Por Jorge Lozano
Catedrático
Universidad Complutense de Madrid
«Definir es matar. Sugerir es crear».
S. Mallarmé
Hace ahora 20 años, el 31 de diciembre de 1980, murió en Toronto el canadiense Herbert Marshall McLuhan, que había nacido en Edmonton (Alberta) el 21 de julio de 1911. A 20 años de distancia aquel «Doctor Spock de la cultura pop», entrevistado por Playboy, que hacía de McLuhan en Annie Hall, de Woody Allen, denostado por la Academia, ridiculizado por la teoría crítica, reaparece últimamente en plena globalización o glocalización —él que habló de aldea global— donde la cuestión de la transmisión de información lejos de ser banal se convierte en problema central.
En cierta ocasión, el dandi del llamado nuevo periodismo americano Tom Wolf le preguntó por qué era tan difícil seguir sus razonamientos, a lo que McLuhan contestó sin pestañear: «Sencillo. Soy un hemisferio derecho que habla a hemisferios izquierdos». Tamaña respuesta lo confirmaba como enigmático profeta, de pensamiento galáctico diría Edgard Morin, que gustaba de recurrir a la imagen de la sonda («los productos de mi mente son sondas que iluminan zonas oscuras») y que prefirió ser un explorador (explorer) a alguien que da explicaciones (explaner). «El explorador es un ser absolutamente ilógico. Jamás sabe en qué momento va a hacer un descubrimiento extraordinario. Y la lógica es un termino que carece de sentido cuando se aplica al explorador». No explico nada. Exploro». Mas alguna de sus justamente exploraciones, de sus profecías consideradas en un tiempo disparates, le han dado en parte razón. De ahí que la pregunta «¿Quién teme a Marshall McLuhan?» sea pertinente y que merezca la pena recordar a este visionario personaje —cowboy canadiense, lo llamaba Baudrillard— que gustaba de decir, ¿otra profecía?, que el futuro era cosa del pasado. ¿Quién podría hoy por ejemplo rechazar drásticamente la siguiente afirmación de McLuhan:
«La velocidad eléctrica tiende a abolir el tiempo y el espacio de la conciencia humana. No existe demora entre el efecto de un acontecimiento y el, siguiente. Las extensiones eléctricas de nuestro sistema nervioso crean un campo unificado de estructuras orgánicamente interrelacionadas que nosotros llamarnos la actual Era de la Información».
O aquella según la cual:
«En la era eléctrica nos vemos a nosotros mismos cada vez más traducidos en términos de información, dirigiéndonos hacia la extensión tecnológica de nuestra conciencia»
Comenzó McLuhan estudios en ingeniería que luego abandonaría para licenciarse en literatura inglesa en la Universidad de Manitoba. Con una beca se desplazó a la Universidad inglesa de Cambridge, donde fue discípulo de Leavis y de Richards, para tealizar una tesis sobre Thomas Nashe (1567?1601), miembro del famoso grupo de dramaturgos, escritores y poetas ingleses conocidos por los «University Wits», en el que destacó el autor de El judío de Malta Christopher Marlowe. De este grupo cabe recordar, entre otras cosas, un ilimitado entusiasmo por los aforismos y juegos de palabras que deberían influir tanto en el autor del dictum «el medio es el mensaje» o «el medio es el masaje». La lectura de Nashe le hizo interesarse por la retórica, por figuras como la hipérbole y la paradoja; y lo citará en un confuso y abstruso aforismo de La galaxia Gutenberg: «La polifonía de la prosa de Nashe peca contra el decoro lineal y literario».
En Cambridge se ocupó en estudiar a Yeats, T. S. Eliot, Ezra Pound (con quien mantuvo relaciones, lo visitó en el manicomio de St. Elisabeth, donde fue confinado por su apoyo radiofónico al régimen fascista en Italia, y mantuvo con él correspondencia) y especialmente James Joyce, hasta el punto que siempre sostuvo que sus posteriores investigaciones sobre los medios y sobre el nuevo ambiente «eléctrico» siempre lo eran «applied Joyce», aplicando Joyce.
