Por Rolando Rojo

Cuando el chofer abrió la ventanilla  del bus con el letrero de “Fuera de Servicio”, y asomó la cabeza para preguntar si insistía en viajar, “pese al quilombo bárbaro que se va armar, muchacho”, empecé a desconfiar de la sinceridad del gordo Monti que, muy suelto de cuerpo,  había afirmado : “¡Acá no pasa nada, che!. Y luego, traicionando la confidencia, gritó desde un rincón de la oficina: “Eh, muchachos, el chileno va a coger.»

¿Saben dónde? ¡A la provincia! Y todos se carcajeaban de lo lindo. Me palmoteaban con un :  “Andá tranquilo, che, estamos acostumbrados a estas cosas”. De modo que dije que sí, que de todas maneras. El julepe me agarró cuando el bus emprendió la solitaria carrera por las calles de Buenos  Aires y empezamos a cruzarnos con patrullas militares férreamente armadas en la carretera que circunda el Campo de Marte.

Por eso me puse a putear al gordo en la larga y tensa espera en un banco de la placita de San Miguel, ajena por completo al derrumbe democrático al que estaban tan acostumbrados los hermanos argentinos, y entre el humo de la última y resignada chupada al “Jockey Club”,  alcanzo a divisar el omnibús interprovincial que te trae como única pasajera. Y bajas. Y corres por el senderito verde sorbiéndote las lágrimas y los mocos. Y me dejas en el pecho una mancha húmeda de recriminaciones. Y desenrollas el rosario de los porqué, que acaso no sé lo que sucede, que por qué demonios viniste, amor, que es muy peligroso, sobre todo para vos. Y te vien en más lágrimas, más mocos, más por qué. Y no quiero confesarte ahora que un par de tetas tira más que una yunta de bueyes, que hace un mes que espero este encuentro, que no lo iba a malograr porque a vuestros valientes soldados se les ocurrió meterse la legalidad en el culo, justamente hoy, precisamente hoy, en nuestro día de cita, el mismo que marco cada noche en mi pieza solitaria de pensión. No quiero decirte que nada ni nadie me privaba de esta porcioncita de amor mensual. Y que me vine no más. Y que Monti dijo. Y que los muchachos de la oficina parecían tan tranquilos. Y que, de todos modos, nos estamos desvistiendo en el mismo hotelito con olor a pinos  de fin de mes. Y sin dejar de sollozar, de preguntar por qué viniste, amor, que derrocaron a la Isabelita, che, me pasas la camisa para que me la pruebe. Y yo que estas cosas no me gustan, mijita, que en mi país no acostumbramos a recibir regalitos. Y le desprendo la infinidad de alfileres de los puños, las mangas, el cuello. La estiro contra la luz verde que se filtra por la ventana y digo: “Esta bonita. ¿Cuánto te costó, amor?” Y la pregunta suena tan torpe y extemporánea como mi triste humanidad en calzoncillos y la camisa crujiente de puro nueva. “¿Te anda, che?” ¡Claro! ¿No ves? Justo el cuello y las mangas. “¿Y que les pasará a los extranjeros, amor? Y yo que ¿cómo los italianos, los chinos, los judios, los gallegos y los millones de tránsfugas de toda la galaxia que viven en tu país? “Pero es distinto. Vos sos chileno” Y te acurrucas en la cama. Y yo me deleito con el trasero redondo, con tus senos llenitos, con el espasmo monótono de tu piel. Y comprendo, a esta altura del partido, que debo teclear el armazón ardiente de tu cuello, acariciar la fuente oculta de tus goces, susurrarte los chilenismos que no entiendes, pero que se meten suavecitos en tus temores y cierras los ojos, y gimes, y te incendias de placer, y yo debo prolongar este momento a como dé lugar…cada uno en su puesto de combate, dice el titular del diario, y corro hacia el Ministerio entre los árboles polvorientos de la alameda. Grupos de transeúntes, agazapados en la niebla, observan en las esquinas. Algunos gritan: ¡El fascismo en Chile, no pasará! Otros aplauden desde los balcones. El Ministerio es un tumulto de rostros desencajados que corren buscando una salida. Un fuego de artillería  impacta en el frontis. Luego, el vuelo rasante de los “hawker hunter” corta el silencio y los alientos.

