Crisis
Pobre. Su situación económica era pésima. Estaba con una mano atrás y la otra delante. Pero no la pasó del todo mal: supo moverlas.
Este tipo es una mina
No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.
La chica que se convirtió en sidra
Jorge, Eduardo, Ernesto, Alfredo, Alberto, uf, y tantos otros. Tengo 27 novios y un manzano. Eso quiero que dure: los frutos colorados. Es tan fácil así. Llamo a un muchacho, le doy una manzana y al mismo tiempo le pregunto ¿querés ser mi novio? Si dice que no, le quito la manzana aunque ya esté mordida (prefiero tirarla a la basura). Pero si me dice que sí ¡qué alegría! anoto enseguida un nombre nuevo en mi lista. Trato en lo posible de que sean todos nombres diferentes: es una buena colección, no quisiera estropearla repitiéndome. Yo les doy la manzana que les abre la sed y ellos son insaciables. Después me piden la prueba de amor para sellar el pacto y yo no soy quién para negarme.
El resultado es de lo más agradable, poco a poco voy sintiendo fermentar mis partes interiores y eso me hace cosquillas. Con el tiempo que pasa -y pasan los muchachos- me voy descubriendo un olor dulce que me viene de adentro, un perfume a manzanas, y mi manzano sigue dando sus frutos y los muchachos llegan ya de los barrios alejados a pedírmelos. Primero tienen que comerse la manzana -ya se sabe- si no, no son mis novios. Después nos revolcamos un ratito entre los pastos altos al fondo de mi casa y cada vez me siento más licuada entre sus brazos, efervescente y pálida. Por eso mismo me mandé a fabricar el tonel grande: por si un día se me ocurre retirarme a terminar el proceso ¿podrá seguir sin ellos, sin mis novios? Y segunda pregunta ¿quiero realmente cambiar tan a fondo? Preferiría seguir repartiendo manzanas, pero ése es el problema: siempre se conoce lo que se da, nunca las transformaciones que se pueden sufrir con lo que se recibe a cambio.
La cosa
Él, que pasaremos a llamar el sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino) que como es natural llamaremos el objeto, se encontraron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comienzos y por otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puente sea tendido y los abismos franqueados.
Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá -con un poco de suerte- se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron objeto -objeto de palabras abusivas, objeto del comentario crítico de los otros que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido-. Fue ella un objeto que no objetó para nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas más tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. Carne dentro de su carne, lo de siempre.
La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. E1 objeto asumió de inmediato -casi instantáneamente la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Deslizamiento de sujeto y objeto en un mismo sentido, confundidos si se nos permite la paradoja.
El abecedario
El primer día de enero se despertó al alba y ese hecho fortuito determinó que resolviera ser metódico en su vida. En adelante actuaría con todas las reglas del arte. Se ajustaría a todos los códigos. Respetaría, sobre todo, el viejo y buen abecedario que, al fin y al cabo, es la base del entendimiento humano.
Para cumplir con este plan empezó como es natural por la letra A. Por lo tanto la primera semana amó a Ana; almorzó albóndigas, arroz con azafrán, asado a la árabe y ananás. Adquirió anís, aguardiente y hasta un poco de alcohol. Solamente anduvo en auto, asistió asiduamente al cine Arizona, leyó la novela Amalia, exclamó ¡ahijuna! y también ¡aleluya! y ¡albricias! Ascendió a un árbol, adquirió un antifaz para asaltar un almacén y amaestró una alondra.
Todo iba a pedir de boca. Y de vocabulario. Siempre respetuoso del orden de las letras la segunda semana birló una bicicleta, besó a Beatriz, bebió Borgoña. La tercera cazó cocodrilos, corrió carreras, cortejó a Clara y cerró una cuenta. La cuarta semana se declaró a Desirée, dirigió un diario, dibujó diagramas. La quinta semana engulló empanadas y enfermó del estómago.
Cumplía una experiencia esencial que habría aportado mucho a la humanidad de no ser por el accidente que le impidió llegar a la Z. La decimotercera semana, sin tenerlo previsto, murió de meningitis.
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La autora
Escribir
Escribo contra aquellos que creen tener todas las respuestas. Espero que cada uno de mis libros sea un semillero de preguntas que genera más preguntas y por suerte casi ninguna respuesta.
