Por Sonia Cienfuegos
En agosto de 2007, una delegación de escritores de Letras de Chile estuvo presente en la Feria Internacional del Libro en Bolivia. No obstante, la visita tuvo mucho más alcance, debido a la participación activa de los escritores en visitas a escuelas, colegios, universidades e instituciones públicas. Esta es la crónica personal sobre aquel viaje de Sonia Cienfuegos.
Y esto que puede parecer anti-chileno/patriota, es mi percepción –por tanto muy personal– de lo que sentí al llegar a la ciudad de La Paz.
Reconociendo que hay un abismo entre la calidad de invitada o turista a la de residente o habitante en y de Bolivia, me dije muchas veces durante los días que permanecí en La Paz: no es Bolivia, es sólo su capital, sede de los poderes del Estado misma que disputaba la ciudad de Sucre sin mayor éxito aunque sin duda podría causarle graves problemas al gobierno del Presidente Evo Morales.
Y yo ¿qué era allí? Una chilena medio escritora, medio aborigen, medio malinche, un enjambre de genes y culturas. En La Paz nadie –aparentemente– se pregunta de dónde vengo, para dónde voy. La Bolivia primigenia está a la vista y no hay modo que se deje enjuiciar ni apologar.
Bolivia es. La Paz es. Y he sentido y escuchado por sus calles, las voces con que se nombran entre los bolivianos. Una voz distinta, amorosa, cantarina aunque a veces desconfiada sin ser agresiva. Acogedora y cálida cuando las personas son lo que son y no lo que aparentan ser: chilenos venidos de un Chile que se ufana con el vocablo competitividad, que regula las relaciones entre las personas con la balanza de «costo y beneficio», que se atraganta con la palabra «transparencia» mientras el doble estándar campea gozando de espléndida salud.
En Bolivia no me sentí extranjera. Fue como volver al origen, al principio del espacio conquistado a sangre oscura y huesos fracturados, derribado, reconstruido a trechos, lugar no conocido y re-conocido, subestimado por la ignorancia que genera el peso y el sello de la cultura e historia oficiales, llámese texto de educación o medios de comunicación, entre otros muchos factores que originan esta discriminación/segregación.
Hace pocos años quise irme a vivir a Bolivia: andar las ciudades y caseríos alfabetizando. Una amiga me dijo –hazlo en Chile ¿qué harías en ese país?-. Sí, probablemente en Chile puedo «alfabetizar», vincularme como en otros tiempos a comunas «deprivadas» socialmente.
No es fácil elegir. Esos estudiantes bolivianos, niños, adolescentes del Colegio Holanda o de aquéllos congregados en la Biblioteca de La Paz, están felices por ausentarse de su colegio e ir a hacer otra cosa escuchando a estos chilenos que tienen tanto mar ¡y qué caray, nosotros no! o porque son curiosos y quién sabe qué onda con estos neoconquistadores y son amables y se interesan y percibo que están ansiosos –como muchos niños chilenos de un villorrio apartado de la ciudad– de preguntar y conocer algo de estos «personajes chilenos» que tienen pinta de buenas personas. Y se inicia un pinpón de preguntas/respuestas y muchas preguntas que no alcanzan a ser respondidas porque «time is money» y un bus espera para llevarlos a la Feria del Libro.
Y todo se inicia de golpe. El amor no puede quedar tirado en el Paseo del Prado frente al Hotel Plaza donde nos deja el bus a Martín y a mí que hemos compartido con los estudiantes del Colegio Holanda. Un amor fulminante que debe ser alimentado con más amor y presencia.
Así que me vine de La Paz en paz. Hasta pronto, hermanos. Ya me iré para Bolivia. En todas partes se cuecen habas y es preciso para mí vivir –donde me canten las pelotas– como dice mi amiga aymara machistamente; donde me sienta menos extraña y menos extranjera en este Chile que amo y detesto al mismo tiempo.
Me cuesta acostumbrarme a oler su fétida piel de peluche felino y a desprenderme de su olor.
Sonia Cienfuegos, nació en el siglo pasado. Vive en Santiago de Chile. Pertenece a la Era del Ferrocarril. Fue a la escuela pública rural. Aprendió algo de «filosofía». Es candidata a una Maestría en la Vida. Nunca la obtendrá. Escribe cuentos mínimos, medianamente mínimos, algunos más extensos, crónicas, canciones, discursos funerarios, de: despedida, nacimiento, esperanza y también maldición que Nadie le pide hacer o decir. Es socia de Letras de Chile, corredora de propiedades, saltimbanqui y opositora férrea de la «cordura», el consenso, la estupidez – entendida esta última como segregación/discriminación/exclusión/expoliación. Ha publicado en una antología de seis autores, todos ellos del taller de Diego Muñoz V., así como numerosos cuentos en www.letrasdechile.cl
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…