«(…) Cambrigde fue un shock. Richards, Lewis, Eliot y Pound y Joyce en pocas semanas abrieron las puertas de la percepción sobre el proceso poético y sobre el papel de adaptación del lector al mundo contemporáneo. Mi estudio sobre los media tuvo inicio y siempre ha permanecido radicado en la obra de estos autores».
No incluye en esta cita, sin embargo, a quien fue junto a Joyce su autor preferido, Chesterton, de quien admiró su adhesión a la paradoja y al paralogismo. Chesterton fue a quien dedicó su primer artículo académico (sic) en 1936 ‘G. K. Chesterton: A practical Mystic’ y de quien se ocupó en la introducción que redactó para el libro de H. Kenner, Paradox in Chesterton, de 1948. Fue la profunda admiración al autor de las obras sobre el padre Brown la responsable de su conversión al catolicismo, religión que profesó y que nunca abandonaría.
De todos ellos, y fundamentalmente de James Joyce, le fascinaba su capacidad de crear mundos llenos de visiones y sonidos discontinuos que exigían del lector una participación activa. De esa consideración surgió su constante recurso a los aforismos que, como él decía, son siempre incompletos y requieren por ello de una profunda participación. No es extraño que un músico como John Cage dijera de McLuhan —que era amigo de Glenn Gould y de Duke Ellington—:
«En sus escritos me gusta el modo en que salta de un parágrafo al sucesivo sin un nexo lógico (…) deja un espacio, un intervalo que permite al lector, estimulado, razonar por su propia cuenta».
De los artistas destaca McLuhan su capacidad para prever el futuro («El artista capta el mensaje del desafío cultura] y tecnológico varios decenios antes que un choque transformador se haga sentir»). El artista, sostenía, está dotado de una personalidad tan excepcional que puede «corregir las relaciones entre los sentidos antes de que los choques de una nueva tecnología hayan aturdido los procedimientos conscientes».
A final de los años treinta McLuhan fue docente en la Universidad de San Luis (Missouri), donde se encontraba estudiando Walter Ong, autor de Oralidad y escritura (1982), sobre quien ejerció una reconocida influencia. Fue en efecto McLuhan quien descubrió a Ong la obra de P. Ramus, Pierre de la Rarnée (15151557). Ong le dedicó un libro sobre Ramus y publicó un libro importante Ramus, Method and Decay of Dialogue sobre el papel de la visualización en la lógica y en la filosofía del Alto Medioevo y sobre el cierre disciplinario de la reforma pedagógica de Ramus, que a su vez fue utilizado por McLuhan en La galaxia Gutenberg, donde cita a Ong y se refiere a Ramus como «un francés que se deslizó sobre la ola de Gutenberg». Los años que pasó en San Luis, donde impartió cursos sobre Retórica e Interpretación le permitieron familiarizarse con el Medioevo y la cultura escolástica. De ahí proviene su interés por los procesos cognoscitivos.
En 1951 publicó su primer libro, La novia mecánica (seis años antes de que R. Barthes publicara Mitologías) tratando de hacer cumplir una de sus profecías, la que había sugerido en su diario en marzo de 1930:
«De aquí a cincuenta años (…) un volumen de eslóganes y anuncios publicitarios de 1930 constituirá una lectura mucho más interesante que cualquier otra cosa aparecida en esta generación».
En una carta a su madre, Elsie Hall, maestra de dicción y actriz de teatro, definirá La novia mecánica como «una nueva forma de narrativa de ciencia-ficción, con anuncios publicitarios y tebeos (…) podría ser considerada como una nueva forma de novela». El libro muestra «el folklore del hombre industrial» (…), en tono decididamente moralista y apocalíptico («el efecto de muchos anuncios y entretenimientos es mantener a todos en un estado de vulnerabilidad mediante una rutina mental prolongada?’) tanto que por decirlo con Umberto Eco «paradójicamente este libro hace pensar en un Adorno que se expresase en tebeo. El aparato filosófico y argumentativo son diferentes pero la indignación es la misma. Salvo que McLuhan sugiere 1eer» y «comprender» estos fenómenos desde dentro para poderlos dominar». En efecto, esa mirada «desde dentro» siempre la justificó nuestro autor mientras se preguntaba al inicio del libro:
«¿Por qué no usar la nueva educación comercial como un medio para comprender [la manipulación]? O, ¿por qué no ayudar al público a observar conscientemente el drama que se intenta operar inconscientemente en él?».
