Por Juan Yanes

Mar de bajura

Pescaban a gangarro, quietos o curricando y mientras esperaban la albacora que nunca llegaba, se entretenían metiendo engodo de sardinas y calamares que olía a muerte, hasta que mordían los tiburones. Entonces se tensaba la cuerda y tú los podías ver cómo venían desde la profundidad azul describiendo majestosos zigzag hasta que llegaban a la superficie.

Comenzaban a agitarse ferozmente y la barca se estremecía, pero ellos le metían un bichero por la boca y dejaban que perdiera fuerza poco a poco. Luego lo subían, lo rajaban desde el bajo vientre hasta la boca, le sacaban el anzuelo y lo volvían a tirar al mar que se iba convirtiendo en un charco de sangre.

Aguavivas

Cuando llegábamos a la Punta de la Rasca, Manuel descendía a pulmón hasta el barco hundido como un tritón entre las algas y se movía por las entrañas de aquel navío buscando al gran mero que se ocultaba en la oscuridad. Yo me quedaba arriba, viéndolo todo con el mirafondos, entre los hilo de cristal de las aguavivas, como si fuera el ojo del cíclope que vigila.

Marina

Hay mujeres marinas, que siempre tienen el mar en el horizonte de sus ojos. Uno no puede mirarlas porque te dan ganas de darte un chapuzón, sin pedirles permiso. Y lloran a mares y no terminan nunca de llorar porque tienen el mar en sus ojos azul marinos y tienen hermosos cabellos rojos de algas verdes y se dejan pintar desnudas por los pintores enamorados de las marinas.
Sueño

Soñé que era altamar y que el agua entraba por la Avenida de la Trinidad con una furia inusitada, como si estuviéramos en el rompiente norte de la isla. Se estampaba contra la calle de la Carrera que estaba en un nivel superior, precipitándose por Viana hacia la vega. Allí estaba yo jugando alegremente entre las olas, subiéndome a las acera con su impulso, porque las calles anegadas como estaban de agua, tenían una profundidad enorme. Escuchaba entre tantos rumores unos gritos: ¡Ten cuidado, te vas a ahogar! Entonces desperté y pude comprobar que todas las calles seguían igual que siempre, llenas de coches tocando la pita y que era una estupidez pensar que podría haber subido la marea.

A mares

Amares/ Amar su mar/ sumar mar/ amarlo amargo/ domar el mar/ marear marasmos/ marea/ marero/ calmar la mar/ Ama su mar a mares/ Mar a mar/ arar la mar.

Niños bañistas

Se lanzaban al agua desde aquellas rocas negras, una y otra vez, de manera incansable. Hacían toda clase de gestos y carantoñas, piruetas, escorzos, trenzados, vainas. Parecían cuerpos electrizados por los rayos del sol. Decían, “mira lo que hago” y daban una voltereta en el aire para caer estruendosamente en el mar. Se empujaban, se agarraban, se izaban, se hundían juntos, se abrazaban. Sus cuerpos resplandecían como pequeños dioses del Olimpo. Calculo que podrían tener ocho o nueve años y sus madres, bellísimas, sonreían desde la orilla.

Maresía
El recuerdo del mar es un olor. La infancia es un olor. El mar, azulado y verdoso, se adivinaba detrás de las montañas romas, tan próximas. Cuando bajábamos en guagua la ladera, su aroma impedía distinguir con claridad los colores. Los anulaba. Entonces desaparecía todo y no había mas que aquel intenso olor a mar. A Bajamar. Un olor tan nítido que atraviesa el tiempo con una formidable exactitud. Olor a salitre, a maresía. Me bajaban al mar, de cuando en cuando, como si fuera una peregrinación ruidosa y espaciada, y me veo tiritando envuelto en una toalla blanca absorto en el olfato de las algas desnudas por la marea baja. También recuerdo su ruido, cuando el mar de leva, su rotunda furia y recuerdo el tacto de los callados sonoros, su imagen redonda y tumultuaria.

Hacia el norte

Navegábamos hacia el norte. Sabíamos del buen tiempo por la quietud del mar y la ausencia de nubes que disiparan la presencia rotunda y elusiva del horizonte. El barco se movía con una parsimonia semejante a la de un majestuoso animal prehistórico y nuestros cuerpos acompasaban su andar al amable vaivén de su marcha. Aquella lenta ascensión hacia el Continente incrementaba en nosotros la urgencia de ver algún trozo de tierra y el deseo de llegar. Pero en medio del aire diáfano del océano la quietud se instalaba como la única verdad mientras seguíamos con la mirada la interminable estela que dejábamos atrás. El tiempo detenido en el azul intenso del agua marcaba la aparente inmovilidad de los días como si estuviéramos quietos en un punto, flotando perdidos en un universo líquido. Sólo la sucesión de incontables tonos azulados nos proporcionaba la sensación de avanzar hacia algún lugar. El rumor ya casi imperceptible de las máquinas que confundíamos con el pálpito de nuestros corazones volvía a adormecernos en sus brazos y caíamos en una profunda sensación de soledad y de calma, muy dulces.

