Por Tatiana P. Torres
Pocas cosas me angustian más que la idea de perder un libro. Mis libros están llenos de apuntes, aclaraciones, signos de pregunta y exclamación, como una caja con doble fondo donde el contenido nunca es uno solo. Ellos albergan –además de la historia que ha plasmado en ellos el autor- la que yo voy escribiendo con el paso de las semanas, meses e incluso años, en el extrarradio de sus páginas. Si pierdo un libro pierdo pensamientos y reflexiones que muy probablemente no aparecerán de la misma manera –e incluso, que pueden no volver a aparecer- que si compro y leo otra vez el mismo libro.
A tal punto llega mi aprehensión con algunos ejemplares (obviamente no todos merecen mi angustia ante la posibilidad de perderlos), que he llegado a hacer duplicados de los más importantes, una “copia de seguridad” en caso de darse la lamentable circunstancia de la pérdida. Así, rara vez salgo a la calle con los más queridos y de ser necesario -en caso de viaje u otra circunstancia de fuerza mayor- siempre llevo conmigo la “copia de seguridad”, jamás el original.
Tal vez por eso es que así de buenas a primeras, la idea de andar dejando libros en sitios públicos para que otros los encuentren me pareció poco menos que una infamia, una invasión directa y para colmo voluntaria, a mi privacidad intelectual y emocional. Solo después de darle muchas vueltas y analizando el asunto en frío me di cuenta que, según como se mire, la idea no es del todo absurda. Y no lo digo por la gran cantidad de países y personas que usan el “bookcrossing” (tal es el nombre técnico que recibe la práctica) como vía de expresión cultural y social, sino porque a veces, en la idea primaria que subyace bajo el adorno y la parafernalia sin sentido, suele haber algo de verdad o al menos, el rastro de una emoción agradable a la que no tiene nada de malo recurrir de vez en cuando.
Oficialmente el bookcrossing nació el 2001 ideado –según la información que hoy por hoy circula en la red- por el estadounidense Ron Hornbaker, cosa que despierta la más grande de mis suspicacias por que, hace más de diez años, yo misma escuché la iniciativa relatada por un periodista chileno que vio la costumbre en las calles y plazas públicas de Japón. Si aplicamos un sencillo principio estadístico notaremos que es mucho más probable que sea un japonés y no un estadounidense el inventor de la idea, sobretodo considerando la gran cantidad de lectores y la elevada calidad del tiempo de ocio que ostentan los nipones. Lo que si me parece más lógico pensar es que el tal Ron Hornbaker sistematizara la práctica y le otorgara (con o sin querer), cierto aire de movimiento sociocultural a lo que en un principio solo fue un gesto desinteresado de amabilidad hacia el prójimo y de interacción con el entorno.
Hoy en día existe una página oficial de bookcrossing (www.bookcrossing.com)y filiales de la misma en algunos países del mundo entre los que se cuenta España (www.boocroosing-spain.com) con más de 20.000 miembros registrados. La traducción castellanizada del término quedó en “libera tu libro”, movimiento que establece las pautas básicas para la “liberación” de los ejemplares, eso, si uno quiere unirse al movimiento con todas las de la ley. La idea, finalmente, ha devenido en una red de amigos del bookcrossing donde la gente puede reunirse en encuentros públicos (como el de Santander y Zaragoza en España los años 2005 y 2006), compartir su biblioteca personal o rastrear el itinerario que ha seguido un libro desde que fue “liberado”. Algo así como los envíos certificados de la oficina de correos; entras en la página, pones el código que la organización le ha asignado al libro, y puedes ver quien lo ha leído, en que manos está actualmente y qué países ha visitado. Lo último de los bookcrossers –es decir de los liberadores oficiales registrados en la página- es crear “anillos de lectura” (y esto si que se me ocurre idea absoluta de Hornbaker), donde un bookcrosser libera un ejemplar a una larga lista de otros que lo irán pasando de uno en uno (a veces por correo, a veces personalmente) hasta que toda la lista lo haya leído, cosa que puede tardar meses e incluso años dependiendo de la cantidad de gente que se haya apuntado a la lectura. Así de sistematizado está el asunto. Así que los que no habían escuchado hablar del movimiento, o que todavía creían que el bookcrossing era algo reciente deben actualizarse, tener claro que el asunto no se reduce al simple hecho de ir dejando libros por las calles, si quieres ser un bookcrossers de verdad tienes que respetar las reglas del gremio.
Bien, que quieren que les diga, a mi el asunto sigue sin entusiasmarme demasiado, y si tuviera que pensar en una sola razón que justifique el traspaso voluntario de uno de mis libros sería únicamente por la fe que tengo y que siempre he tenido en el componente aleatorio de los traspasos de información, por lo mismo que alguna vez llevó a los japoneses (insisto en el asunto) a disponibilizar los libros una vez alcanzada la página final; el de sumar a la lectura el componente misterioso del azar, el enigma de no saber cómo es, que cara tiene ni con qué cosas sueña quien leyó las mismas páginas antes o lo hará después que tú sumando de paso la participación del entorno y provocando en él un movimiento, que aunque mínimo y sutil, sea perceptible a cierta escala. La fe en una clase de “encargo” hecho a la calle, a los andenes del metro, a las mesas de las cafeterías, a los lugares cotidianos en los que se desarrolla nuestra vida y en los que -en el fondo- necesitamos desesperadamente creer.
Si permitimos que actúe el azar el movimiento milimétrico de nuestro acto se amplifica y entonces si que la idea disponibilizar libros se vuelve francamente interesante. Si olvidamos la parafernalia del socio registrado, si no le ponemos un código numérico al ejemplar o nos negamos a asistir al encuentro anual de bookcrossers, si, en definitiva, dejamos que el libro se vaya por la vida sin pensar en quien lo recibirá o en que lugar del planeta acabará, entonces si que hemos hecho algo por nosotros mismos, por el libro y por el entorno en el que nos movemos.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…