Por Miguel de Loyola

La narrativa del escritor inglés D.H. Lawrence se caracteriza por un lenguaje metafórico sugerente, cargado de sensualidad y erotísmo refinado, capaz  de despertar en la mente del lector sus propias pasiones y misterios más ocultos. A través de escenas y sentimientos velados, apenas implícitos, Lawrence en sus relatos consigue tanto o más erotismo, por ejemplo, que a través de los hechos abiertamente explícitos de la novelística actual, salvo en El amante de Lady Chatterley,

donde la descripción se detiene por momentos en el detalle, sus historias trasuntan la sensualidad propio de los seres carnales. Escritor censurado, como tantos otros, por su capacidad para tratar los asuntos amorosos sin los velos propios de su época,  hoy algunos de sus relatos amorosos podrían pasar hasta por Naif. Pero su narrativa también acota otros asuntos, acaso tanto o más complejos, como el encuentro o desencuentro de la cultura occidental con la americana.

Una mujer partió a caballo, condensa esta capacidad de sugerir por sobre la de mostrar abiertamente los hechos, induciendo al lector a formularse una pregunta tras otra acerca de la extraña determinación tomada repentinamente por la protagonista, quien abandona a su pequeño hijo y a su esposo para ir tras lo desconocido, llamada por el impulso de la sangre o del destino, haciendo caso omiso de las prohibiciones que tiene de salir sola. ¿No podré estar nunca sola?, reclama, rebelándose a la tradición y a las prebendas sociales de su época. Sin duda, se trata de una nouvelle que aborda el tema del feminismo, y podríamos llamar a Lawrence un adelantado a lo que 40 años más tarde vendría con el feminismo en USA. Lo increíble de la historia es que resulta verosímil del todo, a pesar de lo extraña, y de lo difícil, por no decir imposible que una mujer pudiera vivir una aventura semejante en esos tiempos, involucrándose en un mundo ajeno con esa sorprendente naturalidad.. Mientras sigue al grupo de indios navajos en su ascensión hacia las montañas en busca del país de los Chilchui , siempre esta latente la posibilidad  y el temor a la violación en el parecer de ella, o bien del lector, para luego descender en esa escala de posibilidades hasta el grado cero, tal vez para demostrar que el hombre blanco siempre ha sido el más cruel de todos cuantos han pisado la tierra. Pero lejos de la esperada violación, a la mujer blanca es preparada como manjar para sus dioses.  En ese sentido, el relato contiene un mensaje alegórico, con la correspondiente denuncia de la maldad propia del hombre blanco, versus la ingenuidad de la cultura india. Y si bien esa cultura india que ha sido arrasada por los conquistadores tiene rasgos sanguinarios, son aquí sugeridos como parte esencial de una cultura inexplicable para la nuestra. Es decir, hay una intención y por supuesto una creencia firme en un más allá como en la cultura occidental, con la diferencia  que una se ha impuesto sobre la otra, aplastando sus más sagrados ritos.

Lawrence, gran defensor de la causa indígena, recrea y denuncia los distintos puntos de vista de la manera más sutil, apenas insinuando las insondables diferencias existentes entre ambas culturas, poniendo a la mujer –acaso por su mayor capacidad de tolerancia- como único punto de intersección posible entre ambas.