Isla del silbo

Iba en correillo a la isla del silbo y las palmeras, el guarapo y el son de las chácaras, que son como bocas sonoras de madera, a ver a mi amigo el pintor. Pintaba unas cosas extrañas mi amigo. El correillo volaba sobre el mar, levantado por las olas como si fuera de juguete, hasta arribar al único puerto que entonces había en la isla. Ocho horas en aquel mar marero cabeceando. Ocho horas en el viento hundido en las profundidades. Aquel movimiento constante. Qué trabajo ir a ver a mi amigo. Nunca le dije que no me gustaba lo que pintaba por no herirle. Y el olor a gasoil, los camarotes vomitorios. Y aquel cascarón a la deriva. Subía a cubierta y me ponía a barlovento. Mi nariz se convertía en una quilla contra el viento. Ahora sí me puedo tragar todo el mar. También pintaba soportables marinas y obsesivamente el acantilado de Los Órganos. Un inmenso órgano de basalto que sólo se ve desde el mar. El mar embravecido del norte que llenaba la barca de agua y había que achicar. Las ocho horas no terminaban nunca y el viento en cubierta afilándote la cara. Ocho horas embistiendo el aire del silbo de la Gomera guarapa y datilera.

Complicidad difusa

Magritte escribió debajo de uno de sus conocidos cuadros que representaba una pipa la frase nada gratuita de, «Esto no es una pipa». Pero no pasó nada. Lo había pintado como todos sus cuadros en el comedor de su casa, con una paciencia y una pulcritud muy grande, apoyando el lienzo sobre una silla y cubriéndola antes con una sábana para no manchar. Por el contrario, cuando Wooldenbrok hizo una marina hiperrealista y la tituló “Esto es el mar”, el agua se salía por detrás del cuadro inundando la sala. Un desastre.

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Microbiografía de Juan Yanes

Me llamo Juan Yanes y tuve la suerte de nacer en el Jardín de las Hespérides, que está situado, más o menos, sobre los restos de la antigua Atlántida, que es, más o menos, el lugar que ocupan hoy unas islas diminutas llamadas, Canarias. Casi todos los canarios somos poetas o narradores. Es un lío enorme de poetas y poetisas el que hay aquí. Pero de ese extraño fenómeno no tenemos mérito ni demérito alguno, es uno de esos determinismos históricos que acaecen de forma natural. Ahora nos está afectando mucho el cambio climático y se nota una languidez terrible en los versos y una falta de nervio exasperante en la escritura. Tuve mala suerte con la fecha de nacimiento. Me nacieron en mal momento. Eran los años grises de la Posguerra Incivil española. Nací exactamente, en el llamado Periodo de Autarquía, con lo cual pasé más hambre que un bendito y la prolongada ausencia de aportes proteínicos, en la dieta alimenticia de mi infancia y pubescencia, hizo que mi genio literario floreciera más bien tardíamente, si es que ha florecido, que no lo tengo muy claro. Estoy en ello. También tuvo culpa de ese retraso la cantidad de años que tardó en morirse el Dictador y la inutilidad de nuestros esfuerzos por arrojarlo al basurero de la historia.

Doy clase en la Universidad de La Laguna, en la Facultad de Educación. Dar clase es algo que me produce una vibración muy profunda, que solo podría explicar en términos estéticos y morales. Pero mi verdadera pasión secreta es la pintura y la escritura. Otro día les hablaré de la pintura. Hoy sólo me gustaría decirles que escribo desde hace mucho tiempo y sólo me he animado a publicar desde que he descubierto el artilugio este de los blogs, donde tú eres escritor, editor, librero, diseñador, crítico y contertulio. Literatura en estado puro. Ausencia total de venalidad. Me hace mucha gracia eso de publicar en el blog.

Tiene morbo. Hasta hace poco, entraba todas las noches en el mío, un chino o una china, estaba un ratito y se iba en silencio. ¿Qué escritor normal tiene lectores en China? Ninguno. Solamente he publicado en papel un librito, Bestiario Lector, que también he colgado en mi blog (poner un enlace con mi blog?), faltaría más.

Para terminar les diré que creo, a pie juntillas, lo que dice mi maestro y confidente, Lichtenberg: “Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña”. Así que ¡disparen!

Visita el  blog de Juan: Máquina de coser palabras