Dos crónicas

Por Pedro Guillermo Jara*

¡Valdivia, Urgente!… ¡Los 80 están llamando!

Chiflín y Manzanita Chagall

 (Para Jorge Ojeda Aguila)

El Chico me dijo: A las doce de la noche nos encontramos con el Chiflín. De acuerdo, murmuré. Y a las doce en punto estuve en la esquina de Cochrane con Clemente Escobar, silbando a Schwenke y Nilo, con las manos en los bolsillos de la parka, con un gorrito de lana, dando pequeños saltitos para espantar el frío de junio en aquel invierno del 82.

A la hora señalada apareció el Chico y el Chiflín. Vamos, ahora conocerás Valdivia y te harás hombre. Y no hay tutía murmuró irónico, tras sus lentes. No le dije nada, conocía su acidez. Yo estaba muy curioso y echamos a andar.

Tres golpes cortos, dos breves y esperamos. Pasó un tiempo y nuevamente tres golpes cortos y dos breves. Quién es. Chiflín. Se abrió la puerta y en el dintel se dibujó en toda su grandeza Volpina (Fellini) con una vela en la mano. Algo le murmuró al oído nuestro pasaporte a la mujer grande, cejuda, de labios gordos y colorados. Pasen, chiquillos. Y nos condujo por una serie de laberintos del lugar. ¿Una garrafa? Si, dijo el Chico. Y vasos. Por aquí murmuró Volpina que movía su humanidad unos pasos más adelante mientras su sombra se contoneaba por las paredes. Ingresamos a un dormitorio iluminado por una ampolleta de 40 wats, cagada por las moscas. Les traigo la garrafa. Acomódense donde puedan.

En el lugar había dos catres. Me senté en el borde de uno de ellos. El Chico sobre un cajón manzanero. El Chiflín, de pie en una esquina con un abrigo largo y un sombrero que no le dejaba ver los ojos. Era de baja estatura, bigote muy bien recortado, amable, un pequeño Edward G. Robinson. Lo recordaba en el Hua-Hum, un tugurio ubicado en la confluencia de Cochrane con Aníbal Pinto. Chiflín siempre estaba de pie, en una esquina, con una pajita entre los dientes, su sombrero echado sobre la mirada y un vasito de vino blanco al alcance, semi oculto de miradas indiscretas. El Chico me lo había presentado en el preciso instante en que le regalaba “Chatarra”, su libro de poesía. Chiflín, ceremonioso, lo tomó entre sus manos, cuidadosamente, lo olió, lo midió con un ojo cerrado, tocó su lomo, sopesó el gramaje del papel, observó el calce de los folios, estudió con detención la tipografía y luego asintió con la cabeza, agradecido, con la pajita entre los dientes. Chiflín fue linotipista y dirigente sindical del el diario El Correo de Valdivia, acotó el Chico, y después del Golpe lo echaron. Mucho gusto me dijo y estiró su mano pequeña y huesuda. Así lo había conocido.

¡Salud! y bebimos del dulzón vino blanco en copas de plástico. De pronto, como por arte de magia, el cuerpo de un hombre somnoliento se enderezó de entre las frazadas (Drácula, de Murnau). No me había percatado. En una cama dormían dos personas: una hacia los pies y la otra hacia la cabecera. Lo mismo en el segundo catre. Ya no éramos tres, sino siete, como los pecados capitales, los que bebíamos. Pasaron las horas, otra garrafa y de tanto en tanto escuchaba a mis espaldas un extraño sonido gutural, como una tos breve y seca. No sabía desde dónde provenía. Y seguíamos bebiendo, conversando, fumando, riendo muy bajito porque por las calles aledañas pasaban camiones Unimog con soldados haciendo guardia. Y nuevamente el sonido áspero, gutural, de tos seca. De pronto, con una enorme curiosidad me giro hacia la ventana que se encontraba a mis espaldas y descubro con asombro el cogote y la cabeza de un caballo que se asomaba a través del plástico que cubría en parte la ventana del cuartucho.

El animal me observó con sus tranquilos ojos somnolientos de dos millones de años, como la mirada de un viejo caballo de Chagall. Los habitantes del lugar eran carretoneros, el caballo se llamaba Manzanita y el Chico me había llevado a un clandestino. Chiflín era el pequeño Edward G. Robinson, el custodio de los barrios bajos de Valdivia. Me había hecho escritor.

