Poética de la literatura femenina chilena del siglo XX: un esbozo

Yo tengo una palabra en la garganta

y no la suelto y no me libro de ella

aunque me empuje su empellón de sangre.

(Una palabra: G. Mistral)

Por Cecilia Palma

La poética de un artista es la reflexión acerca de su oficio y de sí mismo con relación a él; de esta reflexión surge su voz, el motivo de su arte y la ruta que este último tomará; es decir, la poética es el artista confrontado con su ser y, en  esa perspectiva, las categorías reseñadas más abajo, son en principio, hijas de la modernidad.

El concepto de poética se acuña desde que se intentó explicar la esencia de la poesía a partir del lenguaje y se palpa cuando el discurso del hablante se convierte en el manifiesto; en él desarrolla a través de su propia voz, su pensamiento y su visión del mundo y de su imaginario.

El énfasis del poeta se descubre en sus versos y el mensaje se desarrolla a través de las palabras,  que pueden o no ser comprendidas en primera lectura, pero que sí se sienten o perciben en ésta; ese trasfondo refleja la interioridad del hablante y su forma de ver. Así, tenemos una diversidad de poéticas según cuán diversos también son los escritores: poéticas de resistencia, a la sociedad, a una dictadura, a la negación rebelde de aceptar alguna intromisión sobre una verdad personal, poéticas de la soledad, el desamparo como sentimiento interior, relacionado a diversos motivos, poéticas del amor, ese amor perfecto y real, el amor perfecto pero ficticio, el amor físico, el amor perdido, el desamor, etc., las poéticas del sueño, donde tienen cabida todas las voces, porque en ellas y en sus trabajos, siempre hay un sentido, una búsqueda, una instancia de razonamiento empírico que intenta rescatar algún sentido.

En este trabajo intento develar la valiosa labor de mujeres escritoras chilenas, sus imaginarios, su visión del mundo y la particular poética de sus versos.

Hablar de literatura de mujeres ya contiene en sí misma esa frase, una discriminación en la que no quisiera caer; sin embargo, no se puede hacer un análisis de ningún tipo si no se habla de la distancia entre la difusión, la oportunidad y el costo que la mujer tiene en el aspecto literario, con relación al hombre; así como dejar de lado, por un lado, el contexto histórico, cultural, social y la postura freudiana o no de la sociedad en la que esta mujer creadora se está desarrollando y, por el otro, la aceptación de que la percepción femenina del mundo circundante es distinta puesto que ella es a partir de su propio cuerpo, un ser diferente con emociones y visiones especiales. Tendríamos que mencionar aquí las dificultades a las que ellas se enfrentan para mantener su pluma y hasta de la diversidad de horarios que ambos géneros destinan a la labor creadora. Con todo, esta diferencia en el aspecto de las poéticas, como concepto meramente estético, tiene una identificación absolutamente femenina que resalta el mundo interior de las hablantes, destacando su esencia de mujeres a través del lenguaje.

En la poética femenina he querido abordar distintos fondos y formas de tratamiento en sus creaciones. Pienso en su deseo, necesidad, visión, intimidad, vivencia, presencia de un mundo interior que quiere ser expulsado a través de la literatura. Su poesía como sueño, como signo de vida y mirada, como imaginario.

La mujer, más allá de su condición de hembra, posee en su interior un mundo rico de vivencias íntimas y de pensamientos que, en la generalidad del tiempo, calla. Hay un gesto dentro de sus entrañas que genera en ella una forma de sentir, una sensualidad que va más allá del erotismo; sino más bien una sensualidad de la percepción de la vida. Esta riqueza interior se plasma en el arte de manera única. Aunque sus palabras, en el caso de una escritora, se perciban, nombren y hasta griten, siempre, tras esas letras, hay un significante:

«a nadie le importa

el maldito lloriqueo
de una poeta de mierda.»

(Malú Urriola)

 Este texto, siendo lo fuerte y lo duro que es, trasluce un sentimiento de dolor, de fuerza, de soledad y de rebeldía, muy profundos, donde la palabra adquiere un valor más allá de sí misma.

