Por Pía Barros

Esta semana, tuve el honor de presentar a José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura, y su novela MILICO. Reconozco que estaba aterrorizada, porque José Miguel Varas pertenece a una generación que habla y escribe de corrido, no vacila ni tartamudea, como la mía. Y eso, más que envidia, genera admiración. Sus obras se caracterizan por la finura del humor, la agudeza de la dirección en donde mirra, pero, sobre todo, en su magnífica creación de personajes, tan cercanos, tan prójimos, tan espejos culturales de nuestra realidad cotidiana.

Y en estos tiempos en que se confunde la naturalidad de la prosa con la procacidad de lo natural, su escritura ágil, intensa, verdadera, nos arroja de lleno a un mundo donde todo es cercano, donde todo parece quedar a la vuelta de la esquina… o a la vuelta de un golpe.

Milico, es una novela que no pudo haber sido escrita sino ahora, con la distancia de todas las vidas vividas y los fracasos y enaltecimientos que estos provocan. Aquí esta Chile. Y aunque no pude evitar verlo en el pellejo del personaje, fui fiel a la lectura de una NOVELA, no al facilismo de vincular un texto escrito a la vida del autor y buscar los elementos autobiográficos en ella. (Es por esta misma razón que me niego a leer cartas privadas, que la avaricia de algún editor imprime a la muerte de algún literato. Si algo invulnerable, a mi juicio, es la voluntad textual: se escribe para publicar o para guardar, no para morbos ajenas).

El protagonista, Jaime, es hijo de un militar a quien en tiempos de Ibáñez le toca una dura decisión que cambiará su vida. Como toda familia, ese instante y las circunstancias que rodean ese momento, son un secreto y los secretos constituyen una idiosincrasia en nuestra tierra. El protagonista, a quien descubrimos como un desertor de la carrera de leyes, es un comunista convencido, de los peores, según los que le rodean: de esos “bolcheviques”. Enamorado de su Rosa de Mostazal, una chica campesina, rudimentaria en sus conocimientos, dispuesta a todo por su hombre. En el texto, los juicios valóricos corresponden a las construcciones culturales de los personajes y nos muestran la pasión desnuda de los avatares sociales, en una época en que todo estaba por construirse.

El protagonista ya tiene un matrimonio precario, una relación inconclusa con su Rosa, una hija a la que poco ve y una vida de radio sin grandes contratiempos, cuando se entera de la muerte de su padre. El primer capítulo de este texto nos instala en lo supuestamente no novelesco: en las nimiedades que rodean los grandes hechos. Y en la contradicción misma: a nuestro bolchevique el temido y anunciado golpe de estado lo sorprende en una capilla, acompañando a un padre muerto. Si la vida fuera a ser símbolo, camarada, aquí estaría el eje simbólico de esta novela.

Sin heroicos heroísmos, por descarte, se va construyendo un acontecer. La vida nos ocurre como al descuido, en su horror y en sus grandezas. Y he aquí la magia de Varas para “tocar” la cuerda literaria.

Quienes rodean a Jaime texturan cada paso de la historia; y digo texturan, porque desde sus inicios existe una prosa impecable; al describir a la mujer de su padre, dice “Su piel se veía translúcida y tan suave, como una sábana de seda usada largos años” y el mismo tiempo autoironiza” De dónde saqué eso? Nunca he dormido en sábanas de seda”.

En otro instante, el militante aguerrido se pregunta por el heroísmo revolucionario, enfrentado al escaso potencial heroico de un célula que para reunir fondos, debe vender números para la rifa de una cabeza de chancho. Y después, un acuñamiento lingüístico importante”la comunistancia”, pocas veces he encontrado una palabra que defina tanto un estado, una condición de vida. (Muchos amigos y amigas, ex comunistas, mantienen en su vida esa “comunistancia”, y tal vez sea eso lo que los embellece).

En Milico, las mujeres son reivindicadas sin estridencias: eficientes, intensas, batalladoras, de uno u otro bando, son quienes definen el acontecer. Sirviendo un café, cuidando, callando o exigiendo, lavando ropa o blandiendo el corvo, hacen la historia, aunque parezca que a ellas les ocurre, solamente, hacen la historia.

El devenir de Milico nos muestra un país que se fue, el de niños jugando juegos linguísticos con sus padres, creciendo al amparo de una conversación y un bullicio creciente de una ciudad que se preparaba para la esperanza; y el de una ciudad tomada, silenciosa, oscura, encerrada. Ese primer Chile, injusto, pujante, que buscaba su esencia, se transforma en un Chile uniformado, mimético, horroroso. En esta novela, nada queda a salvo, excepto quizá la ternura de reconocernos en todos y cada uno y una de los personajes. Aquí están representadas las voces de entonces y algunas del otro entonces, pero lo peor, es que está la raíz de nuestro ahora. Podemos sentir el eco inmediato de un pasado y las consecuencias de ese eco. De la dignidad a la traición, el paso se da a cada instante: en nombre de la vida, de los otros, de la historia, del partido o de la independencia. Pero no es un juicio al valor o a la traición, sino una historia convincente, dura, cercana, que obliga a la reflexión y a la memoria no solo de los “hechos importantes, sino de los olores, el barrio de la infancia, la apariencia de lo que éramos. Sólo nos queda la ternura de recordar, y la obligación de no embellecer u omitir los recuerdos.

Mal que mal, tenemos un Milico dentro.