Recorro tu piel con la lengua ardiente del recuerdo. Me deslizo hacia la húmeda hondonada, asedio las líneas de tu cuerpo, desmalezo los obstáculos,  te clavo mi pasión entre los senos y te escucho un quejido de frustraciones matrimoniales, de soledades nocturnas, de un adulterio esencial y fundamentado. Y te vienes a mis brazos con la larga hilera de los porqué y tus lamentos. Y estas pensando mis temores, y no te callas, putita mía, que por qué vine a la Argentina, que no te imaginas cómo es mi país, que si ocurren estas cosas también, che, que si es cierto que de tan angosto se ve el mar desde la cordillera. Y continúas horadando mis nostalgias. Y me carcajeo para espantar el llanto antes de que sea tarde. “¿Cómo se te ocurre semejante estupidez?” ¡Claro que es angosto, pero don Pablo y misiá Gabriela lo estiraron como un mantel sobre el planeta!” Y no tengo intención de explicártelo, ni menos, hablarte de la playa grande de Cartagena, de mi barrio pobre donde extravié la infancia, de mis amigos que ya no están ni volverán a estar…” bajamos en fila india con las manos en la nuca, nos amontonan en camiones militares que esperan en la puerta. Una fina garúa de septiembre moja los cuerpos. Nos bajan a culatazos en el patio de un Regimiento. “Mataron al Presidente estos cabrones” susurra un prisionero y la noche es densa, profunda, silenciosa…”

Vuelvo a acariciar la rosada aureola de sus pechos, exploro tus blancos hemisferios, taladro tu silencio con la sedosa lengua del amante y ya no somos, no fuimos ni seremos, porque sobre la almohada  están tus porqué incisivos, y en el aroma del amor consumado está mi miedo, la vacilación que me hará envejecer en otras camas y a ti te marchitará en otros besos. Y de nuevo despierta, preguntona y locuaz. Pero me encaramo en el riel de tus ideas, navego con destreza por tus voces, esquivo los arrecifes de la duda y no me tiras por la borda, hasta que deja de fluir el torrente de tus dudas, te tragas el río y yo me pierdo en tu silencio. Quedo prisionero del papel floreado de la pieza y unas pupilas que me miran húmedas. Y te cuento que la cordillera debe estar ahí todavía, que la ves enterita cuando caminas hacia el Pedagógico o desde el altillo de la casa de mi tía, en Ñuñoa, el mismo altillo donde le mostraba el pajarito a mis primas a cambio de una vuelta en bicicleta. Que de esto hace una eternidad, tontita, pero que ahora daría un reino por  mostrárselo. Que  el Mercado Central sigue junto al río. Que la “Matadero-Palma” cruzará la ciudad  con estudiantes colgando de la pisadera. Y te ríes con los nombres que no te dicen nada. Que en los ranchos de Lota estarán creciendo los topa-topa. Que el desierto más inhóspito del planeta volverá a cubrirse de flores. Que en Chiloé las casas emergen desde el mar. Que en Valparaíso las ventanas cuelgan de los cerros y volverán a abrirse para que entre la brisa del mar. Y no me pongo a llorar de puro maricón que soy, pero siento que la piel se me desprende  como un lagarto viejo. Y no quiero que me mires, porque se va a ir a la misma mierda, mi alma de chileno machista y expatriado. Pero estás de vuelta con tus insoslayables porqués. Y que por qué dejé todo eso, por qué lo abandonaste, che, por qué, por qué, por qué. ¿Y no te piensas callar, yegüita de mierda?   Y si te robo el gesto que me martiriza y dejo inconclusa tu máscara de dudas. Si robo tu mirada inquisidora y te quedas ciega, sin tus gestos, sin tus dudas. ¿Vas a continuar, argentinita de mierda? Pero enmudeces, porque se despertó en tu pecho un nido de palomas. Y estás susurrando un lamento que palabra que me agrada: “Me hacés sentir tan mujer, che” Y te cimbras bajo mi cuerpo. Y yo debo prolongar este incendio de tu piel fundida con la mía…hay olor a sangre en el amanecer  que se viene lamiendo las montañas, encendiendo campanarios rotos, escombros de calles abiertas. Vuelven a contarnos. Los camiones militares enfilan, esta vez, hacia el poniente. La caravana se detiene frente a un estadio techado donde un nido de metralletas impone silencio. Los murmullos suben y bajan las graderías repletas de prisioneros. “La patria ha sido rescatada, las ideas materialists y ateas serán arrancadas de raíz”. El oficial gordo, moreno y sudado habla y habla por los parlantes internos…”

