Mestizo

Un engendro de alas y animales. Desde la isla de mi soledad. «Y aunque a veces me acuerdo de ella… dibujé su cara en la pared.» Y me duele y aún no lo puedo creer, es maravilloso y aterrador. Estoy más allá de las necesidades del instinto, mucho más allá de mis propias necesidades. Un día ocurrió.

Atrás quedó el infierno. Hubo un zumbido muy intenso, agudo, vertiginoso y a mis espaldas sentía el movimiento de las alas. Sentí que era la muerte, ahora sé que eran mis propias alas. Ese día me terminó de condenar la soledad, me hice eterno. Ahora no necesito a nada ni a nadie. Antes de esto cuando tenía miedo rezaba, y cuando lo hacía, me nacía desde muy adentro una voz que reclamaba el encuentro con otro hermano, cuando esto ocurría el universo se transformaba en un charco de agua cristalina. Ahora, casi nunca rezo.

Cuando nací no me podría haber imaginado siquiera que sobreviviría a mi propia muerte. «Solamente muero los domingos… y los lunes, ya me siento bien!». Cuando me acuesto me quedó en un estado de somnolencia, entonces me sueño viajando. Extranjero. Voy al Ecuador, antes paso por Perú voy escondiéndome, ya que me dirijo a Nicaragua o a Cuba, quiero combatir. En Chepén, me hice de pasta (así le dicen a la coca allá) y la mezclé con un cigarro. Cuando desperté pensé que estaba en Chile. Duermo. Despierto. Escucho la voz de un amigo, despierto convencido que estoy en mi casa y claro estoy en perdido en esta selva. Después de salir de Chiclayo me voy a la frontera, a Tumbes, allí conozco un viejo que me aconseja que vaya a Puerto Esmeralda, ya que allí puedo tomar una embarcación que me lleve a Buena Ventura, en Colombia. Tengo cuidado, porque allí son todos mafiosos, te cagan en cualquier momento. En Guayaquil todo el mundo anda corriendo de un lado para otro. Todos parecen moscas.

Entonces despierto sudando, me vuelvo a quedar dormido y sueño con el Amor. Conocí a Elba y a su hijo Jacinto y nos enamoramos, estamos viviendo juntos desde enero. Las últimas declaraciones del las bestias que se reparten el poder planetario nos tienen muy alarmados y con miedo. No sé si quedarme aquí en México o ir más al norte cuando comience la hecatombe. Ayer, fui la casa del Rucio Nano y lo encontré tocando música, lo acompañé un rato, de repente me fijé que de un baúl que allí había asomaba la figura de un indio de pelo largo y alas, un escalofrío me recorrió la espalda… el Rucio lo llamó el Indio Hermano, yo había visto algo parecido en una pintura de El Bosco, en donde las personas se transforman y se transforman eternamente, donde nada ni nadie es lo que parece. En el sueño se me aparece la escritura de tu carta, en donde me cuentas que te has desprendido de los aparatos de política partidista ideológica, cosa que me agrada mucho, pues esas instituciones son nefastas, son los microorganismos del descomposición, y nosotros, por sobre todas las cosas, debemos cuidarnos de ellos. «Él era un fabricante de mentiras… él tenía las historias de cartón, su vida era una fábula de lata, sus ojos eran luces de neón…»

El final tan ansiado por tantos hombres desde tiempos remotos, está por llegar, si tenemos suerte, seremos testigos y simientes de la nueva sociedad. Y la gente estaba tan contenta, era el turno del arco íris, habíamos comenzado a vivir de nuevo, era una fiesta, nos tomamos de las manos y marchamos por la calle. Yo soy el hombre… dijo al llegar y todas las voces de la tierra, todas juntas le gritaron: ¡¡¡ no hagas hablar al mudo!!!! Hoy es lunes.

