Por Miguel de Loyola

 

Jacobo Barnes (Jake), narrador y uno de los personajes principales de la novela, se nos presenta desde un comienzo como un individuo movido por una gran fuerza interior, haciéndonos creer así que maneja el timón de su vida. Sin embargo, luego de ésta alentadora primera impresión producto del hallazgo de alguien seguro de sí mismo, comenzamos a comprender que se trata sólo de una máscara para encubrir el rostro de un ser débil y manejable como sus amigos pertenecientes a la misma generación.

Quizá sea la magia de ver a Jake siempre en acción la que nos produce el efecto positivo del primer encuentro con su personalidad. La actividad permanente es una de las más antiguas estrategias del yo para huir de sí mismo. Eso hace jake, va de un lado a otro sin descanso durante el día y la noche, recorriendo solo o en compañía de sus amigos una infinidad de bares, cafés y lugares nocturnos, sorteando las horas, incluidas las de descanso. En la oficina donde trabaja como periodista, le ocurre de la misma manera. Siempre tiene algo pendiente, siempre encuentra una buena excusa para quemar el tiempo. Y, sin embargo, a pesar de esta actitud propia quizá del neurótico, su vida posee cierto encanto, cuando se da tiempo para captar el mundo sensible y admirarlo como algo bello, como los paisajes que describe, la noche en París, la mañana, la misma comida, el gusto y hasta el color del vino, como lo haría un espectador de la vida.

A poco andar, comprendemos que Jake está abusando de la distracción para aparentar estar bien, porque cuando está solo, sin sus amigos de juerga, su vitalidad se derrumba y vemos como le sobreviene la angustia, la jaqueca y el insomnio, a pesar de las fuertes dosis de alcohol ingeridas durante el día. Para estar bien, Jake necesita de la compañía de sus amigos lo mismo que un adolescente, los busca , se divierten juntos, al menos es lo que creen todos. Planifican programas al punto que parecen por momentos una familia feliz. La familia de los expatriados norteamericanos de post guerra, pertenecientes a la llamada Generación Perdida.

No sabemos si la herida sufrida por Jake como consecuencia de la guerra viene a justificar su postura epicúrea. La pérdida de la virilidad lo convierte sin duda en un ser atrofiado, como a tantos otros hombres de post guerra que han perdido si no un órgano, el candor y las esperanzas en el hombre y su justicia.

Cuando hablamos de Jake, no podemos dejar de hablar de sus amigos. Todos ellos están buscando distracción para olvidarse de sí mismos, de sus conflictos personales. Mike, por ejemplo, quien es definitivamente un alcohólico que le debe dinero a medio mundo. Brett, también otra alcohólica dominada por sus instintos carnales. Robert Cohn se proyecta en apariencia distinto, pero se parece al resto en su forma de ocultar su verdadero rostro. Bill pareciera ser a ratos mas cuerdo, pero al final siempre termina tan ebrio como los otros.

Uno puede preguntarse qué habría sucedido si Jake no hubiese sufrido esa lesión en la guerra. ¿Habría sido el mismo? ¿Habría entregado a los brazos de Romero a su amiga Brett con la misma pasmante tranquilidad? En más de una oportunidad deja traslucir el deseo de saber cómo es el amor carnal. Lo vemos besar a Brett, pero no sabemos que clase de placer le produce, porque más bien nos deja entrever que se trata de un placer  tan desechable como la mayoría de las cosas cuando ya se ha gozado de ellas.

El único personaje de contraste en esta controvertida Fiesta es Romero. Porque Cohn, como hemos visto,  actúa también como un adolescente, y si bien su conciencia no le permite beber y embriagarse como ellos, el hecho de no poder despegarse del grupo lo convierte en su cómplice.

En cambio Romero, el apuesto torero de sólo 19 años se proyecta, con la conocida ironía del autor, como el único hombre maduro del relato. A Romero no lo perturba nada. Ni si quiera el amor de una mujer atractiva como Brett. Puede en su presencia torear, desarrollar su arte, incluso mejor que nunca, con la arrogancia y seguridad de un hombre que conoce no sólo muy bien su oficio, sino el mundo entero. Tampoco está para aguantar niñerías. El hecho de no perdonar a Cohn marca aún más su seguridad. El no rendirse frente a un rival más fuerte, es otra muestra de una personalidad definida.

Romero representa el prototipo del hombre con los pies puestos en la tierra. En una tierra donde el torero no solo sabe hacerle el quite a la muerte, sino también posee la osadía para enfrentarla cara a cara. De ahí su marcada masculinidad. Romero es capaz de enamorar a una mujer con solo una mirada. Además, donde quiera que se encuentre, ya en la plaza de toros, en el hotel, en el café, se nos presenta como un hombre que disfruta de la vida, de sí mismo, y no del modo irresponsable como el grupo de la generación perdida.

Brett, la gatuela a quien hemos visto disfrutar de una media docena de amantes, la vemos caer rendida en sus brazos. Y es él quien la abandona, y ella no tiene otra alternativa que recurrir al bueno de Jake, quien no vacilará en socorrerla con su afabilidad de siempre, pese a ver interrumpida su estancia en San Sebastián donde comenzábamos a verlo por primera vez pasando por una metamorfosis tendiente a lavar los estragos vividos en Pamplona.

Romero le ha pedido a Brett que cambie si quiere continuar con él, pero como al igual que el resto del grupo de la generación perdida sabe que ya no podrán hacerlo, la abandona. Es decir, Romero, el niño hombre, está dispuesto a hacer historia por sí mismo, sin tomar en cuenta la opinión de nadie. Cosa que no ha ocurrido nunca con Jake, quien se cuestiona demasiado el mundo circundante y en más de una oportunidad se siente perseguido, acosado por los amigos de Romero, por el mismo Robert Cohn, a quien en el fondo ha detestado siempre, y sin embargo, no puede dejar de soportarlo hasta el fin.

En resumen, ambos personajes son el contraste el uno del otro y recrean un mundo circular que no termina. Para Jake y los suyos, la distracción seguirá siendo su forma de vida. En tanto Romero, seguirá retando su destino.