Raúl Brasca es uno de los cultores argentinos de la minificción que resalta en el panorama hispanoamericano. A una profusa obra creativa de altísimo valor, Brasca agrega su rol de antólogo y agudo estudioso de este género que viene a ser el peso pluma de la narrativa. Ahora usted podrá disfrutar una muestra de excelentes microcuentos  de Raúl Brasca.

EL POZO

Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcertado, el chico miró  a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionado y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia allí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconderse de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaron en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia dentro la piel del mundo poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecados de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.

 PULSEADA

Todos los días durante veinte años, la mujer espió desde su ventana al hombre que pasaba largas horas  inmóvil frente al mar mirando fijo hacia el sudeste. Hasta que un día, a  las diez de la mañana, lo vio demudarse y abandonar su puesto de observación.  Sin saber por qué, se puso a llorar.

Del otro lado del mar, a la misma hora, una mujer que acababa de abandonar su ventana después de veinte años,  había corrido por la playa hasta el hombre que pasaba largas horas mirando fijo el mar hacia el noroeste y lo estaba besando. Cuando sus labios se separaron, este segundo hombre volvió a tender la mirada sobre las olas: la del otro ya no la interceptaba. Entonces tomó a la mujer por el hombro y se fueron juntos.

El primer hombre y la primera mujer aceptaron la derrota. Ella cerró su ventana  para siempre y él se recluyó en soledad durante el resto de su vida.

TELEQUINESIA

-Habrá que creer o reventar- le dijo el hombre que salía de la habitación cuando él entraba.

El terminó de entrar. La mujer esperó que se sentara, cerró los ojos y, con voz cavernosa, llamó a la mesa provenzal que estaba en el primer piso. Moviendo ágilmente las patas, como un perfecto cuadrúpedo amaestrado, la mesa bajó por la escalera.

-Esto es increíble- exclamó él. Y, antes de que pudiera explicarse mejor, reventó.

POLIMORFISMO

Sentado en la rama del árbol del vecino, el chico miraba con codicia la manzana más madura. Tendió la mano para arrancarla y en el mismo momento recordó el pecado original que acababan de enseñarle en catecismo. Retiró la mano indeciso y buscó la serpiente enroscada en el tronco. No estaba. Son puras mentiras, se dijo y, como tantas otras veces, arrancó la manzana, la lustró frotándola contra la camisa y la mordió. Mientras masticaba, miró distraídamente la fruta mordida. Se paralizó. Escupió espantado lo que tenía en la boca y arrojó lejos el trozo que le quedaba. Había visto un pequeño gusano que emergía de la pulpa. Con el diablo nunca se sabe, pensó.

 LONGEVIDAD

No son las parcas quienes cortan el hilo ni es la enfermedad ni la bala lo que mata. Morimos cuando, por puro azar, cumplimos el acto preciso que nos marcó la vida la nacer: derramamos tres lágrimas de nuestro ojo izquierdo mientras del derecho brotan cinco, todo en exactamente cuarenta segundos; o tomamos con el peine justo cien cabellos; o vemos brillar la hoja de acero dos segundos antes de que se hunda en nuestra carne. Pocos son los signados con posibilidades muy remotas. Matusalén murió después de  parpadear ocho veces en perfecta sincronía con tres de sus nietos.

 AMOR ASINTÓTICO

Se vieron y corrieron el uno hacia el otro, pero cada paso que daban les exigía el doble de esfuerzo que el anterior. Sin embargo, el deseo crecía aún más rápido y los obligaba a seguir. Exhaustos, se acercaron lo suficiente para verse el color de los ojos; otro poco, y ella advirtió que él tenía dientes muy blancos y perfectos; otro, y él vio un lunar diminuto en la frente de ella; un poco más, y sólo tenían que estirar el cuerpo y tender sus manos para tocarse. Estiraron el cuerpo. Las manos se buscaron, avanzaron penosamente, siguen avanzando, las yemas de los dedos ya sienten la inminencia del roce,  están muy cerca, cada vez más cerca, las marcas del esfuerzo descomunal se graban en las caras mientras el deseo se vuelve intolerable y ellos empujan sus manos hacia el límite infinitamente próximo, absolutamente inalcanzable.

 PERPLEJIDAD

La cierva pasta con sus crías. El león se arroja sobre la cierva, que logra huir. El cazador sorprende al león y a la cierva en su carrera y prepara el fusil. Piensa: si mato al león tendré un buen trofeo, pero si mato a la cierva tendré trofeo y podré comerme su exquisita pata a la cazadora.

De golpe, algo ha sobrecogido a la cierva. Piensa: si el león no me alcanza ¿volverá y se comerá a mis hijos? Precisamente el león está pensando: ¿para qué me canso con la madre cuando, sin ningún esfuerzo, podría comerme a las crías?

Cierva, león y cazador se han detenido simultáneamente. Desconcertados, se miran. No saben que, por una coincidencia sumamente improbable, participan de un instante de perplejidad universal. Peces suspendidos a media agua, aves quietas como colgadas del cielo, todo ser animado que habita sobre la Tierra duda sin atinar a hacer un movimiento.

Es el único, brevísimo hueco que se ha producido en la historia del mundo. Con el disparo del cazador se reanuda la vida.

 Raúl Brasca (Marcos Paz, Buenos Aires, 1948) es narrador, antólogo, crítico y ensayista. Sus libros Las aguas madres (cuentos) y Todo tiempo futuro fue peor (microficciones), tienen ediciones en España e Italia. Fue compilador de diez antologías, autor de numerosos artículos y ensayos sobre literatura, y ponente en congresos internacionales. Desde 1996 colabora en el diario La Nación de Buenos Aires y, recientemente, en El País (España).