Él mismo cuenta que, a medida que iba siguiendo este método, le vino a su mente el cuento Descenso al Maelström, de E. A. Poe. El marinero de Poe, recordemos, pudo salvarse estudiando la acción del torbellino y cooperando con él.
«Del mismo modo», dirá, «este libro hace algunos intentos para combatir las considerables corrientes y presiones, situadas hoy a nuestro alrededor por la acción mecánica de la prensa, la radio, el cine y la publicidad».
En un momento del cuento de Poe, el marinero, mientras estaba encerrado en las paredes del torbellino con numerosos objetos que flotaban a su alrededor piensa: «Debo haber estado delirando porque incluso traté de entretenerme especulando sobre las velocidades relativas de sus diferentes descensos del torbellino hacia la espuma inferior? Con el mismo espíritu nacido del desapego racional de comportarse como un espectador de su propia actuación, que le salvó, intenta McLuhan, con esas palabras, abordar y ofrecer éste su primer libro, insisto moralista casi swiftiano, en el que la tecnología se le aparecía como «un tirano abstracto que produce devastaciones hasta en los resquicios más profundos de la psique».
El propio McLuhan lo diría así tiempo más tarde:
«Durante muchos años, hasta que no escribí mi primer libro La novia mecánica, había adoptado un acercamiento extremadamente moralista a cualquier tecnología ambiental. Aborrecía las maquinarias. Detestaba la cuidad, consideraba la revolución industrial como el pecado original y los mass media como la caída original. Dicho brevemente, rechazaba casi todos los elementos en nombre de un utopismo rousseauniano. Pero gradualmente me di cuenta cuan estéril e inútil era la actitud mía y comencé a comprender que los más grandes artistas del siglo XX —Yeats, Pound, Eliot, Joyce— habían descubierto un acercamiento completamente diferente, basado en la identidad de los procesos de cognición y de creación. Me di cuenta de que la creación artística es el play-back de la experiencia ordinaria —de las escorias a los tesoros—. Dejé de ser un moralista y me convertí en un estudioso».
En ese mismo año, 1951, otro canadiense historiador de la economía, Harold Adams Innis, publicaba en Toronto The Bias of Communication, en el que relacionaba la forma de la comunicación con la organización política, interacción que le autorizaba a sugerir, por ejemplo, que si la invención de] alfabeto fonético y, por tanto, el uso de la imprenta y del papel, había permitido el desarrollo de los imperios (cuyo poder irradiaba de los centros urbanos a través de los grupos de sacerdotes y funcionarios), la cultura oral, como en la antigua Grecia, favorecía un tipo de sociedad con un alto grado de participación e imaginación. En ese libro Innis escribía:
«Los efectos del descubrimiento de la imprenta se hicieron evidentes en las salvajes guerras religiosas del siglo XVI y XVII. La aplicación del poder a las industrias de la comunicación aceleró la consolidación de las lenguas vulgares, el nacimiento del nacionalismo y los recientes estallidos del salvajismo en el siglo XX».
En un libro anterior, Imperio y comunicación, Innis ya sostenía que la naturaleza de la tecnología de los medios de comunicación que prevalezcan en una sociedad y, en un momento dados influirá en el modo de pensar y actuar de sus miembros. Aparecerán así «monopolios de conocimiento» tecnológicamente determinados.
Halagado McLuhan porque Innis recomendara a sus alumnos La novia mecánica, leyó Imperio y comunicación, que influiría de modo explícito en su mejor libro La galaxia Gutenberg (1962), intitulando uno de sus capítulos ‘Cómo Harold Innis fue el primero en demostrar, el alfabeto es una agresivo y militante absorbedor y transformador de culturas’. Allí recuerda cómo Innis explica detalladamente la simple verdad del mito de Cadmo:
«El rey griego Cadmo, que introdujo el alfabeto fonético en Grecia, se dice que sembró los dientes del dragón y, que brotaron hombres armados. (Los dientes del dragón pueden simbolizar las viejas formas jeroglíficas). También explicó Innis por qué la imprenta origina nacionalismos y no tribalismo, y por qué origina los sistemas de precios y mercado que no pueden existir sin ella. En resumen, Harold Innis fue el primero en señalar el proceso de cambio como implícito en las formas de la tecnología de los medios. El presente libro es una nota a pie de página para explicar su obra».