Pienso que se escribe siempre desde una carencia, y no para colmarla – esa sería una pretensión vana y pretenciosa – sino para interrogarla. Personalmente, tuve la suerte de empezar a escribir mis primeros cuentos de muy joven, eliminando así esa a veces infranqueable barrera de la autocrítica, y a los 20 años pude sumergirme con toda desfachatez en una novela. Fue un poco como el tango, «anclada en París» yo añoraba un Buenos Aires al que nunca iba a volver. Nunca iba a volver, entre otras razones, porque era mi Buenos Aires inventado, arquetípico, y esos inventos son siempre generativos y cambiantes como los mitos. La novela se llamó Hay que sonreír, pero no como un consejo sino como una imposición.
Antes y después vinieron los cuentos, recopilados en un volumen que titulé Los Heréticos porque lo que me interesaba entonces – y me sigue interesando – es esa sutil barrera que separa a la religión de la herejía.
Los heréticos fue publicado en el 67. El 70 fue para mí el año del gran corte, el del reconocimiento de la literatura volcánica y de mis propias erupciones internas. Creo que fue el shock del New York de fines de la década del 60 lo que gatilló un texto visceral, y espero que profundamente erótico, El gato eficaz.
Vertical u horizontal, para arriba y para abajo, escribía El gato eficaz en ascensores, en viajes, camino hacia otras partes desconocidas, hacia zonas de mí misma por demás oscuras. Me alegro tanto de haberlo hecho, de haber podido aunque sea una vez soltar amarras y no reconocerme para nada. Es un libro que puedo retomar en cualquier momento, releer alguna página y asombrarme, como si no me perteneciera. Y con toda sinceridad creo que no me pertenece. Que ni siquiera es una criatura de mi imaginación. Es quizá un mínimo atisbo de contacto con el inconsciente transindividual, con el Otro con mayúscula como diría Lacan.
Después la vida de todos los días, claro, mi manía ambulatoria que empezó a llevarme de los Estados Unidos a México, a Francia, a Barcelona. Y un intento en Barcelona de escribir algo vagamente autobiográfico que empezaba así:
«Nació como nacemos todos, protestando por su/nuestra puta suerte. No se pudo establecer si cada berrido fue queja por ingresar en el mundo o por algo más sutil, como una angustia por la raza humana – los hermanos – al incorporarse a ese otro líquido amniótico tanto más colectivo que es el aire».
Después la autobiografía se echó a volar por su cuenta a la segunda página, y yo pude alegrarme nuevamente y sentir lo exultante que puede ser la creación literaria cuando el lenguaje empieza a expresarse a través de una, o mejor dicho a pesar de una misma.
Como en la guerra fue el título de esta novela, a la que le tuve que agregar unos acápites más o menos falsos para que se creyera que la guerra era de amor y no por esa otra subversión de valores que va moldeándose a medida que avanza el texto.
Tantos disimulos, tantas máscaras… Las mujeres sabemos mucho de esas cosas, es hora de que vayamos aprovechándolas para poder decir nuestra palabra, la palabra que hasta ahora nos estaba vedada.
Los cuentos de Aquí pasan cosas raras son crónicas de la paranoia porteña de los años negros. Pero esa fue la palabra vedada que pude de una manera u otra pronunciar. Por medio del grotesco, de un hiperrealismo literario, del humor negro, de lo que fuere, logré pasar las barreras de la censura gubernamental y decir en ese momento lo que tenía que decir.
Fue así como nació, bastante más adelante y luego de otros libros,Cambio de armas (Other Weapons), y algunos de los cuentos que integran la nueva colección: Simetrías.
Viví diez años en Nueva York (del 79 al 89), y habiendo escrito Novela negra con argentinos (Black Novel with Argentines), que transcurre en los bajos fondos de esa ciudad, con reverberaciones de la política argentina, decidí que era tiempo de volver a mi país. El shock del retorno me llevó a escribir Realidad nacional desde la cama, por lo cual no sé muy bien dónde termina mi vida y empieza la literatura, o viceversa.
Agosto de 1991
En: Luisa Valenzuela
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…