Acerca del poeta, por Barbara Delano

Los soles al chocar
dejaban su estela innumerable de sonidos
que el hombre nunca pudo oír
los planetas rotaron
y el mar dando vueltas
extrañamente nunca se caía

Los hombres seguían levantando
sus manos extendidas sobre el cielo
Los dedos de las mujeres
tocaban el vientre de sus hijos
y ellos besaron largas noches
los pechos de luna donde se bañaban
las sirenas y los delfines ciegos
Nunca vimos un atardecer en Marte
Los días pasaban
rigurosamente
El tiempo seguía dentro de los caracoles
ascendiendo y descendiendo su fatal escala
Nadie sabía los nombres de las cosas
y cuando se dijo atrás
se disparaba a un hombre
y cuando se dijo mano
caía un pájaro
y cuando se dijo tierra
sonó un mar de huesos y calaveras
fue el poeta el que le puso nombre a las cosas
y las cosas desde entonces fueron dóciles y amargas
y amigas del hombre
y se dijo harina
y hubo pan
y se dijo bomba
y fue Hiroshima
y se dijo beso y hubo bocas
desde entonces las cosas vivieron
y bailaron con el hombre durante los siglos
y vino el poeta y presenciamos el atardecer más rojo
de Marte
y cada vez que chocó una estrella con un cometa
escuchamos un ruido de papel arrugado
Si hay algo aquí adentro
que venga un poeta y se siente a la mesa
si algo hay de verde
que venga un poeta y encienda la luz y busque el volcán
si alguna palabra queda por decir
que venga el poeta y tome desayuno
y dé besos y haga espejos de cada pupila rota y amarilla
Un globo roto en las manos de un niño
un auto que se detiene
un hombre que muere
una mujer compra el pan
cinco hombres se mueren
una bibliotecaria hace ssshht
treinta hombres asesinados
un obrero se arremanga la camisa
cincuenta hombres desaparecidos
una hoja cae de un árbol
el poeta da el último grito
sus amigos aúllan como una sirena
camino al cementerio
y las cosas ahí se quedaron
esperando que su mano resucite
para que este globo pájaro
siga aleteando como un feto de gorrión
en el espacio celeste

(de «Revista Pasquín», UEJ, 1979)