En un texto posterior (1964) McLuhan vuelve a ocuparse de Innis, pero incorporando su lectura del fundamental libro Preface to Plato (1963), del también canadiense de Toronto E. A, Havelock, de quien toma la idea de que el alfabeto es una tecnología de fragmentación y concreción visual, que llevó rápidamente a los griegos al descubrimiento de la información clasificada (para Havelock el pensamiento está entrelazado con los sistemas mnemotécnicos, los cuales determinan incluso la sintaxis). De modo abrupto, McLuhan, comentando a Innis, dirá: «Los griegos fueron de lo oral a lo escrito, de la misma forma que nosotros vamos de lo escrito a lo oral. Ellos ‘terminaron en un desierto de datos clasificados, igual que nosotros podemos ‘terminar’ en una nueva enciclopedia tribal de conjuros de auditorio». Más allá del tono oracular que tan razonablemente ha irritado, si pensamos en el fático (sic) uso actual de los teléfonos móviles por parte de los jóvenes enviándose pequeños mensajes clasificados o ciertos usos de los chats-lines podríamos darle la razón. En todo caso, a McLuhan hay que incorporarlo al grupo de los estudiosos que, como Havelock u Ong, tanto se han ocupado de oralidad y escritura. El mismo Ong, en su importante libro Oralidad y escritura, subtitulado ‘Las tecnologías de la palabra’, reconoce el trabajo realizado por McLuhan sobre el contraste oído-ojo, oralidad-texto escrito, llamando la atención sobre la conciencia precozmente aguda de James Joyce respecto a la polaridad oreja-ojo y refiriendo a tales polaridades un número de horas académicas heteróclitas, recogidas por su vasta y ecléctica cultura y por sus excepcionales intuiciones. También por influencia de McLuhan, Ong distinguirá entre «oralidad primaria» de las sociedades sin alfabetización y «oralidad secundaria» derivada de la introducción de los medios electrónicos en las sociedades alfabetizadas.
La cultura oral, al basarse sólo en las técnicas mnemotécnicas que se basan sobre el ritmo y la repetición es, según Ong:
· Paratáctica en vez de hipotáctica (coordina el discurso con breves proposiciones independientes o unidas por conjunciones simples, en vez de organizar arquitecturas complejas con abundancia de subordinadas). Ejemplo de estilo oral paratáctico es el relato de la creación en el Génesis (1: 1?5) que si bien es un texto escrito mantiene reconocible su estructura oral.
· Agregativa en vez de analítica (sobre el plano de los contenidos pone juntos fenómenos según un principio análogo: unir en serie más que atender a la complejidad de los vínculos), Ejemplo: uso de fórmulas como auxilios mnemotécnicos: clichés usados como denuncia política, el «enemigo del pueblo»…
· Redundante en vez de económica.
· Tradicionalista más que innovadora.
· De tono agonístico.
· Enfática y participativa más que objetiva y distanciada.
· Homeostático (equilibrio que elimina memorias sin relevancia para el presente).
· Situacional más que abstracta.
De la proximidad entre el padre Ong y McLuhan dan cuenta estas palabras del primero:
«Hablo de comunicación oral y de la transformación tecnológica de la palabra a través de la escritura, la imprenta y la electrónica, siendo consciente de cómo los seres humanos interioricen sus tecnologías convirtiéndolas en parte de sí mismos. Hemos interiorizado la escritura y la imprenta tan profundamente que no nos damos ya cuenta de que son componentes tecnológicos de nuestros procesos mentales.»
Sobre la dicotomía oralidad y escritura aparecerá en Understanding Media (1964) su más famoso y manoseado eslogan «el medio es el mensaje», que significa, según sus palabras, que las consecuencias individuales y sociales de cualquier medio, es decir, de cualquiera de nuestras extensiones (o prótesis) resultan de la nueva escala que introduce en nuestros asuntos cualquier extensión o tecnología nueva. Pone como ejemplo la luz eléctrica, que es información pura; un medio sin mensaje. Tamañas aserciones fueron tildadas de determinismo tecnológico: no sólo se privilegia el solo componente tecnológico como mero (y único) causante de la influencia de los mass media en los destinatarios, sino que, al mismo tiempo y por ello mismo, niega otros elementos en el proceso de información y comunicación, y, más en concreto, el contenido de los mensajes.
