Microcuentos de Pía Barros

Pía Barros (1956)

Es directora, desde 1976, de los talleres Ergo Sum y de Ediciones Asterión. Socia Fundadora de Letras de Chile.

Ha publicado una treintena de libros-objeto, con material literario ilustrado por destacados artistas gráficos.

Por sus talleres literarios, que destacan entre los de mayor prestigio en el ámbito de la literatura, han pasado una infinidad de alumnos.

OBRAS

Aparece en una treintena de antologías en Chile y en el extranjero. Ha dictado clases en universidades de Estados Unidos y Alemania.

Ha publicado:

CUENTOS

Miedos Transitorios, Ediciones Ergo Sum, 1985; también editado en Uruguay por el sello Yoea Libros, en 1986, y traducido al inglés en 1996).

A horcajadas, Mosquito Editores, 1990.

Astride.

Signos bajo la piel, Editorial Grijalbo, 1994.

Ropa usada, Ediciones Asterión, 2000.

– Los que sobran, Ediciones Asterión, 2002.

NOVELAS

El tono menor del deseo, Editorial Cuarto Propio, 1990.

Lo que ya nos encontró, novela en formato digital, Chilelibro.com, 2000.

DISTINCIONES

Entre otras distinciones ha obtenido el Premio Gabriela Mistral, el Premio Televisión Nacional, y las Becas de la Fundación Andes y el Consejo Nacional del Libro.

MICROCUENTOS

Pía Barros

A modo de mordaza

Sé que lo encontraron con un papel en la boca, como a manera de mordaza, con el barro enturbiándole los rasgos y la mirada azul ya sucia de ver su propia sangre derramada.

Fue un drogo que pensó que estaba borracho y algo podría esquilmar de sus bolsillos, pero hasta los angustiados se ponen respetuosos con la rigidez de la muerte, y pidió a los vecinos que avisaran que había un finado obstaculizando el paso, y algún niño podría no verlo en mitad de la lluvia y después tener pesadillas por haberse tropezado con un cadáver.

Aún el asombro le raspaba las comisuras de la boca abierta, por donde un hilillo de saliva se confundía con los regueros de lluvia que caía leve, limpiándole el barro.

Pero si estiran el papel arrugado, podrán ver que es un billete de los grandes, más bien un puñado de billetes grandes taponeándole palabras que ya no puede decir.

Tenía puesto aún el traje oscuro con el que se lucía los domingos en la misa, el traje de los discursos y los funerales, con el que salía en las portadas de político bueno. Las mismas portadas que dirán que hemos perdido a un hombre justo.

Pero revisen más abajo, entre sus piernas, para que vean la mordida. Miren bien, no estará en los noticieros, ahora, antes de que sea tarde, la huella de unos dientes pequeñitos, porque la Chana tiene todavía los dientes de leche, y una rabia sorda por las historias acumuladas de todas las niñas del barrio. El fajo que le pagó el senador lo hicimos un puño de papel, y se lo pusimos en la boca entre todas, porque así nos habíamos sentido siempre y queríamos que el supiera lo que sentíamos: un puñado de billetes a modo de mordaza.

Golpe

Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe? Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio. El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.

Conjuros en voz alta

(A Paqui)

Prepara al amante y lo extiende como otra sábana más para acogerla. Desnuda ya, toma el libro y en voz alta desgrana uno a uno los poemas. Las letras le alertan la piel hasta que los pezones se le encabritan.

Se anexan los cuerpos y el sudor y los jadeos y él, trémulo, cree entrar en ella, pero son las palabras las que la convulsan y la estallan.

Ella abre la boca, vampiresca, para el beso feroz y final.

Él aún no lo sabe, pero desde ahora jamás comprenderá tanto desgarro habitándolo cuando cabalgue otros cuerpos intentando repetirla.

Es que ella es portadora y lo ha contagiado: jamás podrá curarse del virus de la poesía.