Roberto Rivera Vicencio.

Cuesta llegar a la ciudad de La Paz, al paseo El Prado, la calle principal a 3.600 metros de altura en la que desemboca la ruta en curvas que baja desde el Aeropuerto de El Alto y en la cual a las cinco de la mañana ya comienza el movimiento, el resonar de pasos de los primeros caminantes que se pierden raudos y misteriosos en alguna calle, como portando un secreto al entrar en los empinados pasajes donde cuesta arriba desaparecen en el frío amanecer andino y el silencio; personajes como salidos de “Felipe Delgado” esa novela de Jaime Sáenz

, esa gran novela de Jaime Sáenz, donde los “aparapitas” recordamos, los migrantes del campo a la ciudad que ofician principalmente como albañiles o en lo que sea y que duermen en tambos – albergues municipales por así decir – alrededor de una fogata, o no duermen y beben hasta la amanecida conversando en voz baja en runasimi o en aymara, y que se internan a morir cuando viene la hora en cantinas que les ofrecen un pequeño cuarto con una cama y licor hasta el último suspiro; así agonizan, así mueren los “aparapitas” estos héroes anónimos del trabajo y las alturas, para que luego vengan de algún edificio moderno a retirar su cuerpo para arrojarlo a los cimientos, porque toda construcción que quiera perdurar en el tiempo y traer fortunas a sus moradores, debe albergar un cuerpo, un cuerpo cuyo mayor tesoro para combatir el frío andino consistió en llevar hilo de coser y una aguja para zurcir a la chaqueta los retazos encontrados en la basura. Jaime Sáenz conversaba noches enteras con ellos y heredó uno de estos sacos que luego de hervir por tres días, usó indistintamente hasta su propia muerte. También una vida misteriosa la de Sáenz, la de este “hombre que duerme” como le decía su madre, porque durante gran parte del día dormía y sólo al anochecer salía para internarse en la ciudad profunda por pasajes y esquinas, en viejas casas de adobes y clandestinos, por los mercados elevándose por la quebrada, o para visitar a esa otra gran poeta de Bolivia que fue Blanca Wietuschter fallecida recientemente.

A las ocho de la mañana, la ciudad que hemos estado observando por la ventana desde la amanecida, ingresa a la modernidad de golpe, cruzar la calle se transforma en una hazaña de iniciados, las vías son ocupadas por vehículos de lado a lado y un concierto de bocinas acompaña el milagro cotidiano. Nadie cae en la contienda. Pronto nos pasarán a buscar para nuestra primera actividad en el marco de esta Décimo Segunda Feria del Libro de La Paz, en la que Chile es el invitado de honor, un encuentro con lecturas con los estudiantes de tercero y cuarto medio de secundaria en la Biblioteca Municipal, muchachos atentos y despiertos, disciplinados, de preguntas inteligentes, que emocionan y con los cuales terminamos amigos, ni ellos ni nosotros olvidaremos este encuentro, luego ocurrirá lo mismo con los estudiantes de Literatura de la Universidad y jóvenes y talentosos escritores. Todos sabemos de lo que estamos hablando, lo que callamos con generosidad y sabiduría en tanto nos hacemos amigos y nos miramos a los ojos, en esta misteriosa ciudad de La Paz que devolvió a Tiahuanacu el ídolo que había sustraído de las ruinas para poner frente al estadio, y que devolvió – entre otros motivos – porque esa era la causa de la “mala suerte” Curiosamente después ganó Evo Morales las elecciones constituyéndose en el primer presidente indígena de América Latina.