Las voces que aluden a la soledad, el sentimiento de desamparo, de frustración son una constante en nuestra poética; sus causales son diversas. 

Un fragmento de La visión y la calle:

 … la soledad que hay en la calle

es tan profunda, que decenas de carruajes

y tranvías no podrían perturbar esta visión.

(de Cecilia Palma, A pesar del azul, 1992)

De Stella Díaz Varín:

… Uno ya no puede valerse de nadie.

Yo no puedo estar en todo;

para eso pago cada gota de sangre

que se derrama en el infierno.

(de Breve historia de mi vida)

La representación del motivo “soledad” en la voz femenina, se desarrolla a través de diversas  concepciones. Durante siglos y desde que a la mujer se le permitió aprender a escribir y leer, su escritura estuvo ceñida a diarios de vida en los que volcaban sus emociones y sentimientos más íntimos, esos que no era posible decir en voz alta porque “una señorita no puede pensar o decir esas cosas”; así mismo, a cartas con posibilidades o no, de llegar al destinatario y a veces, a la narración de algún cuento para sus hijos.

En Chile, en los albores del siglo XX, la mujer necesitó comunicarse con los otros y especialmente con las otras, a través de sus creaciones literarias, en las que volcaban subjetivamente su mundo interior. No hay que ser muy entendido en la materia para confirmar que estos mundos internos no han cambiado demasiado, más bien se mantienen a través de los años, aunque el lenguaje y la forma de expresarlo sea diverso. Este argumento deja por sentado que la esencia de la mujer, (tomando el concepto de esencia como el mundo interior que sostiene a la conciencia) y su visión del mundo, sigue explotando y buscando nuevas formas de expresarse.

Teresa Wilms Montt, poetisa de los inicios del siglo, proveniente de la alta burguesía chilena, fue duramente castigada por su familia y su estirpe por la rebeldía a la que se entregó en su corta vida; asidua a las tertulias literarias, tuvo ideas anarquistas y de la masonería; debió soportar que una especie de tribunal familiar la condenara a la separación de sus hijos y al enclaustramiento; del que finalmente escapó ayudada por Vicente Huidobro; no encontrando, pese a ello, su tranquilidad espiritual, terminando con sus días el año 1921, en París, a la edad de 28 años. En las últimas páginas de su diario, escribió:

«Morir, después de haber sentido todo y no ser nada…».

O en otro de sus textos:

«extraño mal que me roe, sin herir el cuerpo va cavando subterráneos en el interior con garra imperceptible y suave… desnuda como nací me voy.»

Este mismo imaginario de sentirse abandonada en un mundo que al parecer no es para ellas, es el que la poetisa Elvira Hernández, (Lebu, 1951) nos entrega  en este texto y en el que realiza un analogía entre la bandera chilena y la mujer.

«Nadie la identifica en el charco donde vive

si la han visto no se acuerdan.»

O de Yenny Paredes, poeta de Valdivia, (1968)

 Escapo hacia el borde de la cama
a punto quedo de salirme de la página
colgando de la cornisa
como nieve herida por el sol.

En todos estos versos hay dolor, hay soledad, hay sueños y  una firme rebeldía que se asoma inasible entre las palabras. Esto es lo que intento develar: En la de la mujer escritora chilena, no sólo hay el sentido del dolor y del desamparo, si no también fuerza y lucha.
Gabriela Mistral, nuestra Premio Nobel, como es por la mayoría sabido, fue una mujer sufriente y sola en un mundo patriarcal, con una concepción durísima de sí misma, al punto de escribir:  y bendito mi vientre en que mi raza muere, dictaminando con ello una sentencia: No habrá descendientes. La representación de su dolor, se desarrolló a través de toda su vida de diversas formas y motivos, manteniendo también esa voz fuerte y luchadora, la que resiste a todo.

Sin ir más lejos, en Desolación nos dice:

¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?