La pequeña Princesa y la Locura Azul

Había una vez una pequeña princesa que siempre estaba con un libro entre las manos. Esperando. Un día, pasó por ahí un hombrecito azul. Al verla quedó alucinado y acercándose le dijo: «-yo soy Azul y vengo de un lugar en donde todas las cosas son azules. Hay una plaza y un otoño y un vientecillo que levanta las hojas. Los domingos hay una banda que toca música para los caminantes que van a la feria».

La princesita estaba desconcertada y, sin embargo, sonreía y luego -reía, reía, reía con las ocurrencias del hombrecito- Se enamoraron y corrían por las calles de la ciudad, se tomaban de las manos y corrían. Azul, escribía en la tierra el nombre de su princesa sin palabras. Los niños y niñas reían al verlos pasar, pese a que eran una pareja dispar, eran divertidos y entregaban amor y alegría a los demás.

De pronto, súbitamente, el mundo se oscureció. Un eclipse solar como mensajero anunciaba la Guerra. Una peste negra que caería sobre la ciudad, y el país, y el mundo de los dos amantes. La sombra cae sobre los parques y las calles, sobre todos los seres vivos, los negros, los amarillos, los blancos, los azules. Ellos iban tomados de las manos, cuando la sombra los alcanzó, aplastándolos contra el muro. Ella sobrevivió. De él sólo quedaría el pequeño corazón azul. El miedo, el egoísmo, la traición, el odio, la nada… se apoderó de la gente. Las sombras contaban con un ejército que por todas partes torturaba y mataba. Pero el pequeño corazón azul había seguido latiendo, y latía… sístole, diástole, se expande y se contrae, avanza y se retira, como si quisiera un nuevo cuerpo que pueda resistir a la oscuridad, el corazón se ilumina y se opaca, y se vuelve a iluminar hasta que se transforma en un faro en medio de la niebla, siempre en las manos de su princesa, y ella lo acunaba entre sus brazos dándole el refugio que necesitaba. Ella luchó tanto que enfermó y hubo que internarla en un hospital, agotada, entregó el pequeño y valiente corazón a otro combatiente de la comunidad. Dicen que éste lo puso en un altar y lo llevó de pueblo en pueblo para que la gente recuperara la esperanza. Así el pueblo luchó, se resistió a las sombras, y la luz fue volviendo al mundo, y ésta traía mil matices nuevos, a cada explosión, la gente recuperaba su cuerpo, un pulmón, una mano, dos piernas que sabían bailar. Y dale que dale. Un árbol, una flor, un río, una montaña, dos ojos, unos labios que besan, siluetas que se recortan contra la luz. Y por todas partes van estallando los colores: amarillos, verdes, rojos, los colores nacidos del azul originario. El espíritu del hombrecito, había acuchillado a la Sombra, arrancándole del vientre a todos los hombres y mujeres heridos por el silencio.

Mas las sombras tienen garras poderosas, que alcanza hasta a los espíritus, en el combate, la luz, se hacía más y más vibrante y se reproducía más y más, tanto que llegó a alcanzar la magnitud de una estrella, pero todos sabemos que las estrellas que vemos han desaparecido hace millones de años, y eso le ocurrió al espíritu del hombrecito azul, se mezcló con la luz del universo y desapareció. Fue así como la princesa, que ya había crecido junto con la guerra, no pudo encontrar al espíritu de su hombrecito, pese a que lo buscara y lo buscara, fuese a todos lados en donde le decían que estaba el altar, todo en vano.

Al final, se quedó en un pueblo cualquiera a construir una casa para vivir en paz lo que le quedara de vida. Un día, un extraordinario vientecillo hizo vibrar las cuerdas de su corazón, a lo lejos en la cima del camino divisó a un hombre vagabundo, que venía desde muy lejos, a lo mejor de la Guerra, ella no lo podía saber, lo siguió con la mirada hasta que éste estuvo en frente suyo, cuando lo miró a los ojos se estremeció, en su mirada cabía todo el universo, su mirada era azul.

Julio César Ibarra