Por Camilo Marks
Marchant elabora un melodrama familiar con extensas ramificaciones, giros insólitos, secretos que salen a la luz, abarcando tres generaciones, desde la época de la Reforma Agraria de Frei, hasta algunos de sus miembros que viven en Nueva York.
Si en Sangre como la mía, de Jorge Marchant, el hilo conductor de la trama son las tórridas películas hollywoodenses de los años 40 a 60, en El amante sin rostro, su último texto, el foco de la intriga se centra en novelas que pasan a ser el leitmotiv en la vida de los personajes principales: Pasión y muerte del cura Deusto, de Augusto D’Halmar; El lugar sin límites, de José Donoso; El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald; El fin de la aventura, de Graham Greene, en fin, las adaptaciones fílmicas que cumplen una función parecida a la de los libros citados. Es lógico que así sea: el protagonista, Matías Reymond, es un escritor que ha publicado una ficción a los 25 años y la heroína, Isabel Bradley, tía del joven, lee como posesa, la lectura forma parte de su vida y deviene la razón de su existir, la causa que la explica a partir de narraciones que la definen como ser humano, marcando a fuego los momentos decisivos en su evolución personal (sobre todo, la de Donoso, en la adolescencia y la de Greene, en la madurez).
Con todo, no debe pensarse que El amante… es un volumen cargado de referencias literarias, puesto que aun cuando ellas conforman un elemento esencial, son siempre adecuadas, apuntan a etapas cruciales de la acción y en última instancia configuran claves reflexivas de los caracteres. Como lo ha hecho en todas sus creaciones, Marchant elabora un melodrama familiar con extensas ramificaciones, giros insólitos, instantes de revelación, apariciones inesperadas, secretos inconfesados que salen a la luz, bizantinos recovecos; en síntesis, lo que uno espera en esta clase de historia. Como siempre, su prosa es segura, inteligente, acertada y ella va dirigida a lectores cómplices, quienes experimentarán la tensión gradual, ascendente, despiadada de una crónica que no da respiro en la irreversible progresión de los acontecimientos. Y el estilo es diáfano, clásico, versátil, incluso camaleónico, lo que le permite cambiar el punto de vista narrativo sin confundir al lector o mantener largos episodios bajo la mirada de algún actor, principal o secundario, conservando el interés en el nudo temático, el cual jamás se le escapa de las manos (por ejemplo, ello ocurre con las intervenciones de Charitín, empleada doméstica de Isabel, las aventuras de Romina, reportera arribista y sin escrúpulos o las escenas en que participan Ana Marie y Sanford, hijos de Isabel).
En El amante…, a diferencia de los relatos previos de Marchant, parece imposible olvidar que él ha sido uno de los maestros en el género de las teleseries. La estética, los cortes en el tiempo, los guiños a la cultura audiovisual o los portazos, las aclaraciones repentinas, el encadenamiento de un episodio con otro deben mucho al tipo de intrincadas anécdotas para la pantalla chica que edificaron la fase inicial en la carrera de Marchant. Esto no debe llamar a engaño: la pluma del narrador santiaguino es, con el correr de los años, más refinada, sutil y, desde luego, culta, sin que todo lo anterior signifique, por ningún motivo, preciosismo o falta de esparcimiento.
Porque lo más asombroso de El amante… es su inaudita espontaneidad, su brutal franqueza en medio del abigarrado, cosmopolita y, paradójicamente, provinciano ambiente que describe. A pesar de la enrevesada madeja programática, hay una unidad y coherencia internas que pocos trabajos novelísticos recientes exhiben en nuestras letras. Si bien el argumento abarca a tres generaciones, desde la época de la Reforma Agraria de Frei, hasta algunos de sus miembros que habitan en la ciudad de Nueva York del presente y si los asuntos van del incesto, el adulterio, la locura, los cuadros de costumbres locales, a los problemas de identidad de dos hermanos adoptados, el suicidio de una legendaria fotógrafa, la precariedad en las existencias de hombres y mujeres a la deriva, incluyendo un obispo descarriado, Marchant jamás abandona el eje primordial de El amante…: la desintegración de un grupo de individuos unidos por los lazos más férreos, esto es, los de consanguinidad. En este sentido, la creación está emparentada con las que la han precedido: Me parece que no somos felices, La joven de blanco y Sangre como la mía. Así, Matías e Isabel son el pretexto para indagar, una vez más, en la hipocresía, el engaño, la mentira, la supuesta religiosidad de esa gente con apellidos prestigiosos en Chile.
El amante… puede resentirse debido a la extensión de ciertos tramos, aunque ello es una opción legítima de Marchant o, para el caso, de cualquier novelista a quien, si le nace hacerlo, puede irse por las ramas frente a determinados tópicos. Como sea, lo que aquí abunda no daña, pues ante un producto final tan bien logrado, todo reparo o censura resultan fuera de lugar.
Jorge Marchant
Nació en Santiago en 1950. Titulado de periodista en 1974, inició su carrera literaria con la novela La Beatriz Ovalle (1977). Incursionó en la dramaturgia y trabajó durante años en la creación de teleseries para TVN. El año pasado obtuvo el Premio Altazor por su novela Sangre como la mía (2006), próxima a ser editada en Francia.
El amante sin rostro
Jorge Marchant
Tajamar Editores, Santiago, 2008, 297 páginas. Novela.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…