El abandono del contenido, que irritara tanto a las escuelas críticas de comunicación, supone no sólo reducir el proceso (y el sistema) de comunicación a una simple relación técnica (telemática o tecnotrónica) entre media y destinatarios, sino que además supone, en tanto que considera a los media como extensiones de la corporeidad, confundir los clásicos (discutidos e incluso discutibles) conceptos de «canal», «código» y «mensaje» surgidos en el seno de la teoría de la información (donde, por cierto, «contenido» en esta teoría no es lo que se dice» sino el número de elecciones binarias para decir algo). La objeción es, era, clara: si son igualmente media el aire, un vestido, una escritura, entonces no hay diferencia entre canal (aire), mensaje (vestido) y código (lengua escrita).
En aquellos años Eco, que se refirió al pensamiento del parusiaco McLuhan como cogito interruptus, le reprochó que, al considerar la luz como medium, no podía distinguir entre la luz como señal (transmisión de impulsos para significar mensajes particulares), la luz como mensaje (la luz encendida en la ventana del amante significa «ven»), o la luz como canal de otra comunicación (la luz de la lámpara permite leer). Tras estas sin duda pertinentes observaciones, cabe recordar también, por otro lado, que la etimología de información en su uso habitual deriva del griego morphé (formar) y donde in-formare equivale a dar forma —o estructura— a materia, energía o relación. Definición ésta no extraña a aquella aristotélica según la cual una información es algo que sirve para dar una forma, para hacer precipitar al receptor en un nuevo estado. O como dirían Bateson o Luhman, entre otros, «una diferencia que hace una diferencia».
Su atención a la forma («No soy un ‘crítico cultural porque no estoy interesado en clasificar formas culturales. Soy un metafísico interesado en la vida de las formas y en sus sorprendentes modalidades») le llevó a proclamar en varias ocasiones con tono conminatorio no exento de histrionismo: «¡Mirad la forma, mirad la forma; no vendáis vuestra alma por un plato de mensajes!» Creo no equivocarme si veo en su escritura una concreción de su interés por la forma. Atento lector de poesía, había escrito alguna vez que la forma poética puede tener una tendencia visiva más que auditiva, como por ejemplo en la poesía de Wordsworth. Y cuando apareció La galaxia Gutenberg invitó a leerlo como un mosaico («ni hay que leerlo todo ni en secuencia particular: los párrafos no son simples referencias, son estructuras que incorporan formas espaciales de percepción y de conciencia»). El mosaico, decía, puede ser visto como una danza, pero no está estructurado visualmente ni es una extensión del poder visivo. El mosaico, de hecho, no es uniforme, continuo o repetitivo. Es discontinuo, oblicuo y lineal.
Para McLuhan, «el medio es el mensaje» quiere decir también que, más allá de los contenidos transmitidos cada vez, es la misma tecnología de los medios de comunicación la que constituye per se un impulso comunicativo fuerte y determinado.
No sé cuánto haya leído McLuhan a Heidegger, de quien dice en La galaxia Gutenberg: «Heidegger hace esquí acuático sobre la ola electrónica tan triunfalmente como Descartes cabalgó la ola mecánica». Pero sí me arriesgo a encontrar similitudes con la conferencia que el filósofo alemán dictara el 18 de noviembre de 1953 en Munich, La pregunta por la técnica, en donde afirmaba taxativamente «la técnica no es lo mismo que la esencia de la técnica». En ese texto Heidegger afirma que la técnica no es meramente un medio; es un modo de desocultar; es el ámbito del desocultar, es decir, de la verdad (aletheia). Recuerda Heidegger que técnica deriva de tekné, que forma parte del producir, de la poiesis, es algo, dice, «poietico». (En un reciente libro sobre televisión, Silverstone, imbuido de ese espíritu heideggeriano, dirá: «la tecnología pasa a ser una cuestión que atañe más a destrabar, transformar, almacenar, distribuir, modificar y regular conocimiento y prácticas)».
