamente, pero sí con voz propia. ¿Vanguardista y matador de los padres modernistas, creacionistas, ultraístas, surrealistas, exterioristas, etc.? No. Ante todo fue un respetuoso de los ‘mayores’ que le antecedían, por lo que podemos deducir que no tenía ni tuvo problemas edípicos con las voces poéticas mayores de Chile. No lo incomodaron, como tampoco sus iguales, ni los de las generaciones posteriores. Pensamos en Carlos Pezoa Véliz, Pablo Neruda,Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha. Aunque sí tuvo sus referencias críticas a la antipoesía de Nicanor Parra. Por cierto Jorge Teillier no tenía nada en contra de la poesía. La estudiaba seguramente desde sus primeras lecturas, las de antes de tener diez años. Sin ir más lejos, su primer libro publicado – Para ángeles y gorriones – contiene poemas escritos en su adolescencia, de cuando estaba en la escuela secundaria.
Amó a la poesía por sobre todas las cosas y la conocía de forma cabal. Para muestra de eso bastaría con hurgar en las referencias que hace de ello en sus poemas – ya sea adentro de sus textos o en los epígrafes con que alerta al lector. Por cierto no le temía a la intertextualidad y pagaba tributo a sus poetas y escritores más queridos, dándoles el respeto y lugar merecido en sus poemas. Al leerlo, no solo en su obra poética, llegamos a entender que Jorge Teillier era un poeta que respetaba el trabajo de los demás sin pontificar ni menos destruir al otro. Tal vez sentía empatía por los que arriesgaban la vida optando por una profesión tan frágil como el ser poeta, sobre todo en un país como Chile en que la orientación de la gente iba hacia el consumo, es decir, hacia el matadero, literal y literariamente, sobre todo en el tiempo de la dictadura, tiempo que lo tocó en forma personal.
Pensamos en Pezoa Véliz, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, e incluso Nicanor Parra. Sin el uno no hay el otro? Cada uno de ello tiene su propio universo poético, incluso sus propias poéticas. Pezoa Véliz hace su tránsito poético desde la poesía modernista hacia la popular y genera con ello la génesis de la antipoesía, si seguimos a pie de letra los postulados antipoéticos de Parra que es un perfecto robador del fuego de dioses y paganos, mago y timador. Neruda, con sus primeros libros, y sobre todo con Veinte poemas de amor y una canción desesperada revolucionó el quehacer poético chileno y en 1933 con la publicación de Residencia en la tierra transformó la poesía en lengua castellana con el poder iluminador del nuevo lenguaje poético que inauguró. Huidobro, fundador del Creacionismo y con su Altazor llevó a la poesía a otro estadio poético rompiendo todos los moldes y empacatamientos de ésta. Mistral contribuyó al habla poética chilena e hispanomericana con una poesía que también se salía de los moldes; su poesía es tan ríspida como la de Vallejo o Rulfo, en el uso del habla popular y en la creación de vocablos nuevos para usarlos en sus poema, dándole con ello un aire fresco al castellano, rescatándolo y renovándolo desde sus fuentes, el habla popular, de pueblos y de provincias del norte y sur de Chile… De Rokha creó la primera poética nacional, y popular diría él, con tres libros notables: Escrituras de Raimundo Contreras, Epopeya de las comidas y bebidas de Chile y Canto del macho anciano. Parra con su libro Poemas y antipoemas ‘revolucionó’ la poesía chilena según algunos y él mismo que se oponía en franca rebeldía a las ‘escuelas’ de los grandes poetas de Chile, los antes mencionados, aunque sus Versos de salón nos digan lo contrario; quiso, o dicen que dicen que sacó la poesía a la calle, pero la poesía ya andaba en la calle, en los parques, en los enamorados desde los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, poemas que fueron recitados, memorizados y copiados para enamorar por novios de Santiago y otras partes de América Latina; hasta hoy es el libro de poemas más leído en el mundo, por lo tanto el más popular y sigue andando en la calle y en el corazón de muchos más que dos, como dice en Te quiero Mario Benedetti.
Sin los unos no hay el otro y cada uno brilla por luz y poesía propia, sin embargo, en el variado espectro de la poesía chilena.
En medio de ese multi-universo Jorge Teillier fue como una luciérnaga venida del sur de Chile que brilló en pleno día. Poeta de la luz, del pensamiento, de la añoranza, singular y silencioso, que no hacía bulla ni olas a los demás poetas de la tribu, porque para él el mundo era lo suficientemente amplio, en donde cabían todos los que quisieran caber, y no estaba para andar dando mala sangre por medio de su poesía a una sociedad que necesitaba ser arropada y no violentada por rebeldías mal entendidas. Jorge Teillier representaba la ´pureza poética´ venida del sur y de los lares más recónditos de los seres y las cosas. Así supo desmarcarse de toda influencia de la poesía chilena vigente cuando publicó sus primeros libros y los posteriores. De ese modo creó su propia virtud poética, tuvo su propio mundo y llegó a tener sus propias visiones poéticas.
Jorge Teillier fue un visionario, o un vocero de la tribu, que recuerda en silencio el paso de las horas, la música de la lluvia, las fogatas de las noches y los recuentos después de la jornada comiendo el pan amasado por las madres, las hermanas o las novias, y asando al palo el cordero pascual para así tener nuevas energías para sobrellevar la próxima jornada.
Por cierto Jorge Teillier nació a la poesía para estar en la mesa, no para matar a ningún padre, y así fue desde sus inicios poéticos hasta su partida. No vino al mundo a provocar sino a integrarse con propiedad en él. Hurgando en su primer libro de poemas – Para ángeles y gorriones – encontramos un poeta reflexivo, sereno, seguro de su oficio, que no necesita rebelarse para ser escuchado, apreciado y amado por los demás de la tribu al compartir con ellos el pan de su poesía, que ya venía galopando como un jinete en la claridad, con voz propia en el ríspido campo de la poesía chilena. Enrique Volpe explica de la siguiente manera lo dicho anteriormente:
Era la voz personalísima de un joven venido del sur, que rompía en forma respetuosa y segura con casi todos los esquemas que en aquel entonces – 1956 – imperaban en el panorama poético [chileno].
(En prolegómeno a la cuarta edición de Para ángeles y gorriones,
publicado por Editorial Universitaria en mayo de 2004).
Por cierto, Jorge Teillier integra, no desintegra; respeta, no insulta; ese es uno de los mayores logros de él, como poeta y ser humano.
Rescata para su poética voces de otras fronteras, las hace suya y las comparte -reparte, o multiplica- como el pan mítico. De aldea en aldea anduvo con su poética al hombro o en su mirada – ésta bien pudo ser una aldea real, o la que permanece o fundamos en nuestra memoria. Le da voz, poesía y humanidad al quehacer poético que tanto lo necesitaba ayer como hoy. Habló a través de su poesía de un mundo que había que revelar con la mano extendida, no con versos que hieran el alma del oyente o del lector. Es evidente esa relación entre su obra y su actuar como poeta más bien del silencio que de la estridencia. Tuvo voz propia en su primer libro y la siguió teniendo hasta el último, incluso en los poemas que se han encontrado y publicado después de su muerte.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…