Geisha
Antofagasta está arrinconada por cerros pelados pero subterráneamente ricos en piedras que se cotizan en Londres. El agua de Antofagasta tiene arsénico; el aire plomo y la radiación solar es alta. En Antofagasta los tumores crecen rápido como las cucarachas. Por esto: no vaya ni viva en Antofagasta.
En Antofagasta probé sesos de geisha: aquellas finas cantoras de rostro blanco como la nieve de la costa occidental de la Isla de Formosa.
Como Komako, según el «País de Nieve», del escritor Yasunari Kawabata, mi geisha era una excelsa intérprete del Samisen -instrumento de cuerdas-, mejor animadora de fiestas en posadas con tinas inundadas por tibias aguas termales. Mi geisha de larga y delicada nariz, luminosos ojos y piel lozana como damasco, cometió el error de amarme. Como estábamos en Antofagasta, y no en Japón, la dejé por una puta barata. (Yasunari Kawabata, llevó su vida entre la escritura y la soledad. Kawabata se suicidó a los setenta y dos años, en el ahogo seco de una llave abierta de gas).
Enemigos
Bajé en el Líder de Recoleta. Mi amigo me dio un abrazo. Compré cerveza, pollo y vino en el supermercado. Luego despaché la entrevista en un ciber angosto. Tomamos un taxi. Nos metimos por unas calles desconocidas. Había poca gente como cualquier tarde de sábado. Me indicó que aquel era el Regimiento Buin, donde la guardia mató a un poblador. Cerca de ahí mi amigo bajó y se perdió en un pasaje. El taxista me miró con cara de resignado. Hice una llamada por celular. No me contestó nadie. Mi amigo volvió. Me dio un golpecito en la pierna buscando complicidad. Dejamos una población opaca y amarilla y comenzamos a subir. Nos detuvimos frente a una escalera en un cerro. 50 peldaños arriba estaba la casa. La casa era pequeña, con pocas cosas, donde destacaba la figurilla de San Lorenzo de Tarapacá -el santo que incendia las casas cuando no le cumplen, según la fe popular- sobre el refrigerador. No había gas. Su mujer comenzó a cocinar el pollo a leña. Desde el cerro San Cristóbal mi amigo me indicó el Hotel Radisson, donde me alojé la noche anterior. Almorzamos. Bebimos hasta que el click brillante del encendedor quemó lo último que nos quedaba de amistad.
Calle Mutilación
El capullo flota sobre un charco de sangre. Es mi obra.
Antes me besó. Un beso con quien sea a ésa hora de la madrugada puede resultar dulce. Besar a tu violador es como el silicio. Dijo que me quería. Estaba borracho. También me insultó y trató de agredirme. Un escupitajo me derrotó. Con esa cara de idiota deformada por el alcohol contempló inmóvil mi tristeza y deterioro.
Pude asfixiarlo por esa madrugada de marzo cuando borracho y cerca del mismo bar me violó. Al principio fue tierno. Le creí. Después me arrastró a patadas por el suelo.
Hace algunos minutos le arranqué su miserable sexo y la sangre fluye, caliente. Ojalá sobreviva.
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Rodrigo Ramos Bañados, periodista, 32 años. Trabajó en diarios de Iquique, como los desaparecidos El Nortino y El Mango. Actualmente trabaja en un diario de Antofagasta, como redactor en el área cultura. En lo literario: Beca del Fondo del Libro y la Lectura, año 1999 (en Antofagasta), publicaciones de cuentos en la desaparecida Revista Sabella de El Mercurio de Antofagasta (año 2000), además de participar en el proyecto Microhistoria, historias de Micro (2003) que realizó la Universidad de Antofagasta, con fondos del Consejo del Libro. Actualmente desarrolla una novela a través del blog Alto Hospicio (Novela): También desarrolla un blog de fragmentos, El descuartizado
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…