Atendiendo al impulso comunicativo fuerte y determinado, McLuhan estableció su clasificación técnica de los medios, que dividió entre ‘fríos» y «calientes» (los «calientes» saturan un canal sensorial con una fuerte densidad de información, no favorecen la interacción, son «cerrados» e inducen pasividad: prensa, radio, cine … ; los ‘fríos» se dispersan entre varios canales sensoriales o tienen escasa densidad informativa; inducen a la participación, la actividad, la interacción: televisión, teléfono, conversación).
Como se sabe, no tuvieron mucho éxito «exploraciones» de este tipo. Si ya nos hemos referido a las críticas a McLuhan por el abandono del «contenido» no tuvo mejor fortuna su propuesta del estudio sobre el medium. Sin embargo, poco antes de su muerte apareció un importante libro sobre un medium, en este caso la prensa, que le daría la razón. Nos referimos al libro de Elisabeth L. Einsenstein The Printing Press as an Agent of Change: Communications and Cultural Transformations in Early Modern Europe (1979), en donde, como se sabe, demuestra de modo convincente cómo la prensa revolucionó la Europa Occidental alimentando la Reforma y el desarrollo de la ciencia moderna.
McLuhan, refiriéndose a la tecnología de la escritura y a sus efectos múltiples, a menudo opuestos, dice: «Si el rígido centralismo es una característica importante de la alfabetización y de la imprenta, no menos importante es la apasionada afirmación de los derechos individuales», y se refiere también a las feroces guerras de religión de los siglos XVI y XVII causadas por el descubrimiento. Elisabeth Eisenstein, por su parte, escribe:
«Es difícil imaginar cómo alguien pudiera considerar una auténtica bendición la reproducción más eficiente de los textos religiosos. Saludada por todos como un arte pacífico, la invención de Gutenberg contribuyó probablemente, mas que otra denominada arte de la guerra, a destruir la concordia cristiana y a desencadenar la guerra religiosa».
Si McLuhan y Eisenstein, pero también Ong, Havelock o Goody, pueden inscribirse en aquella teoría del medium que considera que la tecnología es formadora de cultura y, creadora de ambiente, también Walter Benjamin, no ciertamente próximo a McLuhan, sostuvo tesis análogas. En un texto sobre Karl Krauss sostiene Benjamin:
«¿Es la prensa un mensajero? No, el evento. ¿Un discurso? No, la vida. La prensa sugiere que los verdaderos sucesos sean las noticias sobre los sucesos, pero provoca también esta siniestra identidad, de donde surge siempre la apariencia que los hechos deban ser referidos primero y después realizados, y a menudo también tal posibilidad».
En Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, McLuhan se refiere al mito griego de Narciso (de narcosis, entumecimiento) según el cual el joven Narciso confundió su reflejo en el agua con otra persona («esta extensión suya insensibilizó sus percepciones hasta que se convirtió en el servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida»). Con esta imagen sostendrá que cualquier invento o tecnología es una extensión o autoamputación del cuerpo físico, y, como tal extensión, requiere, además, nuevas relaciones o equilibrios entre los demás órganos y extensiones del cuerpo, y concluirá afirmando: «En la edad eléctrica llevamos a toda la humanidad como nuestra piel». No parece que el efecto de narcosis de tantos usuarios de Internet, por ejemplo, no fuera anticipado por McLuhan; toda la literatura sobre cyborgs, ciberespacio o cibercuerpo deberían reconocerlo; y nadie podría negar que la oveja Dolly tiene que ver más con el mito de Narciso que con el mito de Edipo.
Recientemente, Derrick de Kerckhove ha propuesto, con el término de psicotecnología (cualquier tecnología que imita, extiende o amplía los poderes de nuestra mente), considerar la televisión como nuestra «imaginación colectividad» (otros dirían «mente pública») proyectada fuera de nuestros cuerpos, que se galvaniza en una teledemocracia electrónica. Más allá de los análisis sobre la «neotelevisión», o del anuncio de su fase implosiva o terminal, la televisión continúa, como quisiera McLuhan, ejerciendo el efecto narcótico, como aquella escena en que Woody Allen le dice a Diane Kcaton mientras viajan en un taxi: «Estás muy guapa, difícilmente puedo mantener mis ojos sobre el taxímetro».
