Por Roberto Rivera V.
Los fantasmas de ayer son los mismos que hoy pueblan el imaginario de “Ni un rumor en la oscuridad”. Espíritus de la infancia alojados en el sustrato profundo de una psiquis que construye, que articula un narrador atrapado en aquellas mismas atmósferas, incluso superponiéndolas al cotidiano, de modo tal, que la norma convive y se conecta fluidamente con ese revés ancestral y arquetípico, el miedo a la noche de la horda a oscuras en el confuso principio de los tiempos:
En mi niñez temía hallar engendros bajo la cama, por eso no me atrevía a bajar en las noches… – dice Valdés en precisamente “Los espíritus de mi infancia” – por temor a que alguien me tomara de las piernas…
Mi mujer – el cotidiano – no entiende cómo el trauma persiste.
Es ella quien baja y regresa con un arsenal de aventuras que escucho atentamente.”
Una cierta complicidad une a los personajes con ese otro mundo, esa otra realidad subentendida y que comparten de forma tácita, compartimos en forma tácita, ya sea como aquel Jesús guatón con casaca de cuero, reescribiendo las escrituras, al que tres más le protegen las espaldas.
– ¿Y estos quiénes son? – pregunté. Nos preguntamos.
Se hizo a un lado y los nombró indicándoles con el arma: Mateo, Juan y Lucas.
Nos sorprende y a la vez deconstruye un mundo por el cual ya transitan las escrituras alteradas, degradado el peso de la tradición en una modernidad feroz, oscura como los primeros tiempos: Después subieron al cuarto del abuelo y lo registraron todo.
Así, el asesino alojado en los repliegues de la conciencia, aguarda también, convive casi normalmente junto a nosotros, dentro de nosotros; sólo aquella pequeña inquietud que avisa entre peluches y sapitos saltarines, los pasos en la noche, el viento que se cuela y al amanecer, su hijo no estaba en la cuna, y es que, en esos tiempos – ¡cómo han quedado grabados esos tiempos oscuros en la memoria! – no tan sólo retiraban el alma sino también el cuerpo de los afligidos.
Las noches vacías junto al abandonado “Cementerio Indígena”, el aullido de los lobos se multiplica y sobrecoge, cuando los viajeros y sus morrales se esfuman como en una pesadilla, en un lugar, una locación incierta, difusa, más una atmósfera que se construye a la manera de los sueños que un mundo sustentado por las palabras que lo narran, el paso imperceptible en estos cuentos, del existir, a ser sólo parte de una psiquis que lo concibe y de allí esfumarse, perderse en la nada junto con las palabras y el cuento que, al unísono, termina como en “Reprimenda”
La mañana en que su madre le levantó el castigo, el niño ya había desaparecido dentro de la habitación en tinieblas.
Así, Max Valdés, configura una suerte de narrador que, como el asesino que perpetra el crimen perfecto, este se afana con el cuento perfecto, buscando el resquicio que deja abierta nuestra conciencia, para ingresar por allí con su hilo conductor como filo de cuchillo en medio de la noche, que surge de no sabemos donde, que imaginamos en las tinieblas de lo humano, en la modernidad como un espejo que se refleja sólo a sí mismo.
Roberto Rivera Vicencio.
Presentación del libro efectuada en La Paz, Bolivia en el marco de la XII Feria del libro, que tuvo a Chile como invitado de honor.
Ni un rumor en la oscuridad
Max Valdés Avilés
Mosquito Editores
Microcuentos, 62 páginas.
2007.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…