Por Yuri Soria-Galvarro

Creo que el síndrome del “eterno retorno” en el escritor (ese que cada tanto llega desde España y nos anuncia que un nuevo escritor ha nacido y que todo lo que existía hasta ahora en materia de literatura vale callampa), radica en dos aspectos: las expectativas y la sinceridad.

El acto íntimo, casi obsceno, de escribir, es intuitivo, amoral, onanista: se escribe por placer, porque no hay manera de evitarlo. Pero subyace también la necesidad de compartir lo escrito, más allá del círculo familiar, y en ello no está involucrado necesariamente el ego, o el anhelo de destacar, como el lugar común sugiere. ¿Por qué se tolera sin cuestionamientos que un arquitecto desarrolle un fenomenal edificio, que el cirujano realice una operación complejísima, pero cuando un escritor aparece con un buen libro, y, voluntarioso él, un poco pueril, convencido que es parte de su oficio, lo anda empujando en ferias del libro y presentaciones, se sospecha que el afán de sobresalir es el motor? Parte de la culpa es de algunos escritores que responsabilizan de sus frustraciones a los colegas, a los críticos, a los lectores, al mundo que no los comprende ni celebra cómo debería (que es lo que la prensa exulta como único tipo de noticia literaria). Y otra parte radica en que, quien intenta sobrevivir de este oficio, efectivamente debe auto promocionarse, asistir a ferias, dar entrevistas, venderse (en el buen sentido), para que sus libros se vendan (y se lean). Y ahí llegamos al meollo: se crean expectativas. Y como todas las expectativas, más en un oficio que no admite medios tiempos, son usualmente (o temporalmente) desmedidas y generan frustración. A un escritor le satisface que sus libros vendan, que lo inviten cada tanto (incluso si no piensa ir) a eventos literarios, pues significa que al menos el presentador lo leerá (a veces ni siquiera ello sucede). Pero esa dinámica es perversa, proclive al vedetismo, a centrarse en la parafernalia y distraerse de lo esencial: escribir. Y por ahí hasta declararse el mejor escritor de todos los tiempos, o el mejor cuentista peso mosca, o el más rápido lanzador de metáforas del sureste. La batalla del escritor no es contra nadie, no es una competencia para juntar medallas, hay una lucha, sí, quizás contra si mismo, contra los fantasmas, contra la desidia, contra la muerte. “Dejemos que el tiempo, haga su antología”, dijo Borges, y tengo la impresión que cuando lo dijo ya sabía que estaría en todas las antologías, pero también intuyo que eso le importaba un carajo.

Marcelo Lillo, escritor valdiviano, viene precedido por dos artículos, extensos y elogiosos, de la revista de Libros de El Mercurio (uno el 4 de mayo y una entrevista el domingo 11), y claro, por principio, se desconfía de ese diario, y de su pasquín literario, más cuando desde España, nuevamente vienen a iluminarnos, pero todo el mundo lo lee a fuerza de que no hay más y, en la entrevista, sincero él, dispara de chincol a jote. Hernán Rivera Letelier es un pedante, dice Lillo (creo que es exactamente lo contrario), Jorge Edwards es un plomo (completamente de acuerdo), Jaime Collyer es un buen chato (sí, aunque a veces le dan rabietas).  “Yo tenía a Coloane por un tonto que escribía puras leseras”, lanza Lillo. Ésas, aunque validas, no son opiniones literarias. La fuerza de Coloane no está totalmente en el estilo de su prosa, que podría considerarse hoy algo barroca, (con el mismo argumento podríamos descalificar la obra de Horacio Quiroga y estirando el chicle la de Jack London). No entender eso es no comprender la naturaleza del cuento literario. Hernán Rivera Letelier y Jaime Collyer están entre los mejores narradores chilenos en ejercicio, independientemente de que vendan más o menos libros.

Señor Lillo, ¿ha leído algunos cuentos de José Miguel Varas o “Paso del diablo”, de Pavel Oyarzún o “Ciudadano en retiro”, de Alejandra Costamagna o “Natalia”, de Pablo Azocar, o “Correr tras el viento”, de Ramón Díaz Eterovic o “Karma”, de Carlos Tromben? Por nombrar sólo algunos.

Convengamos en que Lillo es sincero en sus opiniones, pero la honestidad que normalmente es común a grandes escritores va por otro lado, tiene ver con la coherencia, con estar en paz con su oficio. Es cierto, señor Lillo, como usted bien lo dice,  que si le va bien y gana premios lo atacarán, le tendrán envidia, le quitarán el saludo, pero qué le importa (¿Usted escribe por los aplausos? Creo que no), habrá otros que lo leerán con cariño, que sinceramente se alegrarán por sus éxitos, que siempre estarán dispuestos a beberse un vino y reírse de todo esto con usted. a ésos, préstele atención.

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Yuri Soria-Galvarro

Nació en Cochabamba (Bolivia) en 1968 y vive en Puerto Montt (Chile).

Es narrador, ha publicado el libro de cuentos La frontera (El kultrún 2001), Crónicas de viaje (2002) y Mar Interior (2006, edición de El kultrún para Chile, Plural en Bolivia y Ficticia en México).

Sus cuentos han sido publicados en revistas literarias y en antologías en Chile y el extranjero, donde destaca Después del 11 de Septiembre, Narrativa Chilena Contemporanea, antología realizada por Poli Délano (Ficticia, 2003, México; y Ediciones Desde la Gente, 2003, Argentina) y la antología Para seguir Creciendo (2006) del ministerio de Educación Argentino, compilada por Mempo Giardinelli. Fue finalista del concurso de cuentos Franz Tamayo de La Paz Bolivia y publicado en el libro “El tesoro del pirata y otros cuentos” (Alfaguara 2003); y finalista del concurso de cuentos de la revista Paula (“Mi nombre en el Google y otros cuentos, Alfaguara, 2005).