Años después de la muerte de McLuhan, director desde 1963 del Centro para la Cultura y la Tecnología de la Universidad de Toronto, apareció un notable libro del profesor J. Meyrowitz, No sense of place (1985), que se ocupa, corno reza el subtítulo, del impacto de los medios electrónicos sobre el comportamiento social; uno de cuyos efectos lo sugiere el título, es la modificación del sentido del lugar: ha disminuido el significado social de las estructuras fisicas que, en otro tiempo, dividían la sociedad en numerosos espacios ambientales de interacción. Reconoce Meyrowitz que en los estudios sobre la teoría del medium faltan también tentativas concretas de vincular el análisis de las características de los medios con el análisis de las estructuras y de las dinámicas de la interacción social cotidiana, de ahí su título. Meyrowitz se preguntaba: «¿Por qué y cómo las tecnologías que crean nuevos vínculos entre lugares y personas pueden llevar a un cambio fundamentalmente en la estructura de la sociedad o en el comportamiento social?» Si para analizar la interacción social cotidiana se apoya en Goffman, para analizar los media se apoya con todas las reservas en McLuhan, a quien reconoce la importancia de su discurso sobre «el equilibrio sensorial».
Más recientemente, D. de Kerckhove, en sus libros, siempre deudor de su maestro McLuhan, ha propuesto bajo el concepto de «brain frame» que las tecnologías de elaboración de información «enmarcan» nuestro cerebro en una estructura y que cada una de ellas lo desafía a proporcionar un modelo diverso, pero igualmente eficaz de interpretación. Dicho con sus palabras, el cerebro humano es un ecosistema biológico en constante diálogo con la tecnología y la cultura. («las tecnologías basadas sobre el mensaje como la radio y la televisión pueden «enmarcar» el cerebro, ora fisiológicamente sobre el plano de la organización neuronal, ora psicológicamente sobre el plano de la organización cognitiva; otras tecnologías ?los satélites y las redes telefónicas? se han convertido en prolongaciones del cerebro y del sistema nervioso central. Estas tecnologías, dice, crean estructuras que «enmarcan» el ecosistema).
Decía McLuhan en 1964:
«Situando nuestros cuerpos físicos en el centro de nuestros sistemas nerviosos ampliados con la ayuda de los medios electrónicos, iniciamos una dinámica por la cual todas las categorías anteriores, que son meras extensiones de nuestro cuerpo, incluidas las ciudades, podrán traducirse en sistemas de información».
Es fácil imaginarse la reacción que en aquellos años pudo provocar esta aserción. Mas debemos reconocer con De Kerckhove que en este pasaje McLuhan se anticipó a la realidad virtual unas tres décadas antes de que la idea filera siquiera considerada: «McLuhan no necesitó ver un sistema para saber que el propósito de la informatización era convertir el hardware en software, que el pensamiento tomara las riendas del poder físico».
Entonces, podemos concluir, este señor tan extravagante ¿era un profeta?, ¿era una especie de Julio Verne de la comunicación electrónica? Fuere lo que fuere, sí habrá que darle razón cuando repetía: ‘Para ser un buen profeta no se debe predecir nada que no haya ocurrido ya».
BIBLIOGRAFIA
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· Eco, U.: ‘Cogito interruptus’, en La Periferia e l’Impero, Bompiani, 1979.
· HEIDEGGER, M.: ‘Pregunta por la técnica’ (1953), en Época de Filosofía, 1, 1985.
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· LANDOW, G. P.: Hypertex. The Convergence of Contemporary Critical Theory and Technology, Baltimore, Johns Hopkins Un. Press, 1992.
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——— Comprender los medios de comunicación (1964), Paidós, Barcelona, 1996.
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· MEYROWITZ, J.: Non sense of place. The impact of Electronic Media on Social Behaviour, Oxford University Press, 1985.
· ONG, W. J .: Orality and Literacy. The Technologizin of the Word, London, Methuen, 1982.
· SILVERSTONE, R.: Televisión y vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 1996.
Jorge Lozano es catedrático de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Autor de El discurso histórico.
Este artículo ha sido publicado previamente en Claves de razón práctica, nº 109, enero-febrero 2001, pp. 51-55
© Jorge Lozano 2001
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
Fuente de origen: http://www.ucm.es/info/especulo/numero18/mcluhan.html
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.