Por Isadora Stuven
Creyó que aún pensaban en él. Creyó que morir sería una sensación, que se zanjarían sus problemas. Pensó tenerlo todo calculado, pues de otra forma no pudo haber sido. Pensó que lo llamarían, que irían a buscarlo… Se detuvo en ella, en su rostro, y se imaginó en aquel momento, donde diera el último respiro, donde tomara el último aliento.
Vio las cejas gruesas de ella, se acercó al color tierra de sus ojos, quiso rozar su boca, besarla…, y por un segundo olvidó lo que pensaba. Eso le ocurría a menudo, desde siempre olvidaba lo que estaba cavilando.
Decidió entonces darse un baño de tina; éste también sería el último. Mientras llenaba la fuente de tristezas pensó en su madre, y recordó sus manos, aquellas que hace un tiempo no lo acariciaban; pudo oler su pelo al acercar su delgada nariz, quiso echarle al agua un atisbo de aquella evocación. Sin embargo, la respuesta llegó a su mente tan veloz como eso que se olvida: no tenía nada de ella. Cuando introdujo el primer dedo blanco y flemático, sintió por un instante estar vivo y giró cuidadosamente hacia su último baño de tina. Cuando ya no era grato navegar por su cabeza decidió salirse.
Desnudo y sentado en la alfombra del living, hurgueteó mientras buscaba entre sus discos lo que alguna vez le pareció distinguido. Encontró un disco de Spinetta, marcó uno de los viejos que lo removieron y sintió cómo una brisa le rozaba la espalda. Miró por si las dudas sobre sus hombros, y no se encontró con nada más que una foto reflejando a un niño que ya no era, que no vivía y se sintió un poco muerto y paró en aquel pensamiento unos minutos. Pero interrumpió su viaje de nostalgias para razonar que aún mantenía firme su certera decisión.
Fue entonces cuando optó por levantarse e ir a prepararlo todo. Recogió las cartas repartidas por la habitación, quiso no prestarle atención a su descuido y las dejó todas sobre el velador.
Revisó los cajones del guardarropa y encontró aguardiente. Quiso beberlo en el balcón mientras tragaba el ungüento que le permitiría encontrarse con todo lo que había perdido. Prendió su último disfrute y por última vez resonaron en su cabeza aquellos importantes que alguna vez estuvieron, y así recorrió con su imaginación este soplo.
Mientras veía las llamadas perdidas, la ambulancia, la policía y, tal vez, la prensa, se vio a si mismo sentado en el balcón, se sintió volando; esta vez había alcanzado a sentirse vivo de nuevo, antes de recordar que aún seguía muerto.
Isadora Stuven, 21 años (Santiago, Chile). Luego de salir del colegio, dedicó sus años a recorrer los caminos viajando por Latinoamérica. Fue en este viaje donde se enamoró de la gente, las culturas y las historias de vida, y donde decidió entrar a estudiar Antropología. Asiste al taller de cuento de Lilian Elphick.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…