Matra en el Aire

Desde el otro lado del vidrio el radio controlador baja su mano con el dedo extendido, apuntándome, abre el micrófono y estamos en el aire, buenas noches estimados auditores, bienvenidos a nuestro tercer programa de Matra en el Aire a través de radio Baquedano en este viernes 25 de julio de 1978. En esta oportunidad me acompaña en el estudio Jorge Ojeda Aguila con quien conversaremos a propósito de tango y literatura. Pero antes les invitamos a nuestro primer tema musical…

Y de este modo, una vez a la semana, se realizaba este programa en radio Baquedano de Valdivia, CD-64 en onda larga. La idea había nacido por parte de Clemente Riedemann y él había conducido el primer programa dedicado a la poesía de Walt Whitmann con música de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Bela Bartok

Radio Baquedano, en su infraestructura y distribución de espacios, mantenía el estilo de las radioemisoras de los años 50. Tres locutorios, una discoteca, sala de control, un auditórium inhabilitado para realizar trasmisiones pero que conservaba sus butacas y el escenario en donde durante la década de los 80 se realizaron recitales, reuniones, asambleas ¡y va a caer! Los locutorios se separaban con vidrios dobles e inclinados para evitar que la voz rebotara en ellos. La radio se albergaba en una casona ubicada en la esquina de Beauchef con Arauco.

Y lo más importante: radio Baquedano había realizado un convenio con Radio Cooperativa de Santiago para colgarse con los noticieros centrales y la emisión de boletines horarios. Su corresponsal en Valdivia era la periodista Elba Méndez, morena, de baja estatura, “nerviosita” (Germán Arestizábal), cabello encrespado, un lunar en su rostro. En suma, la radio contaba con gran sintonía y estaba en el ojo y en el oído de los militares.

Aquella noche de viernes todo iba en orden según nuestro libreto con copias escrito a máquina mientras el radio controlador devoraba su sándwich de jamón y nosotros desarrollábamos el programa. Después de dos horas nos despedimos y nos retiramos muy satisfechos desde las dependencias de la emisora. A las doce de la noche se emitía el último noticiero de Cooperativa y su clásico “Cooperativa está llamando”, sin antes haber escuchado a Shara “y los problemas de la vida real”.

Al día siguiente nuestro programa fue muy comentado. Toda la ciudad de Valdivia lo había escuchado. Estábamos sorprendidos. Nos felicitaban, se pasaron compañeros, ¡y va a caer!, buena onda, qué buen poeta es Borges, ¿no? Y esos tangos de Piazzolla… y ese tal Cortázar… y Goyeneche… ¡y va a caer!

Al medio día Clemente Riedemann fue citado a la oficina del director artístico de la radio. Estaba molesto. De mal humor. El Grupo Cultural Matra que usted preside, señor Riedemann, se está transformando en un movimiento de oposición al gobierno. Claro que fue culpa nuestra, del controlador de turno, lo reconocemos porque anoche mientras se trasmitía el programita Matra en el Aire, nos olvidamos que había cadena nacional “voluntaria” y no nos colgamos. Y se dirigía al país el General Pinochet. ¡La tremenda cagada que quedó! Me citaron desde la Comandancia del Ejército en Picarte y me acaban de notificar que por este descuido desde ahora en adelante nuestra radio se llamará oficialmente Radio GENERAL Baquedano. Nada de Baquedano a secas, sin el rango que se merece como Padre de la Patria, qué se han creído, más respeto señor con MI General. Así es que no lo olviden los señores: me cambian todas las cuñas de identificación de “Radio Baquedano” a  Radio GENERAL Baquedano. Y con respecto a esos tal Matra o como se llamen… vea usted cómo procede señor Pedro Torres, le dijeron.

Y nos quedamos sin programa, sin espacio, murmurando ¡Y va a caer!

*Escritor, Director de la revista de bolsillo Caballo de Proa, conductor del programa “Corriente Alterna”, de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Austral, que se emite en Radio de la Universidad Austral de Chile, 90.1 FM.