Gabriela también causó controversia. Una vez que nos despegamos del recuerdo de la escuela primaria, donde nos enseñaron de memoria los “piececitos de niño/ azulosos de frío…” y nos embarcamos en un conocimiento más profundo de ella y de su obra, nos encontramos con una mujer muy potente; con un discurso poético y también político que en Chile no se ha valorado en su justa medida, pese a que no fue considerada como “vanguardista”.

Las vanguardias significaron una liberación extraordinaria de los procedimientos expresivos el poema “La flor del aire”, abre una dimensión distinta de la obra de la poeta, con un lenguaje distinto, más atrevido, que bien podría ser un retrato desacralizado del amor que contiene un erotismo tenue:

LA FLOR DEL AIRE

Yo la encontré por mi destino,
de pie a mitad de la pradera,
gobernadora del que pase,
del que le hable y que la vea.

Me subí a la ácida montaña,
busqué las flores donde albean,
entre las rocas existiendo
medio dormidas y despiertas.

Cuando bajé, con carga mía,
la hallé a mitad de la pradera,
y fui cubriéndola frenética,
con un torrente de azucenas.

Para algunos este poema atisba un encuentro furtivo, amatorio… ¿entre dos mujeres?… Si bien es cierto, el tratamiento estructural del texto es tradicional, no lo es, la osadía y la sensualidad que se asoma de manera sutil entre sus versos.

Como mencioné anteriormente, la escritura de mujeres, estuvo sometida  durante siglos, al desarrollo de sus letras de manera íntima, como el Diario de Vida, la Autobiografía, el Testimonio, las cartas y a sus pensamientos, sin embargo, a comienzos del siglo XX, busca ahora comunicarse con el exterior. En esta etapa, algunas poetizas intentan igualarse o mimetizarse con la literatura de hombres y emergen desde las casonas y cuartos cerrados, sus arengas, artículos y protestas genéricas. Los argumentos: el sexo y el derecho al trabajo. Ellas logran, con todo, aunque con algunas desventajas; ser incorporadas a la vida cultural de nuestro país. A partir de entonces, comienza una propuesta de  trasgresión religiosa y sexual, la utilización de los recursos poéticos simbólicos, confrontacionales y contextualizados; son una búsqueda de revaloración de sí mismas y de la vida a partir de la ruptura de las antiguas imágenes.

Han habido en Chile grandes poetisas que hicieron un bello trabajo creativo durante el siglo XX; no es posible en estas líneas, lamentablemente hablar de todas ellas, como quisiera. Siento que no han tenido el espacio ni el tributo merecido y por ello las traigo en estas palabras, con sus voces propias.

Stella Díaz Varín, en el poema VII de los dones previsibles nos dice:

Me han quitado la sombra

El canto de los pájaros

La bienamada sombra de las alas

Tutela dulce

A mi dolida resistencia.

Y otros motivos, ya más agresivos, fueron apropiándose de una intención distinta, comienzan a desarrollar mis congéneres por allá por los setentas, donde el momento histórico, el desarrollo vertiginoso de una sociedad cada vez más inhumana fue poblando el sentimiento de la poesía:

Paz Molina, en su poema “Libérame”:

Libérame dios suicida

Sentado en tu trono de basura

Con una solemnidad impúdica.

Tu envoltura circense, tu menear el trasero

En busca de buenos dividendos

Para tu campaña publicitaria.

O la resignificación de los símbolos nacionales que hace Eugenia Brito, en los que a través de sus versos rearma un país fragmentado. Brito, en su libro Vía Pública (1984) entrega estos versos dedicados a la Virgen, la que está en la cima del Cerro San Cristóbal, la que nombraron los patriotas: la madre de Chile:

«Sí, Virgen del Carmen,
no quiero tender mis brazos desde el cielo
Yo quiero estar abajo
dentro de la miseria
dentro del abandono
dentro de mi sexo» 

O cuando indica:

«ESCUCHA DIOS
Quién iría a creer que para verte
bastaba con tenderse de espaldas.»

 No como adopción de la fe, sino una reconstrucción de la identidad y en cierta forma es una ironía a la misma.

