Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez

Miguel de Loyola

Primera parte

Releer Cien años de soledad del escritor colombiano Gabriel García Márquez , es un ejercicio que todo escritor de la lengua castellana debe hacer cada cierto tiempo para fortalecer su idioma, de la misma manera que se ha venido haciendo durante cuatro siglos con la obra de Cervantes. No será por una mera cuestión publicitaria, como sucede hoy con la novela actual, que su obra trascendió las fronteras del continente hispanoamericano, iluminando con una nueva fuerza y un nuevo frescor las por entonces cansadas letras de la península ibérica, durante el llamado Boom latinoamericano de literatura.

La fuerza del idioma castellano renace con la pluma de García Márquez, al imprimirle una connotación poética capaz de «encantar las palabras», atributo que para Robert Louis Stevenson ( ) constituye, y sin lugar a dudas, la cuestión esencial del arte de la literatura.

Hay quienes sostienen todavía que la pluma más brillante del Boom fue la de Alejo Carpentier, pero sin dejar de reconocer los grandes méritos de su prosa, creo que su excesivo barroquismo, su adjetivación rebuscada, no alcanza la sencillez, fluidez y el esplendor de la pluma del colombiano. No es condición sine qua non usar palabras cultas y desconocidas para sacarle lustre al idioma, a veces con las palabras más sencillas, los grandes escritores lo hacen brillar mejor que el oro. Baste recordar a Neruda, Parra, Vallejos, por ejemplo. Y, desde luego, a García Márquez.

En Cien años de soledad se pueden encontrar centenares de ejemplos de esta escritura fresca, liviana y precisa, capaz de proyectar una imagen inequívoca y potente en el imaginario del lector, cargada de metáforas que encienden las luces hasta ese grado supremo en que la obra alcanza «la inminencia de una revelación que no se produce», como define Borges el hecho estético. Además, hay que señalar que las máximas y las expresiones estereotipadas con las que irrumpe Ursula a veces, son una campanada que despierta voces ancestrales que yacen en el subconsciente del lector, y que al ser removidas sus lápidas, lo llevan al recuerdo y a la evocación de seres y circunstancias del pasado más profundo. (Cuídate la boca- es una reliquia de familia-ahora va a ver quien soy yo-así son todos (…) locos de nacimiento-Un minuto de reconciliación tiene más mérito que toda una vida de amistad)

He aquí algunas de las innumerables frases de Cien años de soledad que proyectan imágenes magníficas:

-(refiriéndose a los gitanos) «ejemplares hermosos de piel aceitada y manos inteligentes.»

– «El gitano lo envolvió en el clima atónito de su mirada.»

– «cuyas bisagras y aldabas se torcían de calor»

-«los goznes soltaron un quejido lúgubre y articulado.»

-«mujer cuya risa explosiva espantaba las palomas.»

– «llegaron los primero árabes de pantuflas y argollas en las orejas, cambiando collares de vidrio por guacamayas»

– «la adolescencia le había quitado la dulzura de la voz y lo había vuelto silencioso y definitivamente solitario.»

– «ella padecía la espina de un amor solitario»

– «decretó una especie de luto sin muerto»

– «se le había apagado el rescoldo del corazón»

– «su respiración exhaló un tufo de animal dormido»

– «caminaba tanteando el aire»

– «el esplendor funerario de la antigua y helada mansión se fue trasladando a la luminosa casa de los Buendía.»

– «la carcomida armazón de madera se derrumbó sin estrépito, en un callado cataclismo de polvo y tierra de nidos de comején.»

– «en las cuales se habían apagado las últimas estrellas de la esperanza.»

– «y a través de la neblina del polvo lo vio en la neblina de otro tiempo»

– «la soledad le había seleccionado los recuerdos, y había incinerado los entorpecedores montones de basura nostálgica que la vida había acumulado en su corazón.»

– «de una vejez perturbada por los falsos encantos de la misericordia.»

– «Los chorros de agua triste que caían sobre el ataúd iban ensopando la bandera que le habían puesto encima»

La tentación de agregar más ejemplos, podría conducir fácilmente a copiar aquí más de la mitad del libro, porque es una constante única en la novela latinoamericana, y de la cual se han nutrido los novelistas más despabilados para sacar también buenos frutos.

Pero bien, dejemos hasta aquí el asunto del lenguaje, aunque el lenguaje sea lo fundamental en una obra literaria, y tratemos ahora de meternos en el tema, en los motivos, en los personajes que va tejiendo esta prosa mágica de Gabriel García Márquez.

