Por Miguel de Loyola

En Humillados y ofendidos, la relación amorosa que nos entrega el narrador de primera mano, no deja de sorprender otra vez por la introspección de esa conciencia culposa que el novelista hace con sus personajes. Vania (Iván Petróvich), escritor y narrador de la historia, nos introduce en la problemática que lo afecta por causa del noviazgo entre Alioscha y Natascha, de quien él también está enamorado desde hace muchos años.

Se produce así un triángulo en el cual Vania servirá de paño de lágrimas a Natascha y también por momentos al propio Alioscha. Conmueve, naturalmente, la lealtad de Vania para con ambos, al extremo que, a ratos, resulta difícil comprender la grandeza de su espíritu para no despreciar a su rival y permanecer fiel a la amistad.

 Por momentos, a este lector le gustaría saber si los personajes responden al estereotipo del hombre ruso de aquella época, o si se trata sólo de una idealización del espíritu humano. Hoy, es posible que algún crítico pudiera catalogar a los personajes de Dostoievski como naifes, por su incipiente ingenuidad. El candor deslumbra en contraste, por ejemplo, con la oscuridad del alma de los personajes de la novela actual. No sabemos si se trata de mera ingenuidad por parte del propio escritor, o bien de una espiritualidad excepcional del alma del pueblo ruso.

 Sin embargo, Dostoievski, así como es capaz de exponer los reticulados más sutiles de la bondad, también pone en el mismo escenario el contraste, la antítesis del bien, personificado en Humillados y ofendidos, en la personalidad del príncipe Piotr Aleksándrovich, hombre puramente racional, capaz de poner en movimiento los engranajes necesarios para conseguir sus ruines propósitos.

 Quizá la gran tesis de fondo que esconden las novelas del eximio novelista ruso, sea el enfrentamiento entre la razón y el sentimiento (afectividad). Dos fuerzas antagónicas que, como sabemos, cohabitan un mismo espacio: mente o espíritu. La primera representada en sus novelas por los hombres poderosos; y la segunda, por los humillados y ofendidos. Aquellos seres que no por causa del temor no enfrentan al más fuerte, sino por una cuestión moral que les impide el enfrentamiento y prefieren la humillación, despreciando el poder y la fortuna terrenal. Se trata de una pugna entre pragmatismo e idealismo, un motivo constante en la literatura. Sin embargo, lo más notable en su estilo -y acaso allí radica la mayor potencia literaria de un creador- es que la posible victoria entre ambas fuerzas, queda enteramente a juicio del lector, en tanto se identifique con alguna, apelando así a su propia conciencia, al traspasar la pregunta, la inquietud, y el veredicto (sentencia), al interior de la conciencia lectora.

 No se puede dejar de mencionar la profunda visión cristiana que fundamenta la entereza espiritual de los personajes «inferiores» de sus obras. Ellos encarnan al hombre creyente que lo espera todo de la otra vida, hasta el castigo para los malvados. Están seguros que la justicia vendrá de arriba, una vez que se haya pasado el umbral de la muerte.

 La novela es una pregunta, más que una respuesta. Una pregunta que se inserta como una saeta en el corazón del lector con el fin de llevarlo a cuestionar su propia existencia. Dostoievski en esta obra, como en otras, consigue introducir no una pregunta, sino muchas de índole ontológico y moral. La moral en tanto juez interior, censor que oscila de un ser a otro, y que sólo una sociedad justa puede prodigar como agente unificador de las conciencias. De allí la conciencia culposa que arrastran sus personajes, condenándose ellos mismos al castigo. Otro motivo fundamental en la literatura de Dostoievski.

 Natascha, la heroína, ha dejado a sus padres (Nikolai Serguieyich y Anna Andréyevna) para irse con Alioscha bajo la promesa de casamiento. Boda que no llegará a realizarse, por causa de la presión ejercida por el príncipe, padre de Alioscha, quien busca vincular a su hijo con una mujer de la alta sociedad y con dote suficiente para enriquecerse. Así, su hijo se casará finalmente con Katia, y Natascha regresará a su hogar deshonrada y pidiendo la clemencia de su padre por haberlos abandonado. Paralelamente, el narrador testigo de los acontecimientos, recoge a una huérfana (Nelly), que a la postre terminará siendo una hija legítima del príncipe pero no reconocida, con una mujer a quien en el pasado abandonó después de robarle su herencia. Es decir, los hilos se van uniendo para configurar una trama perfectamente hilada, tendiente a mostrar la vileza de unos y la bondad de otros.

Humillados y ofendidos se abre a los ojos del lector con un narrador protagonista semejante al de la novela actual, para luego entrar en los diálogos que caracterizan las obras de Dostoievski, donde los personajes conversan absolutamente todo, revelando un grado de comunicación e intimidad impresionante. Asunto que nos gustaría saber si se corresponde con la época y con la sociedad rusa de entonces. Las confidencias del alma entre unos y otros, alcanzan el carácter del psicoanálisis. Y la intimidad y compenetración de la pareja humana parece idílica. El encuentro perfecto entre almas gemelas. Contrastando, naturalmente, con el desencuentro permanente que padecen las parejas en el mundo moderno.

 Otro aspecto interesante de subrayar en Humillados y ofendidos, son los ataques de epilepsia que padece Nelly. De alguna manera, éstos revelan el padecimiento del propio Dostoievski frente a la enfermedad, y contribuyen al entendimiento de la misma en tiempos en que la medicina, y concretamente la psiquiatría todavía estaba en pañales. Las transformaciones de personalidad que sufre la niña, previas a los ataques, y también las posteriores a ellos, descritas con detalle, dan cuenta de la meticulosidad del estudio realizado por Dostoievski al respecto.