En este mismo sentido, Elvira Hernández, nos dice:

«La Bandera de Chile está tendida entre dos edificios

se infla su tela como una barriga ulcerada

 _cae como teta vieja_

como una carpa de circo

con las piernas al aire tiene una rajita en el medio…

un hoyito para las cenizas del general O’Higgins

un ojo para la Avenida Bulnes»

Ella libera en este texto una analogía entre la mujer y la bandera, uniendo con signos eróticos el destino de ambas.

María Luisa Bombal, una de las narradoras más extraordinarias de Chile, fue una exponente de creación y desborde del imaginario narrativo, utilizando en sus escritos una serie de símbolos como forma de rebelarse al lenguaje y al medio, pese a que ella poseía una fuerte aceptación de los diferentes roles de ambos sexos. (ver Testimonio Autobiográfico, pag. 342)

Invoca, a través de las palabras, un símbolo erótico y sutil en las siguientes líneas: “Parece que me hubieran vertido fuego dentro de las venas (…)  Cierro los ojos y me abandono contra un árbol. “¡Oh, echar los brazos alrededor de un cuerpo ardiente y rodar con él, enlazada, por una pendiente sin fin!».

Un abandono al sentimiento del placer, sometida, a la vez, a una soledad inmensa.

El avance de la sociedad, la historia, la participación en política, el protagonismo que de a poco la mujer va tomando en la vida de la nación y a veces en su propia vida; la lleva a disfrazar sus emociones tanto de manera externa como interna; es como si no quisiese que nadie la visite hasta su esencia; la creación de un desmembramiento personal. Marina Arrate en Máscara negra:

 «Plena, precisa y pausada

procederé a iniciar

la ceremonia

de mi propia coronación.».

O

«Se despeja el rostro de las manos

Dos ojos en el espejo

hechizados se contemplan.

Detrás de ese antifaz

de serpiente empalizada

dos ojos absortos

embebidos de asombro/  palidecen.»

Para Arrate, el espejo es el objeto que la conoce y reconoce y en él demanda la instalación de la nueva apariencia, con rebeldía; ella misma se corona o autocorona la reina de sí misma.

Malú Urriola (1967) en Piedras rodantes, su primer libro (1988), crea un diálogo entre sí, como espectadora y hablante. Como propuesta estética, este trabajo fue bien recibido tanto por la crítica como por sus pares; sin embargo, quisiera mencionar aquí, un poema suyo, publicado en Hija de Perra, que me parece notable. Permítanme mencionar algunos fragmentos:

«…cuando no estás me faltas como si me faltara un brazo, daría un brazo por no sentir esta falta…daría un brazo, pero no el brazo con el que escribo. El brazo con el que escribo no se lo doy a nadie, si me deshiciera de este brazo moriría atragantada…  Si no tuviera este brazo tampoco podría hablar, porque este brazo es mi lengua, con este brazo puedo decir lo que la lengua se calla, podrían cortarme la lengua pero no el brazo, por eso no siento ningún miedo cuando tengo la lengua dentro de tú boca, porque aunque la arrancaras me quedaría este brazo…  Si no fuera por este brazo no se que sería de mi, por eso sigo a mi brazo, porque este brazo es capaz de encontrar lo que yo no hallo, por eso es él quien escribe, porque si escribiera yo, no encontraría las palabras necesarias, en cambio mi brazo es exacto.»

Quise terminar mi trabajo con este texto, porque esta poética de Malú es una eclosión que representa a la resistencia que la poesía de mujeres ha sostenido a través de su historia en nuestro país. Es un brazo porfiado y así somos. Es cierto que el lenguaje y el imaginario femenino a través de los siglos es distinto, por cuanto la problemática ha cambiado; el constante movimiento de la historia y sus vértices, como lo han señalado teóricos de la literatura, conlleva necesariamente al enriquecimiento del lenguaje y sus expresiones y, en ese sentido, la voz femenina con su poesía, estará allí, siempre, como testigo de una civilización desde una particular y única forma de observarla o aprehenderla.

 CECILIA PALMA

Vicepresidente Sech

Feria Internacional de La Habana

2008