El primer senador del MAS por Cochabamba, César Cornejo, se transforma por voluntad propia en compañero inseparable de la delegación de Letras de Chile, con el vamos a la Cancillería donde nos recibe el Viceministro de Relaciones Exteriores, el sociólogo y antropólogo, Hugo Fernández Aráoz quien nos cuenta de una Bolivia también con etnias guaraníes que viven del y en los ríos, unos diez mil a los que se informa y educa por radio en su propia habla, una Bolivia multirracial y multiétnica hemos escuchado, nos recomienda algunos films y lo que era un visita protocolar se transforma en un larga y distendida charla, nadie tiene apuro, porque el tiempo es otro aquí en las alturas cuando falta el aliento, un tiempo de piedras matemáticamente engarzadas y pulidas por siglos, donde pervive la resurrección de los cuerpos superpuesta a la memoria de las huacas, porque la muerte en las cosmogonías andinas no existía, por eso el tiempo es, el tiempo pasa, y en eso coinciden los físicos actuales, como una ilusión de los sentidos.

Luego nos recibe el presidente del Senado y el protocolo  a poco andar se rompe para conversar sin límites alrededor de una mesa, nos acompañan otros parlamentarios, el asesor de Cultutra del presidente Evo Morales, una senadora indígena y el también senador Antonio Peredo, hermano de Inti Peredo, el guerrillero que acompañara al Che Guevara, en nuestra representación habla Diego Muñoz Valenzuela, presidente de Letras de Chile, terminamos intercambiando libros y en una foto flanqueados por las banderas boliviana y chilena, toda la delegación de Letras, las escritoras Liliana Elphick, Sonia Cienfuegos, Gabriela Aguilera, Josefina Muñoz y los escritores Fernando Jerez, Yuri Soria, Max Valdés, Martín Faunes, Cristián Cottet, José Osorio, Antonio Ostornol y el que escribe, abrazados como jugadores del mismo equipo, de los que bregan para el mismo lado, el lado de los buenos amigos que tanto ha costado, dando forma concreta al destino común de país hermano y vecino.

Después vienen las actividades de la Feria – un poco lejos del centro neurálgico de la ciudad – presentaciones de libros, mesas redondas sobre literatura chilena actual, lecturas, en todas partes nos reciben con los brazos abiertos. Comentan por ahí que, la mesa sobre literatura chilena fue sino la mejor, una de las mejores de toda la feria., la opinión es de público boliviano.

El embajador Roberto Ibarra, cónsul de Chile en La Paz, nos recibe en su residencia junto al Cónsul General Adjunto Juan Pablo Crisóstomo y el Agregado Cultural, Alejandro Manríquez, pero en realidad es todo el personal el que se esmera en atendernos, un chupe de langostinos a la boliviana que saca aplausos en directo a la cocinera, nacida y criada en La Paz, y remata con una invitación a una cata de vinos chilenos a cargo de Mariano Fernández , embajador de Chile en Washington que pasa por la ciudad, las comidas que acompañan son bolivianas. La idea es excepcional, el resultado brillante. No podemos dejar de mencionar a Humberto Vergara, otro funcionario del Consulado que va con nosotros solucionando problemas.

La actividad continúa, recitan los poetas, se intercambian libros, se impone “8 de octubre de 1967” de Gonzalo Rojas que nada dice y dice todo sobre el día en que cae Ernesto Che Guevara, un ícono en Bolivia. El Consulado ha instalado una carpa que llama “Carpa de los poetas chilenos”, ahí se juntan los residentes y los amigos de Bolivia, a la entrada hay vino en copas y se venden empanadas y  completos, cae la noche y el público se agolpa allí para escuchar a “Vena Raíz” un conjunto folklórico que fue especialmente a la Feria desde nuestro país. Nos instalamos en el restaurant del lado, cuando una voz femenina nos deja  con los servicios que trinchamos carnes en el aire:

– Ya me voy , ya me voy – canta, estremecedoramente canta – Ya me voy para Bolivia…- una voz que para los pelos.

Una vez más nos emocionamos.

Cuesta llegar a La Paz, como decíamos, pero cuando se llega ya no se abandona, queda para siempre alojada allí misteriosamente entre lo que vive y nunca muere.