  Ahora te estás quejando mariposa en arrullo. Regresas de remotos confines con tu arsenal de porqués. Me miras a ojos dilatados y dices: “¡Vos te vas!” ¿A dónde, amor? “¡Vos te vas de la Argentina. Vos regresás!” Entonces salto de la cama: ¡Pero estás loca. ¿Cómo voy a regresar? Aquí vivo tranquilo. Tengo trabajo. Te tengo a ti una vez al mes. No puedo regresar. También te incorporar enérgica, molesta, airada. “¡No mientas, che. Vos vas a regresar. Vos te estás muriendo de angustia, che! Ofendido hasta la médula de los huesos, rechazo el dinero para pagar el hotel. “¿Cómo se te ocurre? ¡Te lo diría Beatriz, en serio! Pero ya no eres la misma, porque te lengüetea la tristeza mariposopula. Mejor nos vestimos. ¿Te parece? A pasitos lentos atravesamos la placita de San Miguel y, entre la bruma repentina, aparece el interprovincial que te llevará lejos. Y no te miro, porque el rimel te dibuja dos hebras  absurdas en las mejillas. Y el chofer, impaciente, te desprende los labios de los míos a punta de bocinazos. Y te quedas en la pisadera con el brazo en alto, hasta que tu vestido blanco se pierde ondeando en el verdor oscuro de la pampa.

 Desde la ventanilla del bus que me trae de regreso, miro el resplandor de los pueblos diseminados en el horizonte. Y pienso en Monti, en los muchachos de la oficina, en el “acá nunca pasa nada, che”. Pero ya no importa, porque en el fondo del bolsillo está el pasaje que me devolverá a la patria. Y me pregunto cómo diablos lo intuiste, cómo cresta te fuiste a dar cuenta. Y chofer me mira por el espejo, porque me estoy carcajeando de lo lindo. Y el viejo se contagia. Y empezamos a reír juntos hasta que las lágrimas nos brotan tibiecitas y nos empañan el reflejo multicolor de los luminosos de Buenos Aires.

nes militares enfilan, esta vez, hacia el poniente. La caravana se detiene frente a un estadio techado donde un nido de metralletas impone silencio. Los murmullos suben y bajan las graderías repletas de prisioneros. “La patria ha sido rescatada, las ideas materialists y ateas serán arrancadas de raíz”. El oficial gordo, moreno y sudado habla y habla por los parlantes internos…”

Ahora te estás quejando mariposa en arrullo. Regresas de remotos confines con tu arsenal de porqués. Me miras a ojos dilatados y dices: “¡Vos te vas!” ¿A dónde, amor? “¡Vos te vas de la Argentina. Vos regresás!” Entonces salto de la cama: ¡Pero estás loca. ¿Cómo voy a regresar? Aquí vivo tranquilo. Tengo trabajo. Te tengo a ti una vez al mes. No puedo regresar. También te incorporar enérgica, molesta, airada. “¡No mientas, che. Vos vas a regresar. Vos te estás muriendo de angustia, che! Ofendido hasta la médula de los huesos, rechazo el dinero para pagar el hotel. “¿Cómo se te ocurre? ¡Te lo diría Beatriz, en serio! Pero ya no eres la misma, porque te lengüetea la tristeza mariposopula. Mejor nos vestimos. ¿Te parece? A pasitos lentos atravesamos la placita de San Miguel y, entre la bruma repentina, aparece el interprovincial que te llevará lejos. Y no te miro, porque el rimel te dibuja dos hebras  absurdas en las mejillas. Y el chofer, impaciente, te desprende los labios de los míos a punta de bocinazos. Y te quedas en la pisadera con el brazo en alto, hasta que tu vestido blanco se pierde ondeando en el verdor oscuro de la pampa.

Desde la ventanilla del bus que me trae de regreso, miro el resplandor de los pueblos diseminados en el horizonte. Y pienso en Monti, en los muchachos de la oficina, en el “acá nunca pasa nada, che”. Pero ya no importa, porque en el fondo del bolsillo está el pasaje que me devolverá a la patria. Y me pregunto cómo diablos lo intuiste, cómo cresta te fuiste a dar cuenta. Y chofer me mira por el espejo, porque me estoy carcajeando de lo lindo. Y el viejo se contagia. Y empezamos a reír juntos hasta que las lágrimas nos brotan tibiecitas y nos empañan el reflejo multicolor de los luminosos de Buenos Aires.