Desde luego, sabemos por el título que el tema es la soledad, la soledad como problema ontológico, propio del ser que nace y muere aislado en su caparazón. El narrador nos pone así frente a la historia de la familia Buendía, fundadora de Macondo, para desarrollar conciente o inconscientemente su tesis, a través de una familia particular y concreta, con abuelos, padres, hijos, nietos, tataranietos, etc., En suma, una estirpe que está marcada con la impronta de la soledad, y que entendemos como una alegoría de la humanidad. Pero no se trata aquí de una soledad existencialista, al estilo de las obras que se corresponden con ese pensamiento descorazonador, sino de una visión de mundo que no está exenta de la esperanza.

En ese sentido, la obra de García Márquez se sobrepone a la tragedia de la soledad a través de la búsqueda constante del amor, como única fuente para salvar la frontera del aislamiento interior, de la alienación, del olvido, de la locura en definitiva. No estaría demás señalar aquí que en El amor en los tiempos del cólera, novela todavía más madura del mismo autor, y cuyo tema se acerca mucho a este, y acaso con una ternura incomparable para estos tiempos de nihilismo más absoluto, esa esperanza se hace realidad. En cambio en Cien años de soledad, la estirpe de los Buendía se acaba, como lo señala Ursula, por la falta de amor. Tal vez sea sintomático pensar también en el apellido con que García Márquez nomina a esta familia.

Resulta impresionante descubrir que todos los personajes de la novela están buscando amor, mientras matan el tiempo de su vida con sueños militares, unos, alquímicos otros, comerciales, lujuriosos, etc. Es más. Más impresionante es todavía descubrir que Ursula, madre, abuela, bisabuela, tarabuela, mientras vive es la única capaz de prodigar amor a su esposo, y a las nuevas generaciones, léase hijos, nueras, nietos, bisnietos, etc., y que luego de su muerte, sobrevenga el derrumbe y el fin de la familia Buendía. Cabe preguntarse si el autor no le da vida hasta al final para confirmar una hipótesis semejante. En ella descansa todo el peso afectivo de la familia.

Cuando se habla de lo real maravilloso en la narrativa de García Márquez, creo que se está apuntando a una visión de mundo que Cervantes sintetiza muy bien cuando don Quijote, entre sus muchas recomendaciones, le dice a Sancho: «Todo depende con el cristal con que se mira.» Es decir, si bien encontramos la soledad como tema y motivo en Cien años de soledad, el autor la mira como una realidad inherente a la condición humana, pero franqueable, posible de cambiar, de manejar, y por eso sus personajes adquieren características mágicas, que resultan posibles, creíbles, verosímiles, como por ejemplo, que el cinturón de José Arcadio sea más ancho que la cincha de un caballo, que el cura levite, que se necesitaron diez hombres para tumbar a José Arcadio Buendía, catorce para amarrarlo, y veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio, que Aureliano Buendía fabrique pescaditos de oro y luego los vuelva a fundir durante años de años, que Melquíades resucite, etc.

No está demás señalar aquí que esta visión mágica (real maravillosa) tiene su raíz en la obra de Cervantes, y que sus personajes se parezcan no es una simple casualidad. Por eso, sin duda, la alegoría que alcanzan sus obras, y concretamente esta, podemos relacionarla con la obra máxima del genio de las letras españolas. La ironía de Gabriel García Márquez, lo mismo que la de Cervantes, no es el producto del resentimiento que caracteriza a un número nada despreciable de escritores, sino de la capacidad de reírse de sí mismo, y del mundo, al estilo también de la lengua de Shakespeare. Tal vez allí radique la mayor grandeza de su espíritu y de su obra.

La entrada notable a la historia, nos remite sin duda al célebre párrafo de Cervantes: «En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho que vivía un caballero…» Con cuya frase el lector queda inmediatamente conectado con lo que se nos va a contar, al mismo tiempo que tensa la cuerda de la intriga por saber acerca de ese lugar y del personaje.

En Cien años de Soledad ocurre lo mismo: «Muchos años después, frente pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.» La fluidez y la dirección que toma el relato, genera tres o cuatro expectativas inmediatas, que afinan el clavijero de la intriga por conocer las causas del fusilamiento de un tal coronel Aureliano Buendía a quien no conocemos, al niño cuando ve por vez primera el hielo, y Macondo como espacio desconocido y misterioso del que se nos da a entender que ha cambiado, etc.